Lo malo de Sabina no es Sabina. Lo malo de Sabina es tanto fan que sueña en el Gran Rex y llama "mina" a la muchacha que le amasa el pan. Lo malo de Sabina es esa esposa que cree que el cantante, con la espina de una simple canción, transforma en rosa una vida con hijos e hipoteca, un marido mostrenco y con corbata, un discurrir los días de la ceca del mercado del barrio hasta la meca de un empapado sueño con la nata inundando pezones; y ella peca. Lo malo de Sabina no es Sabina.

Lo malo de Sabina es el colega sabinero de pro que, en tu cocina, consabida tabarra te restriega entonando estribillos de quinina para curar los males y las fiebres de tanta pretty woman que en la esquina siempre te servirá gatos por liebres. Nos persigue esta secta alucinógena, la de los que se saben de memoria toítas las canciones de su flaco, héroes de futbolín, tomar por saco, tíos vivos de burdel, burros de noria, canallitas de chotis y estatuario, chulaponas con tanga y tatuaje, macarras suburbiales de diario comprando en Cortefiel bragas de encaje, Torrente opositando pa' notario.

Lo malo de Sabina siempre han sido las chicas del visón, las elegantes cachorras del pepé, pelos de setas, cachondas cuarentonas, marionetas de Gucci y de Cartier, reinas picantes, solteras de alquiler, frisos parlantes del Partenón de El Viso, bicicletas estáticas en ático, con tetas rellenas de alcanfor: unas bacantes con mechas cospedal, frente muy alta, bied mas esperanzas, tiovivo, muy deshechas de tienta y burladero. Pasión con mercromina, cruz de Malta, manola en procesión tras el cautivo la niña de papá, Jesús Quintero.

Lo malo de Sabina es el hatajo –también sin hache puede hacerse el ripio– de poetas-legión con vaselina tirándole al cantante del badajo. Poetas de hemistiquio y tosferina, hackers del corazón, salitre al catre del micrófono en vena y la estricnina. Intimissimi vates, nerudianos de juegos reunidos, siderales vallejianos de gong, gores primates. Las chochonas de chapa y de pintura que ven en la canción una ITV, los perritos pilotos ladrándole a una nube. Lo malo son los años, las coplas y los bastos, las espadas también y hasta los toros. Lo malo no es Sabina, ya se sabe. Lo malo es querer encomendarse al bálsamo falaz de la memoria, que decía el maestro Ángel González, echarles salfumán a las heridas, hacerle una vez más a contratiempo la señal de la cruz al sonsonete. La otra noche Sabina, compañeros.

La otra noche, al concierto, como siempre. ¿Para salvar el mundo?, ¿para pasar el rato? Por si no lo sabían, yo por Sabina ¡mato!