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Literatura

La noche en la que Ricardo Blanco tomó vida en la voz del escritor José Luis Correa

El escritor grancanario presenta ‘Para morir en la orilla’ en Talleres Palermo, la nueva entrega del famoso detective que tiene como trasfondo la migración

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Presentación en Talleres Palermo de la novela 'Para morir en la orilla' de José Luis Correa Andrés Cruz

El detective Ricardo Blanco mira sin mucha atención las mesas de Talleres Palermo. Delante, en el escenario, está su némesis y su creador: el escritor José Luis Correa. Pretende no prestarle atención, pero escucha que lo nombra sobre el escenario. Ahí está, su nuevo libro, dedicado. Para morir en la orilla (Alba Editorial, 2022) es la duodécima entrega en la que protagoniza un relato de violencia y sangre. Suspira, indeciso. La crisis migratoria que entrevió hace dos años entre las manos de su fiel biógrafo sigue siendo una realidad que no acaba. Intentó hacer algo, ¿pero dónde quedan las buenas intenciones cuando todo sigue en su contra? 

Esto va de decisiones, en realidad, de quién se atreve a tomarlas. Hay una escalera que levita encima de las tablas donde Yul Bastelleros, músico y sobrino del escritor, toca la guitarra electroacústica. Esa no da mala suerte. Entre sus manos, rasguea el sonido del océano que dejó sobre la orilla de Maspalomas una embarcación con personas migrantes. Esa imagen es la que resuena en la lectura dramatizada del acto de presentación. Ricardo y Beatriz, su pareja, pasean alejados del ruido entre las dunas hasta encontrarse con la realidad. Arriba, están los cadáveres de dos jóvenes africanos que han quedado descubiertos

¿Por qué no se volvió atrás y siguió su camino? Como han hecho los demás paseantes, también las autoridades que gestionan los flujos migratorios, los poderes públicos que niegan las competencias de acogida humanitaria. En la cabeza de Ricardo, en la de Correa, hay una búsqueda de la integridad humana que está representada en las copas de vino que se reparten por las mesas del mundo no ficcional mientras naufraga una patera. El silencio ante el relato es solemne, aunque el murmullo a risa contenida se escapa cuando el autor hace un guiño en el texto a sus lectores, mientras su voz lenta llega a decir «no hay nada más solitario que la muerte». 

Vinos y oleajes

En realidad, hay 13 kilómetros para alcanzar el vacío del muelle de Arguineguín. La ligereza del relato, grave dentro de la novela negra que caracteriza su estilo, estuvo sostenida por la mirada del escritor hacia su público. Tal vez, con aquellas páginas que leía entre sus manos, soportaba las capas que iban descubriéndose entre los fragmentos cuyos intermedios punteaba Ballesteros, recordando la turbulenta profundidad marina. Los escenarios son familiares a medida que iban dibujándose en la mente de la audiencia: reflejan la hipocresía del turismo y la aporofobia, los suburbios donde se explotan a las prostitutas y las madejas del poder corrupto, aunque quede el honor de quienes aun se resisten a caer. 

Como el de Ricardo Blanco, hecho carne y hueso. La dramatización, a cargo de la compañía Teatreros y gracias a la organización del evento por parte de Elizabeth Luna, tomó el acento canario de una tierra que intenta vender el paraíso.  

Un hombre cierra los ojos y tamborilea la mesa. Sigue el ritmo que se traslada a los diálogos que son representados en una y otra mesa de la sala que fuera un taller de carpintería. «A los cabrones no les importa la vida de los demás», resuelve uno de los personajes. Quién sería de esa estirpe en la sala. Pero José Luis Correa solo deja que la violencia tome forma en el libro porque este es un encuentro entre amistades, escritores y seguidores. Un punto de venta, sí, aunque un suspiro al reencuentro tras la pandemia. 

En sus preocupaciones como ciudadano y escritor, el autor siempre ha mantenido un discurso crítico y coherente con las realidades sociales que lo rodean. Los cádaveres, lejos del naufragio que llamado la atención a la pareja, son en realidad una excusa para analizar la clara debilitación de un sistema de acogida que permite el hacinamiento o la presencia de las mafias que juegan con las vidas de quienes embarcan.  

Detrás de los protagonistas de la velada hay un globo terráqueo. Es el punto de fuga del dúo formado por los dos creadores. Está levemente iluminado y, por casualidad, el eje de la Tierra está parado en ese punto del Atlántico donde quedan las islas Canarias. Ahí es donde el mundo las visualiza: en una maqueta de plástico mientras el detective Ricardo Blanco las señala.    

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