La Provincia - Diario de Las Palmas

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Peri Rossi y la escritura del exilio

«¿Existió alguna vez una ciudad llamada Montevideo?»

En la medianía entre el rechazo y la aceptación sobre la migración

se ubica ‘Estado de exilio’, publicado en 2003 por Cristina Peri Rossi

Imagen de Cristina Peri Rossi en Barcelona, en 2017. | CRISTINA GALLEGO

La poeta uruguaya, Premio Cervantes, escribió sobre los procesos de asimilación y adaptación ante un nuevo estar en una ciudad distinta 

En El sol de los desterrados (1990), uno de los ensayos más certeros sobre la escritura de los expatriados, Claudio Guillén sintetiza dos respuestas literarias fundamentales ante el exilio, partiendo de diferentes autores clásicos. Ovidio representa el rechazo total, tras su «relegación» forzada a Tomiş (Constanza, en la actual Rumanía), plasmada en los poemas de su obra Tristia. Allí refleja su experiencia traumática junto al Mar Negro y el enfrentamiento entre el cosmopolitismo romano y la «barbarie» de las afueras del imperio. Son textos de denuncia, donde el distanciamiento es evocado como mutilación.

No obstante, si alguien pregunta,

de entre vosotros,

de dónde tantos pesares canté,

tantos pesares pasé.

No compuse estas cosas con inspiración, no con arte:

el tema su inspiración halla en el mismo dolor.

Ajeno a esa desolación existencial, Plutarco encarna la aceptación y el oportunismo de esta experiencia extraterritorial. A través del alegato al universalismo de su ensayo Sobre el exilio, donde identifica el mundo con una patria común, traduce el exilio en descubrimiento, en una experiencia luminosa. Valiéndose de la consolatio, como fórmula que debe iluminar el nuevo hogar, defiende la necesidad de dotarse de un espíritu socrático que evite embarcarse en una negación erosiva:

¿Ves en lo alto este infinito éter que sostiene en su entorno a la tierra en húmedo abrazo? Estas son las fronteras de nuestra patria y nadie es ni desterrado ni extranjero ni ajeno en ésas, donde hay el mismo fuego, agua, aire, y son magistrados, administradores y consejeros los mismos: sol, luna y estrella matutina.

Después de investigar las secuelas de la migración involuntaria, los psicoanalistas León y Rebeca Grinberg comparten el mismo diagnóstico en sus estudios. En Psicoanálisis de la Migración y del Exilio (1998) identifican la ocnofilia con la mirada negativa hacia el afuera, y el filobatismo, con la mirada positiva.

Pero en esta polaridad a veces naufragan las posiciones intermedias. A fin de cuentas, cualquier desplazamiento permite lecturas intermedias. Es factible que una experiencia traumática transite el efecto contrario, y vaya desarrollando interferencias entre el rechazo y la aceptación.

Es en la medianía donde se ubica Estado de exilio, poemario publicado en 2003 por Cristina Peri Rossi, y reeditado recientemente en la Poesía Completa (2022) en Visor Libros, tras ser galardonada con el Premio Cervantes en 2021. El texto fue iniciado a su salida de Uruguay, y configurado en los primeros años de exilio (1972-1974), para luego ser guardado durante las tres últimas décadas:

Fue el primer libro que escribí en el exilio, y sin embargo, no intenté publicarlo. Un extraño pudor me lo impidió. No es fácil llorar en las calles de las ciudades adoptivas, y no quería contribuir al dolor colectivo, al desgarramiento solitario. Intentaba, además, evitar la autocomplacencia narcisista, la conmiseración.

Efectivamente, el poemario inaugura su escritura del desplazamiento, al que se sumarán otros títulos relacionados con la extraterritorialidad, como Descripción de un naufragio (1975), Diáspora (1976) o incluso Babel Bárbara (1991). Significa el punto de partida temático y referencial, y de modo singular, conjuga la mirada ovidiana y la plutárquea, manejando sobre ambas un sutil equilibrio. A través de un enfoque panorámico de toda la experiencia migratoria, funciona como bisagra de un distanciamiento que requiere primero el aislamiento y el rechazo, para posteriormente entregarse a conversar con el mundo, plasmando una escenografía pendular que pivota entre el rechazo y la aceptación. Los 51 poemas de la composición atraviesan el recogimiento melancólico y repulsivo que sugiere Ovidio en una primera fase, para luego expandirse hacia la liberación y la asimilación que propone Plutarco.

