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Los papeles de Anita Brenner

Eduardo San José recupera un fragmentario y fascinante «ensayo» que brinda una fresca y «nueva» visión de la República y la Guerra Civil

Anita Brenner. | LP/DLP

Los textos de Anita Brenner sobre la II República, la Guerra Civil y algún episodio posterior a ésta que ha aflorado, caracterizado, compilado, traducido y anotado el historiador asturiano Eduardo San José Vázquez no son fácilmente clasificables: no lo son como historia, al tratarse de crónicas periodísticas, pero tampoco propiamente como tales, pues el volumen de información subyacente -incluida la de carácter económico-, la voluntad de análisis -con intuición prodigiosa- y, sobre todo, el empeño en inscribirlo en un periodo largo que poco tiene que ver con el que sirve de fondo a una crónica, fuerzan sus límites. En mi opinión componen en su conjunto un ensayo histórico de poderosa fuerza literaria (como su reportaje sobre Casas Viejas) e inesperable vigencia (como sus análisis de la «cuestión catalana»).

Los medios destinatarios de las «crónicas» son el The New York Times (diario o suplemento semanal), cuya horquilla política es proverbial, y el semanario The Nation, tal vez el más prestigioso y veterano medio de la izquierda norteamericana, caracterizado por su pluralismo, del que Barack Obama dijo en su 150 aniversario (2015) que «si estuviese de acuerdo con todo lo escrito en un número determinado, la revista no estaría haciendo bien su trabajo».

Anita Brenner, judía, era una antropóloga y periodista norteamericana-mexicana, inscrita en la izquierda neoyorquina, conocida sobre todo por sus trabajos sobre la Revolución Mexicana y por su acercamiento a los grandes artistas que dan cuenta de la dimensión holística de esta. Debió de sentirse «enganchada» a España un tiempo, y luego se desenganchó, pero ahora, gracias al trabajo de Eduardo San José, podemos apreciar que la intensidad de esa adicción pasajera ha dejado un rastro que pienso constituye material indispensable para comprender bien el tiempo del que se ocupa.

¿A que llamo «comprender bien»?. Todo auténtico historiador (académico o no) sabe la extrema dificultad -imposibilidad, quizás- de captar el espíritu del tiempo sobre el que trabaja, la verdadera alma que le da vida. Son posibles, a lo sumo, acercamientos y captación de reflejos, efluvios o retazos, pues la acumulación, engarce y tratamiento de los hechos no da para más; razón por la que es tan importante la literatura de una época para suplir muchas carencias.

¿Cuáles son las claves de que esta «historia» de la que se ocupa y que acaba construyendo Anita se nos muestre movida por tanta «alma»? A mi juicio dos, sobre todo. Por un lado, la robustez de sus armas interpretativas, de matriz básicamente marxista, que le otorgan una amplitud de foco infrecuente. Atención, no se trata del marxismo desecado y disecado por el leninismo, sino del que podemos emparentar directamente con Marx o bien con su tardío apóstol León Trotsky, con cuyo temporal arraigo mexicano -dramáticamente finiquitado por Stalin- tanto tuvo que ver, por cierto, Anita. Esta praxis analítica es la que le lleva a ver en el periodo 1933-1937 la onda larga de una «revolución española».

La segunda clave es su altísimo grado de implicación, pues al mirar desde dentro (emic, en la acepción de Pike tan cara a Gustavo Bueno) y «vivir» los periodos o episodios de los que se ocupa, logra darles vida en sus mal llamadas «crónicas». El juego de objetividad y subjetividad logra así el milagro literario de la vida.

Bajo la lente de esa visión marxista emic, en la que cuentan sobre todo las fuerzas en presencia en un episodio largo de la lucha de clases, vemos un paisaje que posiblemente no acabe gustando a nadie por “demasiado real”: la llegada de la República y sus dos primeros y gloriosos años de ejercicio son un bello episodio de progresismo burgués bajo la batuta de un Manuel Azaña casi adorado por Anita (a fin de cuentas un compañero de viaje como ella) y apoyado decisivamente por la clase obrera, periodo que concluye cuando no es capaz de trascenderse a otra cosa; la llegada de la derecha -republicana o no- encamina al régimen a una calculada voladura desde dentro que protagoniza Gil Robles hasta que lo desborda Calvo Sotelo; la victoria izquierdista en febrero de 1936 sitúa el proceso ante el dilema inexorable entre revolución o fascismo; la Guerra Civil es solo otro modo más franco de resolver el dilema y, ya dentro de ella, el aplastamiento por la República de la fallida «revolución dentro de la revolución» (o sea, del mayo de 1937 en Catalunya) supone un golpe de orden, con un intento de recomponer casi el burgués, fruto de la alianza entre la derecha socialista y un comunismo a las órdenes de Stalin. Todo con arreglo a un libreto signado por la fatalidad, bajo un crescendo (al que Anita acompaña con creciente implicación) que se corresponde con la aceleración dramática de los acontecimientos y que, al formar parte la narradora del libretista colectivo, adquiere una envolvente verosimilitud.

Acostumbrados al cansino edulcorante que muchos historiadores vierten sobre las acciones de unos o de otros, agarrotados además por su visión «metafísica» (más propia de taxidermistas) y la consiguiente incapacidad para captar el dinamismo interno de los hechos, este ensayo histórico fragmentario de Anita Brenner, sumamente informado, supone un golpe de salud, desde luego, pero también de verdad, aunque se trate de su verdad. Personalmente no dejo de compartir en buena medida su interpretación, con la que guarda afinidad mi semblanza biográfica de Francisco Largo Caballero (2003) y su encuadre en el que he llamado «ciclo revolucionario español».

El esfuerzo realizado por Eduardo San José para dar a luz esta edición ejemplar -buceando largamente en los fondos del Harry Ransom Center, en Austin, Texas, seleccionando y traduciendo las «crónicas», anotándolas, introduciéndonos a ellas y a la autora con un estudio preliminar justo de tamaño y contenido y aportando tanto un utilísimo dramatis personae de las citadas menos conocidas como un apéndice gráfico- debería merecer no solo el reconocimiento a su excelente labor sino la decidida atención de los estudiosos del periodo y público en general hacia la aventura política e intelectual en España de la siempre sorprendente Anita Brenner, gozando de la intensa luz que el fruto de esa aventura arroja sobre el periodo, devolviéndole el movimiento sin el que -en mi modesta opinión- no se puede entender.

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