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Susan Buck-Morss Filósofa

«Filosofar con imágenes libera de demostrar conexiones»

Susan Buck-Morss, en TEA, durante la entrevista. | | TEA

Susan Buck-Morss, una de las filósofas con más peso específico en la actualidad, pronunció el pasado sábado en TEA la conferencia ‘Archipiélagos de Historia’

Susan Buck-Morss es una de las pensadoras más deslumbrantes del panorama contemporáneo. Profesora de Filosofía Política en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y profesora emérita en la Universidad de Cornell, su producción bibliográfica está marcada por la figura de Walter Benjamin, sobre quien se está considerada la máxima autoridad viva. La curiosidad voraz, la movilización analítica de un formidable aparato erudito, la extraordinaria agilidad de la prosa y la intempestividad, que le lleva con frecuencia a hacer críticas frontales a la academia, se encuentran entre las señas distintivas de esta filósofa e historiadora intelectual, autora de libros seminales como Origen de la dialéctica negativa. Theodor W. Adorno, Walter Benjamin y el Instituto de Frankfurt; Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los Pasajes; Mundo soñado y catástrofe. La desaparición de la utopía de masas en el Este y el Oeste o Hegel, Haití y la Historia Universal. El pasado sábado, Buck-Morss pronunció en Tenerife Espacio de las Artes (TEA) la conferencia Archipiélagos de Historia, en el marco del ciclo de conferencias y diálogos No-Todo: crítica y negatividad, coordinado por Roberto Gil Hernández, profesor del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de La Laguna.

Fotografías yuxtapuestas de vendedores callejeros y de un robot con forma humana en Dialéctica de la mirada, una foto de Lenin que apunta a su parecido con King Kong en Mundo soñado y catástrofe, un diagrama cosmológico del vudú haitiano y otro de la francmasonería francesa en Hegel, Haití y la historia universal... ¿Puede hablarnos sobre su método para hacer filosofía a partir de imágenes?

Es una manera de evitar tener que demostrar conexiones. Digo simplemente lo que hay. Es lo que hace Walter Benjamin cuando en el Libro de los Pasajes afirma: «Nada que decir. Sólo mostrar». Esas imágenes desencadenan en mí pensamientos que forman diferentes constelaciones. Es una manera de filosofar contraria a la lógica de los conceptos de Descartes y Kant, una vía para abrir otros espacios para la filosofía.

Benjamin intentaba salvar lo singular, lo particular, frente a la incapacidad del concepto para respetarlo. ¿Esta manera de proceder ha determinado también el uso que hace usted de la imagen?

Absolutamente. Hay ensayos de Benjamin que he leído hasta cien veces y siempre encuentro en ellos algo novedoso. Nunca capto el concepto de inmediato porque en Benjamin eso es imposible, siempre te sale por cualquier sitio. Intento transmitir lo mismo a mis estudiantes: que empleen métodos de trabajo abiertos a la imprecisión frente a los filósofos que dicen que todo debe encajar.

El Libro de pinturas de José Antonio Aponte desborda la capacidad de cualquier académico y de un solo método

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Benjamin dice también en el Libro de los Pasajes que «lo eterno es más bien un volante en un vestido que una idea»...

Efectivamente. Algo sobre lo que no se puede saber sino experimentar, una percepción transitoria. Algo no autoritario.

La crítica de la autoridad concierne igualmente a lo que Benjamin dice sobre la verdad como muerte de la intención. ¿La experiencia, la relación con el mundo y los otros, tiene prioridad frente al sujeto y la idea que tiene de sí mismo?

Por supuesto. Experiencia es otro concepto central en Benjamin. A mis estudiantes les paso «en bruto» los ensayos de Benjamin para que los lean sin explicarles sus interpretaciones. A Adorno hay que enseñarlo de manera sistemática, coherente, pero con Benjamin no ocurre lo mismo.

Durante su conferencia habló de un documento de barbarie que es también un documento de cultura: el expediente del juicio de José Antonio Aponte, negro libre de La Habana ahorcado a principios del siglo XIX por promover una insurrección para abolir la esclavitud en Cuba. En este sumario se describe pormenorizadamente su Libro de pinturas, que desapareció y quizá fue destruido. ¿Puede recapitular sobre ello?

