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Else Lasker-Schüler: Oda a una vida sin filtros

La poeta judía alemana que perdió familia, maridos, hijo, patria, juventud y su mundo, pero no el vitalismo

Else Lasker-Schüler

La vida de Else Lasker-Schüler recorre la historia de Alemania desde su unificación con Bismarck hasta el colapso del Tercer Reich. Escritora, poeta y artista gráfica, judía alemana en tiempos de nazismo, perdió amigos durante la Gran Guerra, en las cárceles rusas y en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. Fue testigo de la Europa de entreguerras, sus libros fueron quemados por los nazis y le fue revocada la nacionalidad alemana, tras lo cual tuvo que exiliarse primero en Suiza y posteriormente en Palestina, donde también presenció la durísima confrontación entre árabes y judíos.

Parecería que, desde su nacimiento en 1869, fuese su destino el estar rodeada de un permanente halo de tragedia: la muerte de su madre, la de su hermano y la de su padre acaecieron en un corto espacio de tiempo. Se casó con el doctor Berthold Lasker, pero la relación fracasó y ella, lejos de conformarse con un matrimonio que bien podría haberle dado la estabilidad social y económica que una mujer se suponía debería buscar en esa época, decidió divorciarse. Años más tarde, se unió con el escritor Georg Lewin, del cual también se separó; a partir de entonces y hasta el fin de su vida, su situación económica dependería, en gran medida, del apoyo y la caridad de sus amigos. A todas estas penurias familiares y económicas se unió el acontecimiento que probablemente más marcó su vida y que provocó en la artista una profunda crisis emocional: la muerte de su hijo Paul a causa de una tuberculosis.

Solitaria y exiliada como mujer, escritora y judía; aislada, incluso; apartada, en ocasiones; incomprendida, generalmente; sin filtros, siempre, porque no había nada que Else no se atreviese a decir sin anestesia a cualquiera que tuviera delante. Mujer extravagante y entregada a la bohemia berlinesa de los círculos expresionistas. Figura clave para la lírica en lengua alemana y personalización de una constante lucha de fuerzas dicotómicas: ángel y demonio, lo masculino y lo femenino, lo burgués y lo bohemio. En definitiva, fue una persona que, citando una frase de Goethe que ella misma usaba: «gritaba altísimamente de júbilo y [estuvo] acongojada hasta la muerte».

Else utilizó toda su soledad y todo su dolor y los canalizó para escribir una prolífica obra, que bien podría considerarse un mar de escombros que ella supo navegar con pena y esperanza a partes iguales, porque como le dijo a su amigo Karl Kraus en una carta «por la mañana se me rompe el mundo, por la tarde lo vuelvo a pegar». Usó el amor, tanto emocional como físico, y el erotismo como fuentes de todo arte, incluso en sus últimos años cuando su cuerpo, ya deteriorado, y su alma, siempre joven, sufrían de cierto anacronismo mutuo.

No es justo para una escritora de su talla necesitar carta de presentación pero, si así fuese, podríamos citar a Gottfried Benn, quien dijo de Lasker-Schüler que era «la mejor poeta que ha tenido nunca Alemania», o a Peter Hille, a quien la escritora debe su apodo de «el cisne negro de Israel» y quien la describió como “una Safo cuyo mundo se ha vuelto pedazos”. 

«Solo la eternidad no es exilio», dijo Else, y en 1945 -meses antes de la caída de Hitler- y parafraseando el poema que el rabino leyó en su funeral, caminó hacia su hogar eterno desde el Monte de los Olivos, donde está enterrada, dejando la literatura alemana un poco más triste y una gran fuente de arte que, en días como el 8 de marzo, sin duda merece la pena ser recordada.

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