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Lo vegetal es político

Ana Beltrá y una obra que trata de sensibilizar sobre la necesidad de una empatía ecológica

Distintas obras de la exposición de Ana Beltrá ‘Plantamientos de interior’. La Provincia

La cultura de la productividad y del exceso cancela futuros, sometiendo la vida del planeta a procesos de destrucción que nos llevan a imaginar un final. La última pandemia vino a avalar este relato terminal a la vez que abrió, en cierta medida, la ensoñación por el origen de otros modos de vida donde, como en toda cosmogonía o evocación edénica, lo vegetal ejerce una dimensión fundamental. Muy a pesar de que en oposición a este cambio de paradigma las agendas de crecimiento productivo hayan sido reiniciadas a toda prisa, quizás podamos aún continuar respirando verde esperanza bajo la sombra de dicha utopía. Y es que, parece ser, las plantas se plantan, es decir, nos convocan todas ellas a un platón revolucionario para articular una suerte de plantamientos políticos insólitos, enigmáticos, se podría decir incluso que improbables, pero precisamente por eso, más que necesarios. Cada vez son más los seres fotosintéticos –sin capacidad de desplazarse, pero no por ello de movilizarse– que a través de una serie de consignas propias del fitolenguaje llaman a manifestarse por una utopía plantástica. Porque lo vegetal no sólo puede ser estético, sino sobre todo político.

Lo vegetal es político

El Sindicato del Plantón Unido (de ahora en adelante S. P. U.) es una singular organización de plantas de toda índole y variedad, autoinstituida con la voluntad de tomar la palabra para darse a conocer, diseminar sus reivindicaciones y sensibilizar a la humanidad de la necesidad de una empatía medioambiental. En cada una de sus campañas se establece en plazas, lugares de tránsito, museos o salas de arte a través de instalaciones que no podrían ser de otra manera que orgánicas, pues –como en los preceptos del diseño orgánico de David Pearson– se adapta de manera juguetona a los espacios. Lo hace a través de un despliegue de pancartas, carteles, merchandising, encuestas o formularios que proponen una renovada estética agit pop. Como en experimentaciones anteriores en las que encontramos tanto pintura, como serigrafía e instalación –Vivero de Banderas (2016), Patio del Sindicato del Plantón Unido (2016), Abismal (2018), Mapa de sensaciones (2019), Trinchera (2020)– la tarea de la artista Ana Beltrá a la hora de dar voz al S.P.U. se podría destacar en dos gestos decisivos: por un lado, su sensibilidad para la composición cromática que se intuye de su atenta observación del mundo vegetal, donde residen las más insólitas combinaciones; por el otro, su irónica gramática, pues sólo pervirtiendo el lenguaje que organiza nuestro mundo simbólico es posible una transformación efectiva. Es desde esta necesaria ironía que regala la distancia para actuar, es decir, lejos de la mirada romántica sobre la naturaleza, ni si quiera desde un diagnóstico incómodo de nuestro destino, como Ana Beltrá apela a una práctica que podría definirse como instituyente en su capacidad de trazar una línea de tiempo alternativa.

Lo vegetal es político

Sugiere la propia artista que “las manifestaciones [del S. P. U.] en respuesta a nuestras acciones llegan con escaso margen de maniobra”, y, en efecto, el innegable cambio climático, los desastres ecológicos, la pérdida de la biodiversidad, las mutaciones medioambientales, los procesos radicales de desertificación y las diásporas masivas que implicará todo ello, es hoy una realidad difícil de revertir. Lo es sin duda por lo que Ana Beltrá llama una “ceguera vegetal”, es decir, el desinterés tanto de instituciones gubernamentales como corporativas a la hora, no sólo de no reconocer su papel fundamental en el problema, sino tampoco de poner en marcha una labor de concienciación colectiva –especialmente en las zonas urbanas– que sea capaz de dar una dimensión social al ecocidio del mundo vegetal. Pero dentro de ese pequeño margen de maniobra, en los últimos años se han ensayado numerosas propuestas tanto desde el activismo, la teoría crítica o las prácticas culturales, en un intento de ubicar cuándo se impuso la imaginación urbanita frente a un modelo de convivencia con el resto de seres vivos: por un lado, el llamado Antropoceno, es decir el periodo de la historia que comienza en el momento mismo en el que las grandes urbes mesopotámicas crecieron masivamente a través de procesos de acumulación de recursos naturales derivados de la Revolución Neolítica y que provocó que la Tierra entera fuera poco a poco modificada por la mano humana; por el otro, el llamado Capitaloceno o el periodo en el que el progreso derivado de la Revolución Industrial y el régimen de acumulación capitalista ha terminado imponiendo un límite inmediato a los recursos naturales del plantea. Es ante esta dramática coyuntura cuando Bruno Latour formula su proposición de un “parlamento de las plantas”, un órgano decisorio que admita la participación directa de la naturaleza en una democracia plena. Y son fruto de dicha idea las ensoñaciones de Donna Haraway de un reencuentro entre especies o, incluso, la posibilidad de imaginar una línea ucrónica que nos dirija a una suerte de Bioceno.

Lo vegetal es político

Ahora bien, cabría decir que no basta proponer ideas que acaben alimentando una moral ecológica del capital. Cuando, como ha señalado Arturo Villavicencia, el mercado parece solucionarlo todo, incluida una oportunidad de expansión utilizando el pretexto de una tragedia de escala mundial como la destrucción del medioambiente; cuando, como ha observado Ramón del Castillo, la naturaleza deja de convertirse en asunto político para devenir mero objeto de adoración, corremos el riesgo de asistir a insólitas alianzas entre el neoliberalismo y ciertas apuestas medioambientales que fortalezcan los poderes que aún confían en la viabilidad de nuestro sistema económico. De lo que se trataría, por tanto, no sería tanto de redefinir los protocolos de consumo, sino de transformar radicalmente lo que Michel Serres llamó el “contrato natural”. Por eso el S.P.U. surgiendo desde el interior de una hormigonera nos ofrece una enseñanza crucial: aquella en la que las formas de organización política que aspiraban a la emancipación de la explotación laboral se alían con estas nuevas compañeras para elaborar juntas un nuevo relato utópico que supere la convencional oposición entre lo natural y lo artificial, una convivencia que sea capaz de dar nuevamente sentido al origen etimológico de cultura.

Lo vegetal es político

Desde esa trinchera, lo vegetal es político.

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