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El universo del poeta

Nórdica Libros publica ‘Hierro fumando’ sobre la vida de José Hierro bajo la mirada de Jesús Marchamalo

El universo del poeta

La vida de José Hierro, aderezada en jugosas anécdotas que componen la rica personalidad de un poeta imprescindible, se refleja en Hierro fumando, un resumen en pocas páginas cuyos espléndidos retazos sirven para conocer e interpretar a un escritor convertido en personaje. Jesús Marchamalo realiza este brillante ejercicio de síntesis, muy parecido a otras publicaciones suyas dedicadas a Kakfa o a Pessoa. Las ilustraciones en blanco y negro de Antonio Santos articulan y ponen en movimiento la narración; bellas estampas para acercarse al cuerpo y el alma del poeta, el centenario de cuyo nacimiento se celebra este mes de abril con numerosas publicaciones y acontecimientos. Recientemente se ha donado su legado a la Caja de las Letras del Instituto Cervantes.

El aspecto llamativo de José Hierro escribiendo en un bar llamado La Moderna , en el mismo sitio, imbuido del pensamiento poético y ajeno al mundanal ruido, con un ducados y una copa de chinchón es la postal que abre Hierro fumando. Nada mejor que conocer el lugar de creación y el hábitat en que vive la palabra y se traslada al mundo. El nivel de exigencia y el proceso de escritura, en que se desembaraza de todo y solamente vale el ojo sobre el cuaderno: «Páginas que copiaba y que rompía, reescribía y arrojaba después a la basura en la búsqueda, baldía muchas veces, de la palabra exacta -de diamante purísimo, decía: caminante, verano, roca, playa-, esa precisamente que convocaba el resto del poema como un mágico hechizo». El mar de Santander con su rutilante presencia iba a formar parte de la educación sentimental del poeta y tomaría presencia en su obra: «El mar apaciguado, indolente, apenas un siseo, que se transmutaba en rugido feroz, en viento y oleaje: la espuma rebosando la escollera y batiendo las rocas en un empeño de la mitología».

«Páginas que copiaba y rompía, reescribía y arrojaba después a la basura en la búsqueda, baldía muchas veces, de la palabra exacta»

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Marchamalo cuenta los entresijos de los primeros años de Hierro: el concurso de cuentos que ganó a los 12 años, cuya precocidad asombró al jurado, las primeras lecturas de Gerardo Diego y Juan Ramón Jiménez, los escritos con el seudónimo de José H. Real… Todo hasta que vino el oprobio de la Guerra Civil, el clímax abrasador y su ingreso en prisión tras ser obligado a mentir por su edad. Una frase rotunda, llena de anhelo, les diría a los reclusos: «Desde esta cárcel se ve el mar»; además de recitarles a Juan Ramón Jiménez y a Alberti. Tras la libertad se plasma lo correosa que fue su vida en pos de la supervivencia; trabajo como escritor de biografías cobrando una peseta el folio. Llegaría después su gran toma de contacto con la literatura, coronada en 1947 con la concesión del premio Adonais por Alegría, con un jurado de excepción: Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y José Luis Cano.

José Hierro fue un alma inquieta que también se dedicó a la pintura como crítico de arte, o a cultivar la tierra en su finca de Nayagua; esas facetas sirven para constatar la grandeza de un escritor al que le lloverían los reconocimientos en las décadas de 1980 y 1990, entre complicaciones de salud por el tabaco y esa obra última y culminante que fue Cuaderno de Nueva York, con ese verso que desnorta: Después de tanto, todo para nada.

Hierro fumando transmite la estatura de un hombre que supo dedicarse a sí mismo y a los demás, amante de las pequeñas cosas que tocó los temas universales. Un motivo más para amar la figura de «Alguien distinto, como decían de él quienes le conocían».

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