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Visión del mundo de José L. Luzardo

El artista exhibió al fin con dignidad y variada representatividad una antología de su obra bajo el título ‘La tierra prometida (y otros dildos)’

El artista José L. Luzardo junto a una de sus obras de ‘La tierra prometida (y otros dildos)’. | | LP/DLP

Darse un paseo por las dos plantas de La Regenta que custodiaron La tierra prometida (y otros dildos), de José L. Luzardo, entre el 18 de febrero y el 16 de abril de 2022, significaba reencontrarse con un artista que, tras un largo currículo de trabajo infatigable, alternando con la enseñanza y la paternidad, mostraba al fin con dignidad y variada representatividad su obra de modo aproximadamente antológico, dando prioridad a sus últimas fases creativas.

La amplia exposición, comisariada por Antonio Pérez Martín, hace un recorrido de la transición de este artista desde sus primeras obras de los años 90 hasta su producción más reciente, una fertilidad laboral que es constitutivamente inseparable de su vocación artística. Echando la vista atrás recordamos aquella etapa marcada por la impronta del cubista francés Fernand Léger, en cuanto predominaba en ella una marcada fijación por un sistema orgánico humano fijado en líneas y colores brillantes, desmembración que iría personalizándose en un estilo propio, una vez descartado el empuje escolástico.

La amplia exposición hace un recorrido de la transición de este artista desde sus primeras obras de los años 90

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Sin embargo, esta primera fase le lleva a una sistematización de vectores predominantes en su obra, a un código expresivo sostenible como si no le apeteciera renunciar a sus incitaciones de origen, en cuanto ha seguido con el color de siempre en las obras de las siguientes fases.

Véase por ejemplo el cuadro titulado La balsa del espejismo, óleo sobre lienzo de 1995. Aquí la referencia histórica es indudablemente La balsa de La Medusa, navegando en un encrespado mar verde esperanza, y cuyos ocupantes alzan sus brazos hacia un destino que es la neoyorquina Estatua de la Libertad como objetivo a alcanzar.

Pero se trata de nuestros contemporáneos del siglo XX, con gorras de visera, camisas deportivas, sandalias de plástico, aletas de buceo y una pelota de una marca publicitaria conocida: sin duda una clarísima señalización de la aventura de los balseros cubanos que emprenden la muy arriesgada aventura de alcanzar la libertad que tanto desean en tierra norteamericana.

Este año 1995 resultará especialmente fértil en la recurrencia a motivos clásicos, como sucede en el cuadro titulado mirándote, óleo sobre tela que revisará La Venus del espejo y Las Merinas de Diego Velázquez para cuadrar la síntesis luzardiana con su habitual estilística; o el titulado El caballero con la mano en el pene, otro óleo sobre lienzo que remite al famoso Caballero con la mano en el pecho de Doménico Theotocopouli El Greco, si bien femineizando el personaje en una muy lograda composición axial en forma de X que parte de las ventanas laterales y acaba en las franjas verdes de la base del cuadro.

En esta decidida revisión, entre humorística, erótica e ideológica no podía faltar una obra como la titulada La Libertad buscando al pueblo, una composición radial que tiene como base el famoso cuadro de, con un globo terráqueo a sus pies que ya empieza a presentarse en muchas obras posteriores, como indicando la intención de alcance global de la propuesta, bastante antes de que surgiera el concepto de globalización.

Una obra de José L. Luzardo. | | LP/DLP

Hay sin embargo un precedente en el cuadro Santa Litta Litta, un óleo sobre lienzo de 1944 que evoca una madonna clásica renacentista amamantando a su hija, vestida como la imagen comercial de una conocida marca de leche condensada, que significa una apertura a la estética pop, y ello sin perder las constantes habituales de colores planos y buscada geometrización compositiva.

