Si relevante es el influjo del lenguaje marinero en la elaboración de expresiones comunes en el español, en general, o en el español de Canarias, en particular, más evidente es la influencia del léxico de los hombres del campo (agricultores y pastores) en el modo de hablar común. La aportación de expresiones propias del mundo rural, frases hechas y dichos construidos sobre elementos típicos y arquetípicos del entorno, está frecuentemente ligada a los oficios tradicionales, a los atarecos de labranza, a los animales de cría y domésticos, así como a elementos del paisaje y de la orografía. En definitiva, expresiones específicas de este ámbito desde donde se han extendido a ambientes urbanos hasta llegar a implicar a la generalidad de la población en su uso. Y en este sentido, caminos, veredas y serventías son elementos integrantes del paisaje rural de las islas. Así por ejemplo, una «vereda» («veredo» o «veredita», en algunos lugares) es un sendero estrecho que se forma generalmente por el tránsito habitual de personas y animales. La vereda viene a ser lo mismo que un «trillo» y el trillo o la vereda, cuando se desvía de un camino principal, suele suponer un «atajo» para cortar camino. Los «caminos» en las islas pueden obedecer a diversos tipos, como son: el «camino de herradura», vía que presenta distintas dimensiones en su ancho, normalmente empedrada y que servía para el paso de bestias de carga entre enclaves agrícolas y poblaciones; los «caminos reales» son los antiguos caminos del rey, más anchos que los anteriores, empedrados y, de sólito, protegidos por un muro de piedra seca y formaban parte de una red vial que comunicaba las poblaciones de la isla; la «cañada» es una vía pecuaria tradicional; el «andén» es un «paso» estrecho, de no fácil acceso, que bordea los riscos; o las «pistas» que son vías sin asfaltar habilitadas para el paso de vehículos. A una categoría distinta pertenece la «serventía», que es un «paso» que atraviesa por terrenos de propiedad particular y que los dueños de las fincas colindantes tienen derecho a utilizar para el acceso a estas desde un camino público. (Las serventías son lo que el Código Civil denomina «servidumbres de paso»). Y sobre estos elementos que forman parte del paisaje rural se construye la máxima «no dejes camino por vereda/atajo» y que en las islas cuenta con distintas versiones similares: «el que deja caminos por atajos, nunca le faltan trabajos», «no dejes el camino por el atajo aunque te cueste doble trabajo» o «aunque te cueste más trabajo, no dejes camino por atajo».

Las metáforas del camino o el sendero son imágenes recurrentes para definir el periplo que recorremos en la vida, en general, pero también en lo concerniente a cualquier aspecto singular de esta. Mientras que la figura simbólica de la vereda o atajo que bifurca el camino y se aparta de este es una invitación a desviarnos de la senda más trillada. El camino como vía principal simboliza aquí el sendero a seguir que nos reasegura hacia dónde vamos realmente, la senda de lo conocido que nos advierte de no adentrarnos en lugares o asuntos que ignoramos, de no abandonar la tranquilidad que infunde una vía transitada (probablemente obedeciendo a la «lógica» de aquello que se dice de «más vale malo conocido que bueno por conocer»). Frente a la incerteza y lo azaroso de la decisión de emprender un rumbo ignoto que no se sabe bien adonde nos llevará, aunque se acorte camino, mejor permanecer sobre lo que ya conocemos. Y sobre esta metáfora se elabora este registro que hemos enunciado como: «no dejes camino por vereda/atajo» que exhorta y aconseja a ser pacientes y no precipitarnos en hacer las cosas antes de tiempo, a no coger el camino más corto por querer llegar antes porque «no por mucho madrugar, amanece más temprano». Sugiere que las cosas bien hechas llevan su tiempo, de manera que si se quiere obtener un buen resultado, mejor no precipitarse, sino «ir al golpito» («despacito y con buena letra») y nunca abandonar la senda principal. Sin pausa, pero sin prisas porque como nos recuerda la letra de aquella ranchera mexicana de José Alfredo Jiménez: «También me dijo un arriero/

Que no hay que llegar primero/

Pero hay que saber llegar».