Bernardo Atxaga escribe poesía aunque esté tratando de poner orden en un abecedario, o en la lista de la compra, o en la prosa de los días. Tiene 70 años, dejó la banca porque lo llamaban otras anarquías y es capaz de hacer hablar a los pájaros y a las serpientes y a las ocas pareciendo que la voz de la selva de los mares es más sabia que la de los hombres. Lo ha hecho en todos sus libros, desde 'Obabakoak'que catapultó al conocimiento del mundo a este vasco que tiene a Bilbao como la ciudad de su alma y a los pueblos de los que es deudor como la materia de sus sueños.

Ese modo de decir, y de soñar, está en 'Desde el otro lado' (Alfaguara), que hace unos días presentó en la librería Alberti con su amigo Manuel Rivas, con cuya 'En salvaje compañía' tiene tanto parentesco esta panoplia de voces de la naturaleza salvaje que es la última entrega de Atxaga. Ésta arranca con la historia de dos hermanos, uno de ellos con discapacidad psíquica, y sigue con otros dramas en los que la muerte va mostrando caminos que, a pesar de los pesares, también están marcados por el humor de este novelista que habla como si en la cabeza y en los ojos conservara la perplejidad de un niño.

En este libro no hay palabra que no despierte un sentimiento de desamparo.

No es que yo me haya propuesto hablar de seres desamparados. Quise meter aire dentro de un horno para ver qué pasaba en ese horno. En la nebulosa interior, en lo caótico, en el lenguaje. Y, en ese sentido, es algo que está escrito desde la zona sombría de la vida. Pero, al mismo tiempo, no he querido rendirme a lo sombrío, sino también contar la luz, rescatar a determinados personajes y paisajes.

Pero el libro arranca con el desamparo de dos hermanos.

Claro. Por una parte está la narración que permite adentrarte en una zona de la realidad y olvidarte de otras. Y, por otra parte, está la geografía. Es decir, un área mental, cultural, no la geografía física. Mi convicción es que nacemos en universos autosuficientes. En este caso, en un universo dominado por la religión católica, una sociedad estricta que sabe que ante cualquier perturbación hay que defenderse. Entonces, la historia de esos dos hermanos no sería trágica si no ocurriese en ese universo.

"Los animales tienen una carga de significado enorme. La serpiente, por ejemplo, es el mal. Los pájaros son el alma. Las ardillas son infantiles"

Utiliza elementos de la naturaleza para que los personajes cuenten lo que ven. ¿Por qué ha querido auxiliarse, por ejemplo, de los pájaros?

Yo hice un libro con alfabetos y me di cuenta de que cualquier letra podía ser un personaje tan creíble como uno de carne y hueso. Cualquier cosa vale para ser un personaje. Los animales tienen el gran atractivo de su belleza física y son una línea que llega hasta el comienzo de los tiempos. Y todos tienen una carga de significado enorme. La serpiente, por ejemplo, es el mal. Los pájaros son el alma. Las ardillas son infantiles.

Eso dota de enorme fuerza a la escritura porque tienen un lenguaje propio.

Sí. Porque así me libero de muchas cargas. Me centro en un lenguaje de inocencia poética.

En el libro se menciona dos veces la palabra tren. Pero el tren es fundamental en toda la historia.

Bueno, el tren es otro elemento de liberación del lenguaje. El tren, para mí, ha sido el vehículo más poético, el que ha entrado en la infancia de millones de personas. Es poético y también tiene belleza física. Es una imagen mental unida a la historia. No hay leyendas de coches, pero sí de trenes.

¿Usted estaba esperando el tren o de pronto llegó y le dijo: "tómame, soy tu personaje destructivo"?

Bueno, yo para ir al colegio cogía la bicicleta a las seis y media de la mañana y me iba a la estación de tren, cogía el tren y luego hacía dos horas andando hasta el colegio. El profesor decía: "Ustedes, los de los pueblos, siempre llegan tarde". Pues sí. Lo que te quiero decir es que, para mí, el tren ha sido salir de la niñez y entrar en la adolescencia. De los 13 a los 18 años, mi centro fue el tren. Por eso es un elemento que siempre cito como una referencia.

Bernardo Atxaga. José Luis Roca

Para usted el tren es la vida. Pero, ¿para estos chicos es la liberación?

Está bien ese apunte. Claro, el tren les ayuda a ellos, porque todo universo compacto arropa, te saca de tu soledad, de tu individualidad, pero también te puede hacer sufrir, convertirte en un mártir...

"Si una narración sólo es dramática, es que es impostada. Igual que no existe la felicidad completa, tampoco existe la infelicidad completa"

Pero en el libro también hay momentos de paraíso.

Efectivamente. Es que si una narración sólo es dramática, es que es impostada. De la misma manera que no existe la felicidad completa, tampoco existe la infelicidad completa.

También hay en estas páginas una búsqueda de la felicidad.

Estoy de acuerdo. Pero es la alegría de escribir. Simplemente me alejo de efectismos, intento ser exacto y ver las catástrofes de otra manera.

Dice, por ejemplo, una cosa dramática y luego otra llena de belleza.

Claro, claro. Bueno, lo hago sin querer. A lo mejor sigo la idea de que la naturaleza interior y exterior pueden empastarse. Mezclo todo: el ambiente, la geografía, los pensamientos… Igual esto tiene una raíz romántica, no lo sé. Pero aquí todos los paisajes hablan de los personajes y de la situación.

En el episodio de Daniel, el muchacho discapacitado que inspira la primera y se cuela en las otras tres historias del volumen, cuando va cambiando, pierde la música, los pájaros dejan de escuchar esa música que lo acompañó en la adolescencia.

¿Lo ves? Eso es lo que permite la liberación del lenguaje. En vez de describirlo todo al modo naturalista, dándole mil vueltas, yo digo que en la cabeza sólo tiene una musiquilla y, por lo tanto, ya es otro. A mí me parece que nosotros tenemos una música dentro, algo en el alma y, cuando desaparece, se deja de vivir. Porque desaparece el misterio de cada uno.

Si el mundo emitiera una música y usted la estuviera escuchando, ¿qué le estaría diciendo?

¿Te refieres a la música terrenal, no? ¿O a la de las esferas celestiales? Bueno… Sería una música confusa, no habría melodía reconocible y crearía un deseo de que terminara. Como un mal concierto, como un concierto cacofónico. De modo que me parecería más importante agarrarse a la música interior. Mejor así.