Pero el globo terráqueo se impone como paradigma de su visión del mundo ya en la pieza Norte-Sur, un acrílico sobre loneta de 1991, sumergido en agua o situado en una silla colocada sobre una alfombra verde. En la exposición se muestra, ya como objeto escultórico, y sobre ella nuestro planeta cubierto con retazos de collages extraídos de mapas, un guiño a los desarreglos de todo tipo que ocurren en los Tres Mundos en los que suele compartimentarse el desarrollo, la miseria y su situación intermedia.

Y es que en Luzardo la intencionalidad crítica está siempre presentada como alegoría de un pensamiento que se rebela ante el progresivo deterioro de la condición humana por la codicia de unos pocos que han ido regulando nuestra vida a su conveniencia, la galopante degradación medioambiental y el rumbo negativo que va tomando el humanismo como base de la civilización. Su concepción de la realidad abarca pues la consecución de la belleza estética y una mirada proyectiva al mundo en el que vive, cuya historia se ha ido desbocando desde el siglo pasado hacia una posición que perturba e incomoda a los seres que tenemos la libertad y la vigencia de la Carta de los Derechos del Hombre como ilusoria garantía que nos aproxime a la ansiada felicidad.

La amplia exposición hace un recorrido de la transición de este artista desde sus primeras obras de los años 90

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Hay también en la obra de Luzardo una decidida vocación y una apuesta sostenida por el erotismo, que se manifiesta en la utilización de un adminículo receptor del pene, cual es el preservativo, ese invento que ha evitado que la población mundial se haya multiplicado exponencialmente, si bien las continuas guerras, genocidios, matanzas indiscriminadas, la esclavitud, la globalización de la indiferencia, las desigualdades, las violaciones de la ley natural, las hambrunas y las pandemias se han encargado de que la superpoblación acabe con los recursos que han sostenido al homo sapiens medianamente en el planeta.

Recordamos haberlos visto por primera vez en una exposición realizada en el año 2000 en la Galería Saro León, de Las Palmas de Gran Canaria, todavía encerradas en urnas o fanales de fantasía y acompañados de complementos contrastantes. Esta exposición muestra un ejemplar, titulado Máximo placer (2000), objeto formado por resina, clavos y fanal de cristal. Pero la apuesta por la representación peneana se va ampliando y se explícita ya como esculturas, como objetos acompañados por dos bolas, testículos generadores de vida, en latón cromado o bronce, con nominación de Sin título (2006) y un remedo del premio cinematográfico titulado Oscar (2003), que nos trae a la mente ciertas piezas escultóricas de nuestro admirado Constantin Brancusi.

La generación de estos objetos, continentes de contenido genital, s e convierten en un leit-motiv de la obra de Luzardo, titulándolos Señas de identidad (2006) en sus fotografías sobre dibond, con una franja de ojo avisor al que sólo le falta parpadear, o con una concha de molusco en la titulada Negritud (2008), usando el mismo procedimiento. A su vez la fotografía Virgen-es (2008) es un panel con nueve preservativos de metacrilato conteniendo imágenes diminutas de advocaciones marianas. Pero el máximo desarrollo de esta temática se alcanza en las instalaciones tituladas Límites en tránsito (2005), El muro alto (2004) y Donde Babel (2006) donde los círculos concéntricos o la torre troncocónica ilustrada con términos claves en la cultura actual, la luz negra y la transmisión de monumentalidad exploran decisivamente la falocracia de los poderes constituidos con una patente crítica que simula ser falofilia. Ya sabemos que en la historia de la humanidad los genitales masculinos han tenido un tratamiento religioso en la Antigüedad, en el lingam de la India, y que Príapo es el emblema de semejante glorificación; pero la operación de Luzardo consiste en cosificar esos estímulos metaforizándolos a su gusto subversivo y acaso provocador para las mentalidades de vía estrecha.

