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Videoarte | Un relato de una infancia maltrecha por el horror

'El barranco', allí una niña vio la guerra

Las cineastas Estrella Monterrey, Silvia Navarro, Daniasa Curbelo, Macu Machín y Violeta Gil Quintana aportan una mirada experimental a la obra de Nivaria Tejera

El teatro Guiniguada fue la puesta de largo para el proyecto impulsado por la Asociación de Investigación Acción Social Siendo.

Una niña camina calle abajo mientras la mujer en la que se ha convertido la mira de lejos. Prefiere no acercarse, pues parece tranquila. Después de tantos años, hay balas cubiertas por sus párpados. Ella es Nivaria Tejera, la autora de El Barranco. Su obra ha inspirado el proyecto del mismo nombre que ofrece una reinterpretación multidisciplinar combinando videoarte, performance, documental y ensayo fílmico de la mano de las cinco creadoras y cineastas canarias Silvia Navarro, Daniasa Curbelo, Macu Machín, Estrella Monterrey Viña y Violeta Gil Quintana.

Estrella Monterrey es la causante de este tinglado. Un día, decidió regalar varios ejemplares de la novela a sus amigas para que descubrieran, como había hecho ella, la poética desgarradora de Nivaria Tejera. Sorprendida por el escaso conocimiento que había en su círculo, decidió que había que traerla al presente con lenguajes diversos y únicos dados por la reflexión contemporánea sobre la sexualidad, lo colonial o la lejanía ultraperiférica.

Una aventura similar había ocurrido años antes con la exposición Lancelot 28º-7º Isla descubierta del escritor tinerfeño Agustín Espinosa en Lanzarote, pensaba la socióloga y cineasta palmera, así que el reto consistía en no temblar ante el vértigo.

El proyecto, patrocinado por el Instituto Canario de Desarrollo Cultural del Gobierno de Canarias, fue presentado esta semana en el Teatro Guiniguada, en Gran Canaria, y viajará al Espacio La Granja, en Tenerife, el próximo miércoles 26 teniendo como moderadora a la escritora, poeta y periodista Aida González. Contará con la presencia de las cinco cineastas junto a la especialista María Hernández Ojeda. Además, el conjunto de la obra cuenta con una pieza promocional realizada por Claudia Torres y un cartel diseñado por Omaira Díaz.

Cinco obras audiovisuales para descoser los párrafos con elementos que atraviesan el conjunto: la voz testimonial, la perspectiva de género, el éxodo rural y un sentimiento maltrecho por el horror. La única restricción: cinco minutos de duración. «La idea estaba calentando, guardada en una gaveta», sonríe a través del teléfono Estrella Monterrey. Ahora está lista.

Estoy de regreso de un sitio remoto

Las jóvenes realizadoras persiguen las ramificaciones de la violencia hasta hundirse con ellas en las abruptas tierras de la isla, así, la artista visual Silvia Navarro enfrentó la angustia del estado de guerra desde la experiencia corpórea. Lo sonoro se transforma en barbarie y se aleja de los timbres familiares, «el sonido y el delirio de una fiebre que sufre la protagonista me parecieron, desde la primera lectura, elementos inspiradores desde los que trabajar», comenta Navarro.

Con el apoyo dado desde el diseño acústico con los músicos José Tena Vázquez y Tasio Paciencia, la tinerfeña reflexiona sobre la autoridad de los cuerpos masculinos, blancos y heterosexuales que han impuesto su mundo «a través de la muerte y la violencia». Uno se de atrapar por los revelados negativos, así, los minutos pasan y unas colegialas de uniforme blanco, puras y ajenas, hacen gimnasia al aire libre entrechocando con las marchas militares y las masas homogéneas sin rostro.

Son dos representaciones que enfrentan el discurso del poder, «ese cuerpo soberano deja un residuo en cada una de nosotras, por lo que propuestas como esta abren espacios de reflexión y deconstrucción para no solo hablar de lo que fue, sino de cómo ese pasado habita en cada una de nosotras, en cada gesto. El pasado nos habita como un virus, callado reproduciendo sus normas», escribe en la distancia.