Ser en movimiento

En los primeros pasos del periplo a España, evoca su temblorosa instalación en Barcelona, donde también fue perseguida inicialmente, previo paso por París en 1974: «Como exiliada que fui, mi relación con el poder ha sido de oposición, enfrentamiento, rechazo y me han perseguido, también estuve exiliada del franquismo: haber sobrevivido ha sido milagroso». El poema II responde con intensidad este sentimiento de desgarro y naufragio.

Soñé que me iba lejos de aquí

el mar estaba picado

olas negras y blancas

un lobo muerto en la playa

un madero navegando

luces rojas en altamar

¿Existió alguna vez una ciudad llamada Montevideo?

Esta onírica invitación al naufragio testimonia la pérdida de certezas del país de origen, con el que la voz poética conversa ante la inquietud del porvenir. Allí comienza a digerir la implicación del exilio, que a todas luces es una aventura impredecible, mientras su voz atisba, de forma tangencial, dicho sea de paso, un destello de flotamiento.

En esta fase, el rechazo explora también la alternancia de pronombres, en el uso de un «yo», un «tú», y sobre todo, en los elementos plurales «nosotros» y «ellos», como proyecciones del dolor ajeno. Como señala Peri Rossi: «muy pocos están escritos en primera persona. No me interesaba tanto expresar mis sentimientos, mis emociones, sino el fenómeno en sí; miraba el dolor ajeno para dejar de mirar el propio». Encontramos un ejemplo evocador en un fragmento del poema XXXV.

Si volvieran

no reconocerían el lugar

la calle, la casa

dudarían en las esquinas

creerían estar en otro lado.

Situado en mitad del poemario, el texto evidencia la segunda fase del exilio: una desubicación que se entremezcla con las referencias al desexilio que delimitara Mario Benedetti en El desexilio y otras conjeturas (1984), cuya propuesta condicionaba el regreso posible a un lugar imposible. Algo que experimentan quienes pasan largas temporadas en otro país, y a su vuelta ven los lugares de la infancia usurpados o transformados: una escenografía urbana completamente alterada.

Al inicio, pocos exiliados son conscientes de que tras el exilio su ser y su estar ligados al país de origen comenzarán a desmembrarse. Los lugares familiares se difuminan. Peri Rossi evoca en numerosos textos dicha imposibilidad. Es consciente de la dificultad que conlleva recuperar algo diluido y difuso. Quizás porque ya no está dispuesta a seguir comunicándose con el pasado, sino a proyectarse en el porvenir de la extranjería. Algo que comparte con María Zambrano, «el exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que, una vez que se conoce, es irrenunciable».

Lo señala también Edward Said, en diálogo directo con Plutarco. Para el crítico palestino todo desplazamiento acarrea, además de la desubicación, el efecto contrapuntístico en la mirada. Se fomenta un cambio en la forma de observar lo que les rodea. La digestión del «desestar» revela una nueva perspectiva, una revitalización del nuevo territorio, como también declarara la poeta uruguaya.

El exilio nos proporcionaba una segunda oportunidad: la de empezar a vivir en otra parte, cuando ya sabemos las dos cosas más importantes en la vida: leer y escribir. (No se consuela quien no quiere, en el fondo soy una optimista)

Consolidación del estar

Ciertamente, como defiende Peri Rossi, «si el exilio no fuera una terrible experiencia humana, sería un género literario», algo que comparte también gran parte de la crítica literaria en Latinoamérica. A dicha reflexión habría que sumarle que Estado de exilio serviría de escaparate para abordar los diferentes niveles de este gran exilio latinoamericano, donde el desplazamiento se trasplanta desde el rechazo hasta la integración en la nueva residencia. Es la radiografía completa de un fenómeno traumático que evoluciona hacia una respuesta contrapuntística.

