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CRÍTICA

Sergey Dogadin y la maestría báltica

Sigue el Festival en el top de calidad, proyectando alegrías y sorpresas en cada sesión del Auditorio Alfredo Kraus. Pero no es sorpresivo el nivel musical de las pequeñas repúblicas bálticas, Lituania en este caso, cuya Orquesta de Cámara estuvo a la altura del violinista ruso Sergei Dogadin en la obra maestra que abría programa: el poema Luz distante, del letón Peteris Vasks, un encargo del Festival de Salzburgo de 1997.

Todas las atmósferas y colores emitidos por poco más de una veintena de arcos dieron el mejor clima a las soñadoras melodías y pasajes de bravura del solista.

Más que un concierto en tres movimientos es un largo poema sinfónico con violín, cuya agotadora parte comienza con armónicos pianísimo que se despliegan en tres movimientos muy concentrados en la tonalidad.

Esto sí es sorpresivo en una obra contemporánea de notable originalidad en su dominante melancolía, contrastada con invocaciones dolorosas y trágicas de muy complejo virtuosismo.

El trabajo de Dogadin es apabullante en la creación de los ambientes sucesivos y su carga poética, como en el dominio del violín en exclamaciones, dobles cuerdas, saltos intercordales, alternativas de los grados dinámicos, seguridad de los misteriosos pianísimos que nunca se rompen y magistral dominio del peligroso sobreagudo armónico, con el que incluso se permite trinar. Pero, sobre todo, la expresividad cantable de una pieza de gran belleza.

La orquesta sola tocó después el Concierto para arcos del muy cinematográfico Nino Rota. Una música más elaborada y menos simplona que las bandas sonoras de las películas, pero sin nada de particular en el plano creativo. Excelente ejecución de un texto funcional y depassé.

Volvió Dogadin a escena con la bella y popularísima Meditación de la ópera Thais, modelo del elegante melodismo de Massenet. Y concluyó el programa con los espectaculares Aires gitanos Op.20 de Sarasate, joya del virtuosismo violinístico.

El denso y entusiástico aplauso del público en todos los finales se hizo merecedor de dos bises, la Serenata andaluza del mismo Sarasate y lo que menos me gustó de todo el programa: una lectura veloz, efectista y confusa del primer movimiento de El invierno en las Cuatro Estaciones de Vivaldi. El borrón en lo más fácil.

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