Allí se metían para que no los cogieran

Un yūrei vaga como alma en pena, flota sobre la tierra y no le afecta los desengaños de los vivientes sino que revive lo acaecido. Esa silueta fantasmal cubierta de rojo es el elemento con el que la artista interdisciplinar y especialista en género Daniasa Curbelo orbita alrededor del cardón gigante de su pueblo natal, Buenavista del Norte, en Tenerife. «Ese histórico cardón es una suerte de contenedor cultural por la cantidad de experiencias y situaciones que han ocurrido a sus pies».

Símbolo del municipio y de sus gentes, también corre entorno a él las leyendas y los rumores de la guerra civil, además de los gritos de la chiquillería que batallan entre sus brazos sin pavor, «hago referencia a aquella época en la que el miedo y la persecución se instauraron contra quienes no comulgaban con el incipiente régimen fascista».

Evita que las púas se metan bajo las uñas, a pesar de volver a los espacios urbanos o naturales «que tienen este tipo de huellas marcadas por la memoria, por la resistencia o por la violencia que poco a poco parece que se difuminan en una clara tendencia general que nos invita a mirar hacia el futuro y olvidar de dónde venimos».

La mirada infantil, denostada en el imaginario adulto, es el mayor valor de la obra. Nivaria Tejera firmó un pacto sincero con el lector al contarle que su padre, Saturnino Tejera, había sido un represaliado político. Por culpa de aquellas pesadillas, escribió en la página 31:

«Guerraguerraguerra, murmura escondida. La guerra hace llorar a la tía, al abuelo, a mamá, y no deja que vuelva papá».

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Un hecho que Daniasa Curbelo estima profundamente. «Acercarse a este capítulo del pasado de Canarias desde los ojos de una chinija es todo un reto contra ese paradigma histórico que describe lo ocurrido desde visiones masculinas, privilegiadas y, por supuesto, adultas».

Aquí estuvimos

La productora, directora y guionista Macu Machín graba a su familia. Tres generaciones que recogen naranjas, miran la lluvia tras la ventana, se quedan en silencio cuando la niebla las encierra en casa y buscan los recuerdos dentro de las tazas de café. Parece que nada ha cambiado en este recoveco que escapa a la urbe mientras los pantis reflejan que los años son otros, a pesar de las costumbres. Utiliza las cuatro cámaras que ha tenido a lo largo de su vida «con el deseo de hacer permanente algo que por naturaleza no lo es. De manera muy impresionista». Se queda mirando a lo lejos a su madre, como convertida en la cría que fue un día. Le grita algunas palabras, la sigue, y en esa dinámica donde predominaba lo intuitivo decidió seguir los pasos de Nivaria, quien «representa el mundo que le rodea desde lo poético». El lenguaje que utiliza Tejera durante la trama es espontáneo puesto que atiende a las emociones de la infancia.

Por otra parte, «el espacio geográfico en la novela es muy importante como protagonista y testigo. Yo también tengo mi propio barranco. Así que decidí, de una manera bastante inconsciente, representarlo a través de la ensoñación», comenta Machín. Trasladó su cuerpo al hogar y, como en la guerra, nota el paso irreductible del tiempo, «en mi caso el giro es más sutil, el que impone la vejez. Este corto es una reafirmación a distintos niveles: quizás ese lugar ya no es como fue, quizás nosotras mismas tampoco lo seamos, sin embargo, estuvimos ahí y lo pudimos compartir». Nivaria Tejera dejó atrás el verdor de La Laguna al instalarse en París, pero siempre podía volverlo a recordar en sus memorias de niñez gracias a «una mirada que se vuelve epidérmica»: «No hacen falta demasiados datos históricos para lograr sentir y entender cómo nos afecta una guerra en lo más profundo. Me parece que logra de una manera bellísima, hacernos bucear bajo la apariencia de las cosas».

El barranco

El graznido de urraca, una sirena, un latido, están entremezclados. Es una marca común en las cinco piezas: lo sonoro inunda la trama de forma tan estrecha como la respiración nerviosa que espera a que pasen las pesadillas. En este juego de luces y sombras trabaja la comunicadora audiovisual Violeta Gil Quintana. Baja al barranco de San Lorenzo, en donde las vírgenes tienen sus templos rocosos y las hechiceras dictan sus conjuros.

