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Con la ayuda de Springsteen

John Mellecamp refina su narrativa en el sombrío pero edificante ‘Strictly one-eyed jack’, donde cuenta con la colaboración del ‘Boss’

John Mellencamp. | La Provincia

En algún momento de los años 80, a John Mellencamp se le colocó en nuestro país en el cajón de los subproductos springsteenianos, y costaría sacarlo de ahí pese a las distintivas virtudes de álbumes como Scarecrow (1985) y The lonesome jubilee (1987), por mencionar solo un par. Sin retroceder tanto, en la última década, el señor Mellencamp (que al principio respondía por John Cougar, porque su entonces mánager, Tony Defries, el del Bowie clásico, desconfiaba de su apellido germánico), ha entregado material honorable, desarrollando su visión del rock tradicional y el imaginario Americana.

En esa estela sabrosa se sitúa la nueva obra de este trovador que, en su primera época, se anotó canciones de éxito como Hurt so good, Jack & Diane o Pink houses, y que en 1983 fue uno de los impulsores del festival Farm Aid, en apoyo a los granjeros de su país. En Strictly a one-eyed jack se nos pone más meditabundo y sombrío de lo habitual, si bien las canciones no desprenden desánimo, sino una suerte de reafirmación vital in extremis, simbolizada por ese naipe de un solo ojo (la sota de picas) que da título al álbum y que apela al misterio y la desconfianza.

Este es un Mellencamp de 70 años, un poco más tendente a la introspección y al medio tiempo que al arrojo rockero de los viejos tiempos. Más guitarras acústicas que eléctricas, y su voz rugosa, sufrida, abriéndose paso entre atmósferas destempladas, como el Dylan al que Daniel Lanois llevó al pantano. Lo advertimos en el tema de apertura, I always lie to strangers, que invoca su yo más resabiado, envuelto en arpegios serenos y un violín con ecos de bluegrass. Y en Driving in the rain, con la asistencia del acordeón, y en la descreída calidez de Streets of Galilee.

No faltan las sacudidas: blues polvoriento en I am a man that worries y ese Lie to me en el que pone el viejo rock a andar mientras suelta sopapos a curas y maestros. Pero Mellencamp gana en profundidad en los números más volcados hacia adentro: de Gone too soon, con su solo jazzie de trompeta, al acogedor estribillo coral de Chasing rainbows.

Y casi cuatro décadas después de aquellas comparaciones, Bruce Springsteen, el gigante tal vez fastidioso y, a la postre, el amigo, suma su voz y su guitarra en tres canciones. Tenemos ese Did you say such a think, airada protesta contra las habladurías de la gente, la filigrana al piano de A life full of rain, y la canción lanzada como single, Wasted days. Un tema que, siguiendo un ciclo de acordes cercano a Independence day, representa su reverso con esos versos de crepúsculo, donde los viejos cowboys se preguntan «¿cuántos veranos quedan todavía?» y «¿cuántos días se pierden en vano?». Sean los que sean, un cancionero como este hace más llevadero el camino.

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