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Cine

'Isleteñas', el documental que muestra el barrio de la lucha trans

Patricia Rivero relata las vivencias del colectivo trans a través de la vida de Margaret García, Lourdes Coello y Marián Pérez, quienes fueron perseguidas por el sistema

Margaret García, Lourdes Coello y Marián Pérez, protagonistas del documental canario ‘Isleteñas’. José Carlos Guerra Mansito

Patricia Rivero conoció a su tía Andrea de pequeña. En principio, esto sería una noticia más dentro de las genealogías inconclusas del árbol familiar, pero el silencio pesaba cada vez que intentaba saber algo de ella. Era mujer trans, nacida en 1962, cuando el reto era no acabar encerrada por los grises de la dictadura franquista. Las palizas de las comisarías, unidas al repudio de la sociedad, le hicieron encontrar un camino alternativo: La Isleta. Allí estaban sus iguales. Allí, la esperaban Margaret García Herrera, Lourdes Coello Álvarez y Marián Pérez Segura, las protagonistas de Isleteñas, el documental que rinde homenaje al barrio capitalino como seña de resistencia y campo de batallas y acogida del colectivo LGTBI

Pero, de vuelta a casa, la familia adoptiva las arropaba. Un ritual imprescindible era el bautizo que las dotaba de sus nombres femeninos. "La Isleta siempre fue diferente", asegura Lourdes. Las mayores rociaban la cabeza de las recién llegadas con cualquier cosa que tuvieran a mano, incluso picón, y quedaban con el nombre que se les ocurriera. "Las chicas tuvieron suerte, pero había algunas que las llamaban de cualquier manera, y las mayores también intentaban ahuyentarlas para que la policía no las detuviera cuando merodeaban por su zona. Era una forma de cuidarse las unas a las otras: todas se critican y todas se adoran", apunta Rivero entre risas. 

La Isleta fue cuna

En la cafetería de La Madera de La Isleta, estuvieron charlando cada semana en mayo del año pasado las protagonistas y la realizadora. Las anécdotas iban yendo y viniendo, con el espíritu vivaracho que cuenta las crudas vivencias, conociendo cómo sus padres tenían que sacar a las menores de edad de las comisarías en las que las detenían por pintarse la raya del ojo. A través del teléfono, Marián recuerda las palizas de después, pero sobre todo el pavor de la espera, "las chicas que eran mayores que nosotras se automutilaban para que las enviaran a los hospitales desde la comisaría porque, si no, terminaban en las cárceles para homosexuales de Huelva". A Lourdes le dieron un porrazo en la cara por ir maquillada y, respaldados por el sistema que funcionaba bajo la ley de Vagos y Maleantes, la policía las acorralaba y las llevaba hasta el barranco de La Ballena para hacerlas correr, en la noche y descalzadas de sus tacones, en la negrura, dejándolas allí tiradas

La juventud, divino tesoro, estaba llena esperanzas y energía. "Teníamos más cara que espalda, así que seguíamos adelante", dice Lourdes, y enlaza con lo que cuenta Margaret, "teníamos nuestras ideas y sabíamos cómo éramos: íbamos en contra del sistema y de la sociedad que solo quería que la mujer se quedara en casa y el hombre se pusiera a trabajar". Entre los tonos grisáceos, se atisbaba la luz de los espectáculos en donde hacían arte bajo los focos. Empezaron en la desaparecida sala Britania, por Fernando Guanarteme, y falsificaban los DNI para que las dejaran entrar. Allí dentro, interpretaban a Cher o a Gilda y, más tarde, llegaron a girar con Paco España y en distintas compañías de cabaret con las que recorrieron la península, sus pueblos y plazas, "era muy polifacética, te cantaba No llores por mí, Argentina y luego iba a lo cómico", guiña Margaret.

Trabajar sin cotizar

Una de las denuncias del filme es la inestabilidad económica a la que se enfrentan estas mujeres. En la actualidad, los sindicatos estiman que las personas trans sufren una tasa de desempleo en Europa de entre un 85% y 90%, así que, hace cuarenta años los obstáculos eran insalvables. Lourdes lo ejemplifica: "Estuve trabajando 20 años en el sur, pero a los dos meses me ofrecieron el paro o seguir en B, además, el espectáculo no era suficiente, así que teníamos que prostituirnos para poder vivir". Discriminadas por su condición, quienes la contrataban no las aseguraban y ahora, con suerte, solo tienen opción al Ingreso Mínimo Vital. “Todo lo trabajamos sin cotizar”, matiza Marián. 

Las tres rondan esa edad mágica entre los 50 y el infinito. No se arrepienten de nada ni lamentan lo vivido, "aunque hay cosas que son para llorar, pero yo me río", suelta Margaret que recuerda cómo cantaba a Marisol con un pañuelo en la cabeza en su niñez. Viven rodeadas del cariño de los suyos y coinciden en los avances que ha obtenido el colectivo como la aprobación de la Ley Trans en junio de 2021. Un reconocimiento social que ellas no obtuvieron, pero del que tampoco se lamentan. "Vivimos una época maravillosa en los 80 y abrimos muchos caminos a las que vienen detrás", afirma Margaret, quien es activista en Gamá. Si se quedaran con un mensaje para el futuro, Lourdes lo tiene claro: "No hay que prejuzgar, hay quien todavía llama a las trans putas o ladronas, y eso tiene que quedar atrás". 

Andrea moriría en 1994 a los 32 años, pero Patricia se siente unida a su tía en el tiempo. El reto del documental está en difundir un mensaje de perseverancia y lucha por mantener los derechos del colectivo frente a quienes amenazan con destruirlos, al mismo tiempo que el pasado queda restablecido. "Siento que una ficha encaja mejor dentro de mí. Mi intención es que las tres tengan una vejez digna y me encantaría montar una obra de teatro con ellas, tienen caña y flipas, y, sobre todo, que se conozca la historia para que las nuevas generaciones sepan de dónde vienen", dice la directora. La Isleta está orgullosa de sus hijas.

Cambio y apertura

La capital grancanaria tiene en su haber varios iconos del colectivo, como a la presidenta de Gamá, Montse González Montenegro, quien luchaba por sus derechos al margen de las trabas y penalidades de la sociedad. La Isleta era diferente, tanto, que las protagonistas cuentan que, en ocasiones, los vecinos abrían las puertas de sus casas si avistaban a la policía para que rápdiamente se escondieran en sus domicilios y escaparan de la violencia. Después de la Revuelta de Stonewall en 1969, el diario matutino El Eco de Canarias publicaría por primera vez en portada, a principios de 1976, la fotografía de un beso entre dos hombres mientras que el primer beso lésbico no fue captado por la agencia Efe hasta 1986.

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