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Arte

Bailar la ciudad: un proyecto contra el poder

El CCA de Gran Canaria inaugura 'Bailar la ciudad', una reflexión histórica y social hecha por un grupo de jóvenes artistas y arquitectos canarios

Exposición 'Bailar la ciudad'

Exposición 'Bailar la ciudad' Juan Carlos Castro

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Exposición 'Bailar la ciudad' Carla Rivero

Carcajadas, música, comida, ¡no importa a qué hora suene el despertador! La fiesta es parte de la identidad de las sociedades y marcan los usos y costumbres de distintas épocas. Por ello, la propuesta de este grupo multidisciplinar ahonda en el significado de ese jolgorio compartido en las islas Canarias, un poco atropellado pero siempre armónico, donde cabe la familia, las amistades ylos desconocidos se vuelven íntimos.

Bailar es un acto de sedición y la fiesta una conjura a favor de la vida. Contoneándose por los límites de la urbe, por sus significados y apegos, la exposición Bailar la ciudad reflexiona sobre la relación que existe entre el espacio público y la sociedad. La muestra fue inaugurada ayer en el Centro de Cultura Audiovisual de Gran Canaria (CCA GC) y supone el colofón de un proyecto que ha recorrido Londres, París, Lisboa y Suiza y vuelve a las Islas para mostrar la idiosincrasia del territorio y de sus gentes. 

La propuesta, enmarcada en la última convocatoria del concurso de proyectos culturales del Cabildo, nació hace dos años cuando un grupo de amigos de la Escuela de Arquitectura se cuestionaron la implicación social de estas costumbres. Héctor Suárez y Ernesto Ibáñez, parte del núcleo, tienen un momento para hablar de las raíces que alimentan la cultura regional. «Queríamos ver cómo la fiesta puede llegar a modelar las identidades colectivas, en este caso, la canaria y, a través de las imágenes que hemos recogido en el mapeado videográfico, plantear una serie de preguntas abiertas», comentan. «Se ha demostrado que la fiesta funciona como soporte de la urbe, no tiene por qué parar la infraestructura de una ciudad, sino que la cuestiona». 

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Exposición 'Bailar la ciudad' en el Centro de Cultura Audiovisual de Gran Canaria Juan Castro

La investigación emerge con un equipo multidisciplinar, de los 90 e isleños, formado por Pablo Castillo, Pablo Delgado, Jorge Rubio y Lila Suárez, además del historiador y filósofo Víctor García. No conformes con abordar la realidad desde el ámbito arquitectónico, decidieron ampliar las colaboraciones y seccionarlas en el fotoensayo Escenarios, de la arquitecta y fotógrafa María Rodríguez, y Conversaciones, un ciclo de charlas y conferencias que del 10 al 24 de febrero traerán a los artistas Alba Gil, Highkili, Calima, Chef P, Carlos Ojeda o Lilia Ana Ramos. «El dream team de Canarias», ríen.     

Recuerdos del pasado

Están sentados sobre un bloque de hormigón que recrea esa atmósfera urbana llena de ritmos en Carnavales, en las romerías y verbenas, y hasta en las raves, donde un buen amplificador y un par de botellas son suficientes para aguantar la noche en vela. En la primera sala, hay cuatro ventanas donde se reproducen las grabaciones de aquellos momentos traídos por los internautas y los archivos del CCA. Dicen sus responsables que el fotograma más antiguo data de los 50 y otros han suscitado recuerdos en el Facebook. «Esto es un tablero de juego en el que queremos enriquecer la visión sobre la celebración y, al mismo tiempo, es una oportunidad para reunir a la comunidad», sostienen. 

«En la fiesta hay un estado de excepción en el que las reglas son otras. Ayudan a saber qué ciudad queremos»

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El movimiento es rebelión. Ya lo adelantaba Kevin Bacon en Footlose, lo lloraba Billy Elliot entre bambalinas y lo gritaba Raffaella Carrá cuando decía aquello de «qué fantástica esta fiesta, esta fiesta con amigos y sin ti». Es más, ¿qué sería de la identidad canaria sin estas fechas? Sin las mascaritas subversivas, censuradas por la dictadura; sin la rama de Agaete; o sin la Virgen del Pino bajando con la comida del pueblo como ofrenda que luego invita a compartir vinos y rones. «En Canarias, hay gente que las tiene como luceros, es más, unas chicas de La Aldea comentaban que su año no empezaba el uno de enero, ¡sino en septiembre con la Fiesta del Charco!», exclaman. «La fiesta es una oportunidad para interpretar leyes y normas no escritas que imperan, como el pudor o las limitaciones. En ella, hay una especie de estado de excepción en el que las reglas son otras, así que nos sirven para saber qué ciudad queremos y cómo la queremos».  

Una ciudad que renace

Al fin y al cabo, la tradición describe el pasado, el presente y el futuro de una isla-ciudad que se caracteriza por ser «democrática y abierta; la gente se lanza a la calle, no hay rangos, al contrario del circuito de ocio privado en el que no se recoge esta pluralidad de identidades», describen. En una época marcada por las restricciones sanitarias, esperan que esta propuesta no se tome como algo frívolo, sino como un acercamiento a esta expresión humana que «conforma un espacio en el que la gente se puede sentir ella misma e intercambiar experiencias».  

Ellos recuerdan el confite de Vegueta y María Rodríguez se retrotrae a la Cabalgata de Reyes con cierta nostalgia. Las fotografías de la artista reflejan siete lugares icónicos vacíos, como el Intercambiador de Santa Catalina, San Telmo o Arinaga. «Quería mostrar la pulsión actual de estos sitios, aunque no deja de haber una sensación agridulce, y utilizar el ocaso para mostrar la resurrección de la ciudad tras una época convulsa y oscura», concluye la fotógrafa. ¿Qué fiesta vendrá?  

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