La pugna entre el poder clerical y el terrenal; la lucha implacable de dos hombres por una  mujer y la destrucción final de ésta víctima de sus anhelos corrompidos, narrada con pluma maestra.

Va para los 140 años que La Regenta vio la luz, una luz inextinguible, sin duda si atendemos a la vigencia y permanencia de un relato que ha marcado por su enorme valía el devenir de la literatura española desde la fecha de su aparición, a finales del siglo XIX.

Su vigencia reclama su reedición continua. En este caso es Alba editorial quien lanza una magnifica reedición de La Regenta, con la supervisión de Ignacio Echevarría que firma una excelente nota introductoria.

¿Su valor? Contar con trazo firme y realista el infortunio de la España de La Restauración, sometida al atraso cultural, al caciquismo y la corrupción política de las clases altas y al poder de la Iglesia Católica.

Pero con más crudeza aún narra el proceso de degeneración moral de una mujer, Ana Ozores, La Regenta, hasta la consumación del adulterio, tratado de una manera valiente como jamás antes se había hecho en la literatura española.

Su creador, Leopoldo Alas ‘Clarín’ con apenas 30 años cuando escribe La Regenta, es sin embargo ya un joven catedrático de Derecho Romano y un crítico de renombre, de gran prestigio, temido y respetado, con el seudónimo de Clarín.

Clarín elige, y no casualmente, una ciudad de provincias, «la heroicas ciudad» de Vetusta para recrear con actitud crítica, pero magistralmente la vida cotidiana de una ciudad de provincias del siglo XIX, con una atmósfera social asfixiante, dominada por el poder clerical que ejerce don Fermín de Pas, el magistral de la catedral y el mas secular de la nobleza feudal y caciquil de los Vegallana, y su coro de señoritos del casino entre ellos don Álvaro Mesía, el donjuán de Vetusta, obligado por su fama a cortejar y poseer a La Regenta.

La ironía y la retranca de las dos frases iniciales de la novela que describen a Vetusta, «la heroica ciudad dormía la siesta» y (...) «hacía la digestión del cocido y de la olla podría» fija el tono y la intencionalidad de la narración que a lo largo de su trama va presentando esos aspectos comunes a una novela naturalista referentes a los estados de ánimo, a desarreglos psicológicos de sus habitantes.

Ese tratamiento del adulterio que señalábamos antes, así como diversas escenas protagonizadas por las criadas Petra o Teresina o el relato de las infidelidades encubiertas que se dan en Vetusta, permiten señalar también otra característica de La Regenta como novela innovadora y audaz, como es su marcada y entrevelada carga erótica; ello unido al anticlericalismo que respira abiertamente, llevó a una crítica despiadada de los sectores conservadores e incluso a ser censurada en periodos determinados como el franquismo.

En ese clima de ciudad cargada de apariencias se asiste a lo que Ignacio Echeverría define en su introducción a esta edición, como  «el implacable cerco que, al amparo de la hipocresía reinante, tienden a Ana Ozores, la Regenta, un petimetre local (don Álvaro) envanecido de su bien labrada reputación de donjuán, y el ambicioso sacerdote (don Fermín) destinado a ejercer de su director espiritual y a enamorarse perdidamente de ella».

La protagonista, Ana Ozores, pasará a ser el objeto principal de la disputa que se establece entre dos fuerzas de poder. Una representada por la iglesia, en la figura del magistral, y otra representada por la oligarquía de la ciudad, a través del donjuán Don Álvaro Mesía.

Doña Ana Ozores, La Regenta es esa esposa de la buena sociedad que se siente triste y abandonada y en medio de la mayor insatisfacción y desesperación; es una esposa en desamparo, sin hijos, sin amor, casada con un hombre, don Víctor, que le dobla la edad y que prefiere salir de caza en busca de un buen macho de perdiz a las caricias conyugales. Es un personaje irrisorio, que no es consciente de la insatisfacción de su esposa.

En ella hay un continuo batallar, un ir y venir entre la religión que representa don Fermín y la pasión, el deseo, la atracción por don Álvaro. Ella aspira al cielo y a la tierra.

Don Fermín, el magistral, llega a lo alto gracias a su madre Paula Raíces que considera un filón sus dotes de orador. Tenía el poder del confesionario, y una inteligencia natural para atraer a su confesionario a los poderosos de la ciudad y conocer así el interior de cada casa importante. En principio conquista y capta a La Regenta, pero la humillación y vergüenza que ésta siente después de que el cura la hiciera desfilar en Semana San, vestida de nazarena, con los pies descalzos, ante las miradas envilecidas y malintencionadas de la sociedad de Vetusta, producirá el distanciamiento.

Don Álvaro, es el donjuán de Vetusta, un conquistador que alardea de sus conquistas, hombre fatuo hasta el extremo. Es apuesto galán poseedor de una conducta viciosa y corrupta que esconde con el arte de la galantería.

El y don Fermín eran dos gallitos luchando a muerte por el corazón de La Regenta, dos pavos reales. Ambos son tenorio, uno con sotana y otro con levita de sastrería parisina.

Finalmente las ilusiones de La Regenta tienen poco que ver con las ideas espirituales y religiosas que intenta inculcarle don Fermín y su afán por convertirla en una beata, y más, en cambio, con las del deseo y el placer sensual que le inspira don Álvaro y con el anhelo de volar mas allá de las estrechas paredes del palacete.

Don Álvaro consigue su presa y consuma el adulterio; cuando este se hace público y su marido cae muerto en el duelo con el rival, ella es condenada al ostracismo por la sociedad bien de Vetusta. El haberse saltado las normas del convencionalismo burgués le supondrá su exclusión social, la censura y el aislamiento implacable de una sociedad hipócrita.

Entonces ella, con el único apoyo del amigo Frígilis, pudo ver en realidad como eran don Álva ro y don Fermín, sin máscaras ni velos, pudo ver lo poca cosa que eran ambos, la escasa talla de ambos y descubrió como debajo de la retórica –pasional en el galán, espiritual en el clérigo- que cada uno había usado para enmascararse y engañarla, no había nada, absolutamente nada, sólo quizá «el vientre viscoso y frío de un sapo», que Ana creyó sentir al desmayarse en la catedral. Ana sufrió el engaño de la religiosidad y beatería mística y el embrujo igualmente engañoso del cortejo frívolo y elegante. Fue víctima de sus anhelos y de sus limitaciones y eso le llevó a la catástrofe. La vanidad el narcisismo, el donjuanismo y otras varias afectaciones concurren en los dos gallitos para hacer del amor una mascarada, por la que Ana Ozores se deja engañar ofuscada por sus ideas de liberarse y lograr el amor.

Uno de los mejores conocedores de La Regenta, Gonzalo Sobejano, concluye que «la catástrofe» de La Regenta, «es al mismo tiempo el triunfo del dolor», pues Ana Ozores no se mata como Emma Bovary o Anna Karénina, sino que continua viva para sufrir y acude a la catedral para comprobar allí lo infinito de su desolación».