Concluyendo su viaje al afuera, Peri Rossi incorpora como últimos poemas de la obra los textos: Cercanías, Barnanit, donde explora la última etapa de su migración, considerada como la integración definitiva, de clara aspiración plutárquea. En ella reúne los requisitos para aceptar el traslado definitivo, para multiplicar la patria, que ahora viene integrada por Montevideo, la ciudad de origen, y Barcelona, la residencia definitiva. La poeta relata en Poesía Completa que estos dos textos aparecen en 2003. Ambos se configuran como asentamiento, alejados del primer ciclo del exilio.

Fui escribiendo, entretanto, otros poemas del libro ‘Estado de exilio’ para completar el periplo: dolor-castración-integración-amor a la ciudad adoptiva. Por eso, el libro termina con dos poemas de aceptación y amor a la nueva vida, ‘Vita nuova’, llamó Dante, salvando las distancias, al enamoramiento.

Estos textos escancian los años de asimilación y el proceso de desarrollo y adaptación ante un nuevo estar en una ciudad y un idioma distintos. Sus estrofas son un canto a la aceptación, a la cicatriz de la imposibilidad, y sobre todo una declaración de amor. La última de las estrofas de Barnanit diluye su extranjería de forma definitiva: a partir de ahora la identidad responde a una doble pertenencia.

Creo que por amarte

intercambiaremos sílabas y palabras

como los fetiches de una religión

como las claves de un código secreto

y, feliz, por primera vez

en la ciudad extraña

me dejaré guiar por sus pasajes

por sus arcos y volutas

como la viajera por la selva

en el medio del camino

de nuestra vida.

Las ciudades sólo se conocen por amor

y las lenguas son todas amadas.

El canto a su ciudad de acogida demuestra que Peri Rossi consolida su residencia en Barcelona, ciudad con la que se identifica, ama, y donde sigue viviendo en la actualidad. No obstante, solo nos quedaría por saber, y es algo que ella misma cuestiona, si esta forma de rendirse a la ciudad mediterránea es un amor de resignación. Una forma de esquivar su miedo a otro proceso similar de migración, quizás para no afrontar nuevamente un desexilio con esta nueva ciudad, como ya le ocurrió con Montevideo.

La autora explica esta situación contradictoria: «No regresé. Me quedé aquí. No quería repetir la experiencia de añoranza, no quería sentir una nostalgia diferente. Soy muy querenciosa con mis nostalgias, prefiero tener siempre las mismas; convivo con ellas, no quiero con vivir con otras». Algo que también indica en el poema A los amigos que me recomiendan viajes, dentro de la obra Europa después de la lluvia (1987), cuyo fragmento III lo revela con claridad: «El hombre que viaja huye. / El que se queda contempla».

En cualquier caso, la poeta expone así las tres etapas del exilio: rechazo, desubicación y aceptación. Y demuestra el dinamismo de una experiencia de cambio, de tránsito emocional, que desemboca directamente en la poesía. Un cambio espacial que sin duda, y en respuesta a las convulsiones políticas y sociales del pasado siglo en el continente, ocupa un lugar relevante en la Historia de la Literatura en Latinoamérica.

‘Dialéctica de los viajes’

Para recordar

tuve que partir.

Para que la memoria rebosara

como un cántaro lleno

-el cántaro de una diosa inaccesible-

tuve que partir.

Para pensar en ti

tuve que partir.

El mar se abrió como un telón

como el útero materno

como la placenta hinchada

lentas esferas nocturnas brillaban en el cielo

como signos de una escritura antigua

perdida entre papiros

y la memoria empezó a destilar

la memoria escanció su licor

su droga melancólica

su fuego

sus conchas nacaradas

su espanto

su temblor.

Para recordar 

tuve que partir

y soñar con el regreso

-como Ulises-

sin regresar jamás.

Ítaca existe

a condición de no recuperarla.


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