La Provincia - Diario de Las Palmas

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Canarismos

El que mal anda, mal acaba

Luis Rivero

Aunque de uso recurrente entre hablantes isleños, en realidad, más allá de la forma peculiar que ha adoptado en las islas («el que mal anda, mal acaba»), se trata de un dicho que nos remite a un origen universal. La máxima tiene un claro carácter predictivo que abarrunta el final de quien «no va por buen camino», que se dice de alguien de costumbres y maneras socialmente censurables. Hay quienes apuntan que su origen hay que buscarlo seguramente en las enseñanzas proverbiales de entre los libros sapienciales; concretamente en Proverbios 11,27: «Quien se afana en el bien será favorecido; al que busca el mal, el mal lo encontrará». Frase proverbial que contiene una suerte de sentencia que consiste en recibir el justo galardón por lo que se ha hecho. [Este proverbio bíblico dio paso a más de una paremia en varias lenguas romances como por ejemplo en francés: «Qui mal chace, mal li avient», en italiano: «Chi mal vive, mal muore» o en catalán: «Qui camina mal camí, no fa bon pas a la fi»]. La presencia del refrán en España (y por ende, en la lengua castellana, en general) se documenta a partir del siglo XVI: «Quien con mal anda mal acaba» (Pedro Vallés, Libro de refranes).

El dicho está construido sobre un razonamiento simple y didáctico («el que mal anda […]»), en clara referencia al caminar, ‘ir a pie de acá para allá’, y más concretamente al andar bípedo con alguna dificultad, de la que hay quien hace referencia a la cojera. [Recuérdese que la cojera ha sido con frecuencia asociada simbólicamente desde antiguo a defectos morales o atributos de debilidad del alma, como así lo confirman diversas narraciones de la mitología clásica y nórdica. Como es el caso de los dioses de la mitología griega y escandinava Hefesto o Weland el herrero que mostraban malformaciones en sus pies, o en el panteón romano, el mismo Vulcano arrastraba una cojera como señal de deformidad de su alma]. Por tanto, la metáfora de «andar mal» porque se adolece de un defecto físico en las piernas como puede ser la cojera, y entendida esta como un sustrato psicosomático, se refuerza a través de una de las acepciones del verbo «andar», cuales el ‘estar o encontrarse en determinado estado de ánimo o situación’, que en este caso no augura un buen fin.

El dicho pertenece a un amplio grupo de registros que concluyen, predicen o conjeturan un resultado sobre la base de un simple razonamiento asertivo, como es el caso de: «el que se pica porque ajos come», «al que madruga, Dios le ayuda», «el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija», «cuando uno está salado, hasta los perros lo mean», «el que la busca, la encuentra», «el que la sigue, la consigue» o «el que juega con fuego…».

Las situaciones más propias en que se suele emplear la expresión pueden ser: a modo de advertencia o admonición por parte de quien observa en otro un comportamiento repulsivo o molesto; en tales casos se puede reprender la actitud juzgada en formas dialógicas como esta: «Desde que se juntó con ese cachanchán no hay quien lo meta en vereda» (frase que recalca de manera crítica que las malas compañías frecuentadas por el sujeto en cuestión lo han hecho incorregible).

Como sentencia conclusiva que en un contexto determinado confirma lo que se preveía; en tales casos se puede escuchar la conclusión premonitoria: «Se veía venir…». O bien puede recurrirse a su empleo para confirmar, en cierto tono de lamento, una situación inminente e inevitable, según opinión del hablante. En definitiva, se emplea para significar que el lleva una vida desordenada o entregado a ciertos vicios, no suele acabar bien porque «el que mal anda, mal acaba».

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