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Humor
Manolo Vieira Humorista

Manolo Vieira: «Tengo la sensación de que voy a empezar de nuevo»

El humorista reabrió su sala, Chistera, este fin de semana tras dos años y medio cerrado por la pandemia

Manolo Vieira en ‘Chistera’ con el sombrero de copa que da nombre a su local. | | JUAN CASTRO

Manolo Vieira reabrió Chistera este fin de semana tras dos años y medio cerrado por la pandemia. El local vuelve a su actividad viernes y sábados, a las 21.00 horas, con el popular humorista en forma a pesar de los rumores sobre su salud que al final quedaron en un simple desánimo por no poder trabajar. 

¿Cómo ha vivido los días previos a la reapertura de Chistera?

A medida que se ha ido acercando ese momento cada vez con más nervios y eso agota un montón. Es una responsabilidad grande. Yo sé que gran parte del público me quiere, pero yo no puedo defraudarlo. Aún no he dado con la fórmula mágica, aunque sé que el viernes ha sido un día especial y el sábado también y que ya iremos cogiendo el ritmo. Pero nervios los tengo siempre

¿Cuánto tiempo en total llevaba cerrado el local?

Dos años y medio. Intenté abrir un par de veces, pero se hablaba de una ola y luego otra creo que ya van por siete. He perdido la cuenta de las olas que ha habido, como para ir a la playa, que me ahogo. Y eso me lo iba frenando y cada frenazo de esos era una decepción y una pérdida de ánimos que me iban afectando. Porque esta es mi actividad, y es una tristeza y una angustia no poder desarrollarla. Pero ahora está cambiando todo porque ha llegado la ilusión. Pero esta ilusión me crea unos nervios tremendos y tengo la barriga como una pelota del carajo. La preocupación es tan grande como la ilusión. Ahí están luchando entre los dos. Pero también es verdad que la ilusión no se pierde nunca.

¿Por qué tuvo que cancelar el espectáculo del Cuyás?

En ese caso fue por mi estado de salud. Estaba en manos de médicos. Pero me han hecho todas las pruebas del mundo y no tengo nada. Y yo creo que lo que tenía era la falta de esto, de actuar. Mucha gente en la pandemia ha engordado pero yo he adelgazado. De todas maneras no tengo nada, aunque los médicos se pensaban lo peor. Fui a la consulta de mi médico porque tenía debilidad, falta de ánimo y pérdida de apetito. Al final me recomendaron un psicólogo que no utilicé. Igual me equivoco, pero mi psicólogo es abrir Chistera y subirme al escenario. Cuando, antes de la actuación, yo me pongo a imaginar las caras de la gente, me emociono, y todo eso me da vida.

Y tampoco realizó el programa especial de Fin de Año.

Ese fue porque no me encontraba físicamente bien. Pero lo sustituí con un programa, junto con Petite Lorena, desde La Palma, cuando estaba lo del volcán. El tiempo lo compartimos ella y yo y lo logramos sacar adelante. Fue muy bonito porque estuve cuatro días y recorrí la isla como a mí me gusta. Lo que destacaría de todo fue la habilidad del palmero para enfrentarse a semejante catástrofe. Alguno lloraba porque había perdido todo, pero el estado de ánimo era continuar, una dignidad del carajo. Un ejemplo sobre todo si vives ahí. No notabas el drama. Me dieron una lección muy grande.

¿Se encuentra ya recuperado del todo de esos problemas?

He mantenido toda la medicación que me mandaron, pero que es la típica de un tipo de mi edad: colesterol, azúcar, antiácidos porque yo sigo comiendo chorizo de Teror. El día 18 cumplo 73 años y cuando cumplí 70 me acuerdo que no fue un shock, pero sí que hubo un cambio para mí. Tomé de referencia la edad de mi padre cuando murió y lo superé. Y yo creo que eso me afectó un poco el empezar a tomar conciencia. «Cuídate Manuel», me decía. La ilusión de subir al escenario no la perdí, pero del pasado no me acuerdo, por eso tengo la sensación de que voy a empezar de nuevo con las mismas connotaciones y el mismo estilo. Yo soy fiel a ese diálogo de «chacho, ¿por qué tocas así de mal? y el otro contesta «es mi estilo». El estilo lo marcan las carencias. Cuando uno sabe hasta dónde puede llegar ahí tienes claro cuál es tu campo de acción.

Y el suyo es un humor básicamente sano y blanco.

