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CRÍTICA | Festival de Música de Canarias

Dori Díaz Jerez, más alfa que omega

La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y, en el centro, Dori Díaz Jerez. | | TINO ARMAS

Una gran compositora tinerfeña, titular en plena juventud de un importante catálogo, ha respondido al encargo del 38º Festival con un poema sinfónico sencillamente extraordinario.

Dori Díaz Jerez bautiza esta obra con el nombre de Omega, que sugiere una idea terminal, cuando en realidad es el principio de un lenguaje admirablemente formulado y, ojalá, la configuración de una nueva etapa en su trayectoria creadora.

Justamente la etapa de plena madurez en la concepción de la estructura formal, la brillantez y el color de un completísimo colectivo instrumental, el equilibrio en la distribución de las masas sonoras, la complementariedad de los grandes y pequeños volúmenes y, en resumen, la posesión de un lenguaje privativo, original que, sin necesidad de una narración –como se deduce de sus propias notas en el programa de mano—relata un acontecer genuinamente sonoro.

Las grandes masas fff y los delicados contrapuntos temáticos enmarcan un desarrollo de poder y sensibilidad que parece descubrir la la materia sinfónica en su magnitud y belleza.

Todos los timbres, habituales o infrecuentes, construyen esa riqueza del arte sinfónico en grandes tutti y sugerentes paréntesis sin necesidad de contenidos literarios o ideológicos. Pura música, generosamente proyectada por la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y su titular K.M.Chichón.

Prosiguió el concierto con el inefable Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler. ¿Por qué un solo movimiento de la obra inicialmente prevista y anunciada? Es insólito en un programa del Festival de Canarias y tal vez en cualquier otro.

Seguramente no faltaban arcos, tan copiosamente reforzados en esta ocasión. Lo cierto es que sonó muy bien esta página melódica y bellísima, tan insólita en el sinfonismo mahleriano que a Richard Strauss le divertía excitar la suspicacia del autor preguntándole por el sentido de aquella «paginita» (véase la correspondencia entre ambos).

Lamento decir que no me gustó, en absoluto, la lectura de siete escenas del ballet Romeo y Julieta de Prokofieff que cerraba concierto en sustitución de la Quinta mahleriana. La obra maestra del ruso nace de un esteticismo voluntario, cantable o muy sonoro pero siempre elegante y refinado en los esquemas de la «nueva simplicidad» que circulaba por Europa sin perjuicio del descriptivismo trabajado en estructuras camerísticas o megasinfónicas.

Tutti chirriantes y exageraciones de toda índole desvirtuaron las calidades de una orquesta en la que, a Dios gracias, sobreviven muy buenos instrumentistas.

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