Aponte es un personaje fascinante. Carpintero, soldado y artista, cuando los jueces investigaban su Libro de pinturas interpretaron que mucha de la información que contenía la habría obtenido en La Habana de generales que comandaron la revolución haitiana, que entonces inquietaba enormemente a los españoles. De hecho, entre las pinturas del libro había un retrato de Henri Christophe I, que fuera emperador de Haití. El libro también contenía láminas que representaban la creación del mundo por Dios, calles y guarniciones militares de Cuba, soldados negros golpeando a blancos, el Preste Juan, portugueses ejecutados en la guerra de Abisinia, el coloso de Rodas, la caída de Manuel Godoy, funcionarios religiosos negros en Roma, las pirámides de Egipto, un caduceo que representa el comercio, la Virgen de la Regla, Juan de Baltasar, autor de una obra sobre la orden de San Antonio Abad en Etiopía; Diógenes en su tonel protegido por la diosa Isis, etcétera. Las conexiones del Libro de pinturas de Aponte van más allá de la cultura caribeña y europea y desbordan la capacidad de cualquier académico o de un método en exclusiva. Muy recientemente se ha empezado a poner en marcha un proyecto de colaboración entre expertos en diversas disciplinas y de distintos países para intentar una lectura conjunta del libro de Aponte. Todos se congregan en el proyecto web Digital Aponte de la Universidad de Duke en el que cada cual hace anotaciones. Mi sueño es que todos nos reunamos en una conferencia zoom para profundizar en esta investigación del Libro de pinturas de Aponte, más allá de los ámbitos americano y europeo. En línea con la ambición del propio Aponte.

A propósito del Preste Juan, que, como ha dicho, Aponte representó en su Libro de pinturas. En su conferencia puso una ilustración de Le Canarien, las crónicas de la conquista normanda de Canarias. En estas se cita también al Preste Juan, el mítico gobernante y patriarca cristiano que, según la leyenda, vivía en un reino maravilloso que algunas crónicas situaban en Etiopía. En Le Canarien se habla de la posibilidad de ir a por su reino tras culminar la conquista del Archipiélago y hasta de apresar al Preste.

¿De verdad? Este dato me parece realmente importante. Hace cinco años no sabía nada del Preste Juan pero ahora me fascina. Creo que si le preguntan a la mayoría de los occidentales por el Preste Juan no sabrían decir quién fue. Y no debieran pensar que, como no lo conocen, no es relevante. Ocurre que ahora mismo no es que reprimamos el conocimiento, sino que no lo vemos. Cuando escribí mi libro sobre Hegel y Haití no pensaba que la gente iba a decir que Hegel no tiene nada que ver con Haití sino que no podían ver la conexión. Las líneas que nos vuelven ciegos están trazadas y necesitamos ser conscientes de ello. Si eres filósofo y te importa la libertad esto es determinante.

¿Puede hablarnos sobre su último libro, Year 1: A Philosophical Recounting [Año 1: un recuento filosófico]?

Cuando comencé a estudiar el siglo I constaté que lo que nosotros consideramos como historia es una construcción de la cristiandad tardía. Empezamos ahí, tenemos historias del judaísmo, luego del cristianismo y después de lo pagano en el ámbito clásico. Todo separado, compartimentado. Los expertos de lo uno no suelen ocuparse de lo otro, pero entonces no había ninguna diferencia. Juan de Patmos, autor del Apocalipsis, el último libro de la Biblia, era judío y Filón de Alejandría, que también era judío, no se veía a sí mismo como filósofo judío sino como filósofo universal. Estoy en contra de las identidades. En Estados Unidos hay una relación peligrosa entre identidad y política y no creo que esta sea una buena manera de avanzar. Mientras investigaba el siglo I constaté que todos los conceptos que empleamos, incluido el de historia tal y como lo empleamos, no sirven. Son imposiciones de la modernidad que nos han llevado a los callejones sin salida de la posmodernidad. No podemos estudiar la historia reproduciendo la historia del progreso, con Occidente a la cabeza. Para salvar el proyecto de la historia universal tenemos que derribar esos conceptos. Descartes decía que tenemos que vaciar el concepto de toda contaminación empírica y Hegel decía lo mismo, de tal modo que para preservar el concepto había que olvidar lo que no encaja en la historia.

No podemos estudiar la Historia reproduciendo la historia del progreso, con Occidente a la cabeza

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Precisamente el Apocalipsis invoca una experiencia del tiempo que puede verse como alternativa a la filosofía de la historia hegeliana. La experiencia del tiempo que Benjamin moviliza como interrupción, porque el tiempo del Apocalipsis es un tiempo que tiene final, pero esa no es la filosofía de la historia que triunfó en Occidente, que es un tiempo sin final.

Benjamin habla de freno de emergencia. Algunos de mis mejores amigos filósofos dicen que hay que sacar a la luz momentos olvidados del pasado, pero ese no es mi enfoque. Yo apuesto por usar fragmentos de los manuscritos cristianos etíopes de Tigray no para rescatar una maravilla olvidada del pasado sino para iluminar el presente, leer a Filón de Alejandría como si estuviese sentado aquí, ahora, conversar con él, escucharlo. En el siglo I no existía la idea de continuidad cronológica. En la cristiandad esto no comenzó a existir hasta la Ilustración. No podemos hablar del Apocalipsis usando una categoría de tiempo que no está en el libro. Es muy difícil, pero tenemos que desmantelar el marco histórico de la modernidad europea. Para hacer una historia universal no podemos seguir ignorando los marcos históricos de los etíopes, los chinos, etcétera.

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