Yo estoy de acuerdo con la censura al humor. Yo entiendo que el humor cruel no debería existir, reír con el daño de un tercero.

¿Se refiere a los típicos chiste de mariquitas, cojos, etc.?

Pero lo de mariquitas yo los cuento con mucha alegría porque tengo la ventaja de que los mariquitas amigos vienen y me los cuentan para que yo los cuente y me dicen «porque tú lo cuentas de otra manera». Y yo he contado con señores negros o coreanos, y el negro se despelota de mi chiste sobre negros. Chistes de gomeros he contado, pero gana el gomero. Jerónimo Saavedra me dijo hace muchos años «tú haces la contracultura del humor». Yo en vez de ir en detrimento del gomero, yo lo defendí siempre. Esos límites del humor yo me los puse. Porque lo que tú te proyectas en el escenario es tu forma de ser y yo no puedo ser infiel a mi forma de ser.

¿Has visto alguna reacción negativa ante una historia?

Una vez en el barrio Lanzarote de Valleseco conté la misa del moro y había un moro entre el público que se quejó diciendo «eso no es vedá», pero era cierto lo que yo contaba y era que había un saharaui en el cuartel que no iba a misa y que lo perdonaron.

¿Cómo definiría el humor?

El humor es la distorsión de la realidad, aunque yo lo reflejo bastante en la vida cotidiana, en la que procuro que todos nos veamos reflejados, el primero yo. Y yo creo que la actitud que hay que tomar ante el humor es esa, la de la naturalidad total. Pero crueldad nunca, ni estar en contra de las razas, ni homofobia, ni nada de esos.

¿Qué recuerda de sus inicios?

Cuando inauguré este local puse un cartel en la entrada que ponía ‘rogamos silencio durante el desarrollo del espectáculo’. Porque parte del público venía a verme y parte venía a ligar, a tomar copas y hablar, porque no había cultura del espectáculo, todo era sainetes en los cabarets. Allí en el cabarete El Molino Rojo pude ver a Pajares, y vi a Juanito Navarro con Lina Morgan en el Britania. En Altavista, que luego se convirtió en la iglesia coreana, pasaron, entre otros, Raphael, Alberto Cortez, Rocío Jurado, Tom Jones. Ahí iba mi primera mujer, yo no. Pero al humor sí iba.

¿Cómo es este nuevo espectáculo en Chistera?

Al ser un día especial voy a hablar del reencuentro con la gente y lo demás va a ser humor, de cómo me afectó la pandemia. Tuvimos que poner dos televisiones en mi casa porque yo no veía lo que mi mujer porque nuestros estados de ánimo eran muy diferentes.

¿Y va a realizar actuaciones por las islas próximamente?

He rechazado un montón, desgraciadamente, pero en julio hago una salida a Güimar, en Tenerife.

¿Hablará de la pandemia?

Haré alguna referencias, pero de lo que no hablaré es de la guerra ni del espionaje, porque los espectadores vienen cargados de eso cuando ponen la tele o la radio o leen el periódico. Es que hay hasta negacionistas en el fútbol, que dicen que el Madrid no ganó al City. Ustedes vienen hartos de eso y lo que menos debo hacer es respetarlos y no tocar esas cosas.

¿Cómo surgen los temas?

El 50 % te lo tiene que dar el público porque sin ellos no existiría el tema. Pero ahora es diferente porque es como volver a abrir. Me acuerdo del primer día que abrí, hace 35 años, el 23 de noviembre de 1987, que además tenía a Marisa Naranjo de anfitriona, que presentó la sala, a mí y al público presente. Y en mi oficina yo todavía tenía escombros. Mi mujer y unas amigas limpiaron todo el cemento. Anuncié la apertura y después siguieron las obras. Fue un día en que tu sales toreando un poco el tema sin perder los papeles. Y llevo ya 41 años en la profesión de humorista, que empecé el 1 de junio del 81. Antes de eso yo ya contaba cosas entre la familia y en el colegio, pero tuvo que pasar mucho tiempo para que me pagaran, que me dieran mil pesetas, tres euros actuales que se lo das a un nieto ahora y te contesta «yo con esto no voy a ningún lado».

La peseta era otro mundo comparado con el euro.