«Es una invitación a percibir el barranco, el espacio natural, como si fuera la mente de la niña protagonista. A medida que avanza el cortometraje, la mente/barranco se va corrompiendo a través de sonidos, imágenes y símbolos, y me sirvo de la poética de los elementos cotidianos y de la naturaleza, que construyen nuevas maneras de percibir la realidad y crear nuevos significantes», hila.

La poeta Pino Ojeda escribía «el corazón se me ha arrojado a todos los barrancos de tu isla». Inhóspito y perdido, este accidente geográfico ofrece una miríada de espejos que están rotos en el fondo. «El miedo, el silencio, el aislamiento y la resignación pasan a formar parte del día a día de quienes viven en y con la guerra. Algo que se podría comparar perfectamente con lo que está sucediendo ahora mismo en tiempos de pandemia», reflexiona Violeta Gil.

Tanqueabajo

Hay lugares comunes convertidos en tumbas, por allí paseaban los grises al mismo tiempo que Nivaria buscaba la risa de su padre. Lanzarote, Buenavista, el barranco de San Lorenzo… O Tanqueabajo. Tal vez donde hoy está la Virgen de la Milagrosa queden los huesos de los pelotones de fusilamiento que relata la novela o, tal vez, los restos orgánicos llenan con petróleo los tanques de los coches que acuden a la gasolinera. Tanqueabajo ya no existe, ahora es otra la estampa de San Cristóbal de La Laguna en contraste a la vivida por la niña. El abuelo no curte el cuero ni fuma. De ese olor, intenta atrapar algo Estrella Monterrey.

«En el libro pierde la inocencia a medida que toma conciencia de todos los sucesos. Muchas veces con la infancia creemos que no son capaces de ver más allá, pero su sensibilidad les hace sufrir, reflexionar y pensar lo que sucede, como mostró Andrea Abreu con Panza de burro, refleja una infancia menos mitificada», señala. La voz en off servirá para que los futuras generaciones disfruten de este relato sin complejos y descubran las señales del pasado.

A través de una nota de voz, la especialista María Hernández sabe que, de haber estado sentada entre las butacas, «Nivaria estaría muy emocionada». Era una mujer difícil de conocer aunque, de los recuerdos que compartieron, la profesora del Hunter College de Nueva York atesora su mirada intensa, «tenía como mucha angustia en sus ojos». Ahora, Daniasa Curbelo y las demás son parte del legado de la autora. Ve ciertos paralelismos en la polarización civil que se vive en medio de las crisis. En esta dicotomía, subraya, arraiga «la acusación, ridiculización y violencia antes que el diálogo, son el caldo de cultivo perfecto para el estallido de conflictos civiles», señala, y Silvia Navarro alude al pasaje de la fiebre de la niña para contextualizar «qué significa vivir bajo un miedo que callas, bajo un acoso constante».

En ello coincide Macu Machín, al describir la contemporaneidad como un momento extraño que «nos obliga a comprender lo que nos sucede desde otro lugar más profundo y empático. Eso que estaba bajo la superficie ha emergido y nos está confrontando con algo que nos habíamos negado a imaginar». Por su parte, Monterrey teme repetir mensajes manidos, pero que no dejan de tener su vigencia. «Es importante recordar para no volver a repetir los errores del pasado. Esa es la enseñanza de El barranco: tener presente el testimonio de esa niña para que no vuelva a repetirse».

«Nivaria nunca escribió una palabra para vender libros»

Esta ha sido una aventura para las componentes del proyecto. Además de dar un espaldarazo a la producción cinematográfica canaria con firma de mujer, las realizadoras coinciden al admitir que ha sido una doble fortuna puesto que han redescubierto el libro y han expandido sus posibilidades al dialogar entre ellas con sus respectivas miradas, «con distintos discursos hemos tejido nuestros propios barrancos», apunta Macu Machín.

En sus últimos años, Tejera vivía aislada en un estudio junto al pintor Antón González. «Tengo recuerdos maravillosos, y en aquellas veladas me ayudó a entender por qué escribía de esa manera tan experimental», dice Hernández. A su vez, insiste en que la escritora cubana «nunca escribió una palabra para vender libros». Por ello, que se realice ahora este homenaje a su figura le trae los recuerdos del año 2008, cuando organizó junto al Instituto Cervantes una charla a la que Tejera acudió, «en aquella ocasión ella dijo que solo el tiempo podría valorar su obra y descubrir si dejó huella». Indudablemente, lo ha hecho.

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