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Música

Ainhoa Arteta: “Ahora cuando canto lo hago como si fuera la última vez”

La soprano vasca será 'Katiuska' tras “haber estado más muerta que viva”

Ainhoa Arteta, a las puertas del teatro Campoamor de Oviedo. Luisma Murias

El 26 de julio, la soprano Ainhoa Arteta cumplirá un año de vida. Ese día salió del coma tras superar in extremis los efectos devastadores de un cólico nefrítico que se complicó. Pero salió adelante y volvió a los escenarios. Será la 'Katiuska' de Pablo Sorozábal en el teatro Campoamor de Oviedo los días 12 y 14 de mayo dentro del Festival de Teatro Lírico Español, con la dirección en escena del ovetense Emilio Sagi.

Aquel día de julio, la soprano vasca vivió “mi renacer. Me daban tres horas de vida. Luego, minutos. Hasta que llegó la penicilina, a la que era alérgica, pero que me salvó la vida. Vi en esos momentos que hay algo más. No vi el famoso túnel, pero sentí que estuve en otra dimensión. Sé que hay algo. No puedo explicar mucho más. Un lugar donde reinaba un silencio absoluto. Siempre que llegaba a los hoteles siempre ponía la radio o la televisión para tener un ruido de fondo y no sentirme sola. Ahora busco el silencio. Lo aprecio como algo sanador”.

Su Katiuska es distinta “a la que hubiera interpretado antes de todo lo que me ha pasado. Tras diez meses de retiro, de silencio, de estar enferma, de estar en la cama muy mala… Más muerta que viva. Desperté con otra conciencia. Creí que iba a quedarme sin voz. Ahora cuando canto lo que sea lo hago como si fuera la última vez que voy a cantar. Como no sé lo que va a pasar al día siguiente, aprecio muchísimo más el tiempo que me ha regalado la vida. Con los demás. Con mis colegas. Los sentimientos de verdad. He aprendido a alejarme de las cosas que pueden ser tóxicas, que me restan felicidad. La vida no es de color de rosa, pero la felicidad la tienes que trabajar. He tenido la suerte de que esto me ha sucedido con 57 años, me queda cuerda para rato y la vida me ha dado un golpe tan fuerte que me ha agitado por dentro: ojo, no pierdas el tiempo con tonterías. La felicidad se suele encontrar en las cosas más pequeñas”.

Explica que “con lo que me pasó tengo amputado un dedo en la mano derecha y en el pie tengo amputado otro y el gordo, semiamputado. Cuando hice esta producción ya era difícil con los pies bien porque camino por una Rusia destrozada, de adoquines y ruina, y fue complicado al principio pero el equipo me ha ayudado mucho. Llevo una protección. Cuando salí del hospital en septiembre no podía caminar. Ahora ya camino, y corro, pero con zapatos casi ortopédicos. Ensayar, empeñarse. Ahí empieza todo”.

Episodios traumáticos –tan brutales como una violación en Nueva York con 25 años– le enseñaron pronto que “la vida está llena de caídas. Cuantos más golpes te des y seas consciente de ellos y te levantes y crezcas en el sufrimiento de forma positiva serás más fuerte para seguir con más energía, no tendrás miedo al siguiente. Y saber eso me ayudó en esta última etapa. La vida está llena de superaciones. Ganar es una maravilla, lo que cuesta es perder y aprender, y levantarse y volver a apostar con la misma tenacidad. Yo no tenía plan B, salí de una familia muy humilde. Me ceñí al plan A y de una forma u otra te da una solución”.

Oviedo, una vez más: “El otro día intentaba acordarme de cuántas veces he actuado aquí. El Campoamor fue de los primeros teatros, sino el primero, que me abrió las puertas cuando vine de Estados Unidos al mercado español. Veinticinco años con los Amigos de la Ópera. Muchísimos títulos, pero es la primera vez que hago una zarzuela. Y estoy muy contenta”.

En todos los roles “algo queda plasmado. Nos pasan muchas cosas y cuando somos artistas intentamos meternos en los roles inspirándonos en momentos y sentimientos propios. Nuestra vida es una escuela para la interpretación. Los actores nos fijamos mucho en lo que nos sucede para plasmarlos luego, momentos puntuales en los que sentiste lo mismo que el personaje. Hay un ritmo no escrito que es el ritmo del alma. Lo tiene una dentro. Y si no lo sacas es muy difícil que llegue al público. Llegan notas, no sentimientos”.

De aquella niña que aprendió a amar la ópera con un disco de María Callas “queda todo. Un recuerdo imborrable. Me fascina su persona y su personaje, su sufrimiento me inspira, me enseña. Con seis años oí un disco, su voz, pero no conocía la historia que había detrás. Te hablo de Callas o de otras divas como Victoria de los Ángeles, o Caballé, que fue una madre con todo lo que conlleva de dejar a los hijos. Conciliar la vida de una soprano con su vida laboral, o tienes un gran compañero y cómplice en casa que te ayude con los hijos –yo no he tenido parejas estables–, o una gran madre, como sí tuve, es un martirio. Muchas de mis amigas deciden no tener familia”.

Es “madre y soprano. Mis dos hijos nacieron cuando ya lo era. Pero cuando nace un hijo te cambia la vida completamente. Ya no estás sola. Tienes una responsabilidad. Lo has traído a mundo, no ha pedido venir. Te da muchas alegrías y también sobresaltos. Se complican las preocupaciones pero aumentan las alegrías. Unas cosas compensan otras. Mis hijos me quieren, me cuidan. Ha vivido esta situación tan dura sin ocultarles nada. En todo ese resurgir uno de los motores más inspiradores fueron ellos”.

En esta nueva 'Katiuska' “se ha quedado “la esencia, las partes más melódicas. Se entiende perfectamente la historia y quedan números extremadamente bellos. Mi paisano, Pablo Sorozábal, demostró que era un gran, gran melodista. La melodía del norte, con tintes de añoranza. Las canciones rusas van muy bien porque nos recuerdan, combinadas con mazurkas, esa especie de niebla con esperanza. Como cuando está el día que amanece nublado pero ya escampará. Tiene tintes de Emilio Sagi que de pronto te sacan del contexto y te meten como en un vodevil parisino”.

La entrada en escena se la dedica “con todo mi cariño a la diseñadora de vestuario ovetense Pepa Ojanguren, fue alguien muy especial para mí (se emociona). Fue alguien tremendamente ovetense, con un gusto increíble. Lo primero que saco es un abrigo que hizo ella. La primera vez que hice a Katiuska ella estaba conmigo y me lo probaba, me decía cómo lo tengo que llevar. Yo caminaba entre escombros, caía y tropezaba, y ella me decía: Repita lo que tenga repetir. Y quiero dedicar mi entrada ‘imperial’ a una mujer ‘imperial’ en su trabajo, cercana y generosa”.

En Oviedo disfruta “muchísimo. Es una ciudad tremendamente amable y considerada. Elegante en el saber ser. Con esculturas a gente notable y también anónima. Las mujeres maduras tan elegantes, me recuerdan a la generación de mi madre y de mis tías. Me emociona recordarlas. Mi madre me decía: ‘a dónde vas?, no te has puesto los pendientes’. Aquí las mujeres tienen un decoro y una dignidad muy del norte. Aunque no lo sepan son muy empoderadas, muy orgullosas de ser mujeres”.

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