Antes salíamos con cien pesetas, la copa en la discoteca valía 70, y los treinta restantes para tabaco, una hamburguesa o un perro caliente, y te sobraba dinero. Pues me dieron mil pesetas en mi primer trabajo como humorista, y como continué pues digo «pues ya me dedico a esto». Que yo quería hacerlo, pero tampoco podría forzarlo. Y por eso me abrí el primer Chistera, para contratarme a mí mismo, porque si esperaba a que me llamaran no sabía qué podía ocurrir. Abrí mi propia casa y seguí formándome, como hice en el JR y luego aquí, porque la vida cambia y el estatus de la gente también. Cuando yo empecé en esto no habían universidades en Las Palmas, pero hoy nuestros chicos van con becas aunque la inteligencia ni la educación tiene nada que ver con el estudio. Yo conocí en el campo señores que eran analfabetos, pero miraban al cielo o a la mar y te decían si iba a llover o si iba a haber rebose.

La idiosincracia del canario siempre la ha tenido presente.

Tiene mucho que ver en lo mío. Con la cultura de la universidad vienen con otra preparación. Pero yo nunca he hablado de Einstein, solo como ese hombre que no aprobaba matemáticas y a Antonio López porque lo echaron de la escuela de arte por indisciplinado.

¿Cómo definiría el talento?

No sé, pero es como una actitud, algo que te pide la cabeza. Yo de pequeño quería ser escultor o escritor, quería comunicar. De hecho hice talla en madera. Pero no me perdía cada noche a Gila, a Matilde Periquillo Periquín, todo lo que era humor en la radio. Y yo quería hacer algo sobre eso, cuando la radio-novela las oían las mujeres. Y siempre que hubiese humor hay estaba yo. Y luego el gran descubrimiento fue Pancho Guerra, Pepe Monagas.

Con el que a usted lo comparan con frecuencia.

Nos diferencian años luz, lógicamente, en talento y en todo lo demás, pero sí puedo decir que él es rústico y yo soy urbanita. Yo de la calle y él del campo. Y no me estoy comparando, válgame dios. Me decían muchas veces por la calle «coño, el sucesor de Pepe Monagas» y yo respondía «ay, cómo se entere Pancho Guerra». Se quedaban mirando y preguntándose quién era Pancho Guerra, porque el conocido era el personaje. Pancho Guerra escribió poemas, canciones, teatro. Hizo el libro del léxico canario. Y Pepe Monagas era el personaje que él tenía para expresar otras cosas del sentir canario. Después aparecieron las caricaturas del Cho Juá de Millares.

¿Tiene algo en mente para sorprender al público?

La mente es lo que no descansa. Pero antes de empezar con la luz y la música de ambiente se me ha ocurrido saludar a uno por uno. Ya lo he hecho y me gusta mucho esa cercanía. Cuando estoy en un escenario suelo decir «tú te acuerdas» y si estás sentado tienes la sensación de que te estoy hablando a ti directamente. Tampoco pongo zona vip porque para mí todos los espectadores son vip. Una vez me dijo alguien «porque hoy va a venir alguien importante» y repitió tantas veces el «importante» que lo llevé a la puerta y le enseñé la cola de la gente esperando y le dije «estos son los que importan». Se me quedó mirando y me dijo «pues tienes razón».

Es cierto que la distribución del público en Chistera es muy cercana y homogénea.

Por eso no hay zona vip, y todo es llano hasta la calle. Quizás tenga que ver con lo que yo he vivido. Mi madre se vestía para salir por la tarde, pero por el día estaba la faena de la casa. Me acuerdo de mi abuelo, su padre, que era fundidor, y oía Radio Pirenaica, una radio furtiva, que estaba todo el tiempo con el mono puesto, y cuando llegaba a casa se quitaba el mono y se vestía de chaqueta y corbata para estar en casa, y se ponía escuchar la radio. En aquella época las puertas no estaban cerradas, tenían un ganchillo, y venía un guardia municipal a cualquier cosa, a saludar, y entraban hasta el patio, y desde ahí decía «doña María, ¿se puede?» y por eso mi abuelo estaba arreglado.

¿Estaba muy vinculada a él?

Me utilizaba para sus travesuras. Era asmático y tenía prohibido fumar y beber, pero me daba un botellín de cerveza o una pepsi cola vacía con un papel como vaso y mee decía «vete a Paquita para que te de un vaso de coñac y no vengas hasta que yo te avise, y que no te vea tu abuela». Y a escondidas le llevaba yo el coñac desde la puerta de Paquita y él con el sombrero puesto en la entrada me indicaba cuándo podía entrar para que ella no me viera.

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