Porque él es esencialmente provocador y subversivo; con más convicción en su ruta después de conocer a Juan Hidalgo, de quien es un alumno aventajado, porque el chamán a quien solía visitar en su casa lila de Ayacata le dio alas para seguir esa actitud libertaria mediante la simbolización ya elegida, y como rendido homenaje al Maestro le dedicará la fotografía titulada Mano azul: la mano de Juan (2006), donde una mano azul empuña un emblemático chupa-chups multicolor.

La siguiente etapa creativa está marcada por el signo de la calavera, el único conjunto de la osamenta humana que persiste a través de los milenios y que ha servido para describir nuestra evolución como especie. Un símbolo de la persona que algún día la tuvo sobre su cuello y que el Arte se ha encargado de recoger con la misión de que testimonie el concepto de muerte, sobre todo en el arte de contenido religioso, y en la época del Barroco, donde se vuelve genérico de la tipología de Vanitas, significando la futilidad y la fugacidad de la vida terrenal.

Los eremitas de los cuadros clásicos la contemplan dispuesta sobre una piedra, en manos de Hamlet sirve para filosofar, en la Elegía de Miguel Hernández a Ramón Sijé dolorida evocación de su compañero del alma, en los cuadros de Cristino de Vera son ascetismo y mística, en los de Pepe Dámaso encajes risueños, en los grabados mexicanos celebración ritual de creencias prehispánicas que cuajan festivamente en el Día de los Muertos. Luzardo revierte esta concepción y cuadra entre 2016 y 2021 una serie de obras titulada Calaveras del montón en acrílico sobre lienzo, si bien hay precedentes en los objetos titulados La santa muerte (2007 y 2008).

Estas calaveras enmarcan rostros conocidos, y también se prestan a superposiciones de color en los titulados Código (2017) y a juegos concebidos con las orejas de Mickey Mouse con sinalética monetaria o tecnológica en las obras Homo digitalis (2018) y Yo tuve un sueño (2018), acrílicos sobre lienzo. También le seduce el cosmos, las constelaciones que se dejan ver en obras como El origen del mundo (2000) y Qué pequeño es el mundo (2000), en técnica mixta sobre madera.

El resto de la exposición, titulada La tierra prometida (y otros dildos) contiene obras de no menos interés: un Corazón de Jesús fumador y bebedor y una serie de figuras cruzadas con andas de color y a veces con máscara de gas, de gran belleza ideativa y formal, con algún guiño al pop de Andy Warhol y un dominio del sombreado que demuestran que no nos encontramos frente a un artista cualquiera, sino con un dibujante experimentado que opta por vías de renovación, transitando entre ideas de hombre contemporáneo y emociones que le provocan los convulsos tiempos que vivimos.

La entrega y el compromiso de Luzardo hacen que ocupe un puesto relevante en el arte hecho desde Canarias

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El catálogo de esta exposición, generoso en muestras fotográficas, contiene también unos esclarecedores y enjundiosos textos de Álvaro Rodríguez Fominaya, Margarita Aizpuru y el poema Cartografías, de su compañera la escritora y activista cultural Macarena Nieves Cáceres, dando lugar a un documento cuya ampliación confiamos en un volumen de la Biblioteca de Artistas Canarios.

Pues, visto lo visto en La Regenta y anteriormente en la Sala de Exposiciones del Instituto de Canarias Cabrera Pinto de La Laguna el año pasado, podemos decir que la entrega y el compromiso de José Luzardo por la creación de un proyecto estético e ideológico, hacen que ocupe un puesto relevante en el arte que se hace desde Canarias para el mundo. Y ello es así porque, una vez comprobado que valiéndose de la estética, y nutrido por los clásicos y el aliento de Juan Hidalgo como decisiva epifanía, su pensamiento se ocupa de la condición humana: es el habitante de este globo terráqueo su receptor ideal, su destinatario natural.

Nosotros somos sus primeros contempladores y destinatarios, pero el mundo, aunque ancho y ajeno a lo que aquí creamos, es el cauce donde este magma ideativo debe ser acogido para reflexión y para disfrute sensitivo, para digerir y pensar lo que Luzardo nos propone.

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