Los caminos de la poesía son inescrutables. Hace unos días, se puso en contacto conmigo una persona del ‘mundillo’ para ofrecerme participar en una exposición de poetas actuales. Un amigo común les había recomendado mi poesía y ellas, las organizadoras, habían seguido gustosas su recomendación, aunque dudo que llegaran a leer algún poema mío. La cuestión es que no pude evitar ilusionarme, como siempre que alguien se interesa por mi obra.

A los pocos días, la persona que me había invitado a participar volvió a ponerse en contacto conmigo para disculparse, porque habían cambiado los criterios de selección de la exposición y, como éramos tantas, habían decidido quedarse solo con «las famosas». Ignoro el alcance de esa fama –aunque estoy deseando ver la exposición para descubrirlo–, pero lo importante es que yo no alcanzaba las cotas mínimas exigidas. El argumento me pareció extraño, aunque no culpo a la persona que me lo transmitió, porque realmente no sé quién lo decidiría, y agradezco a la mensajera su sinceridad. Si me hubieran dicho que mi poesía no les acababa de encajar en la exposición, lo hubiera comprendido mejor. Pero no fui seleccionada porque no soy «famosa». 

Sé que esto ocurre con frecuencia en el mundillo literario, pero pocas veces se dice de forma tan explícita. Me hizo tomar más conciencia, si cabe, de la realidad de la literatura española contemporánea. Una realidad que nos acerca al universo recreado por Mario Puzo en El Padrino, con las familias Tattaglia y Corleone luchando encarnizadamente por dominar Nueva York. Aquella famosa escena cinematográfica de Vito Corleone en su penumbroso despacho, acariciando un gato atigrado y escuchando las súplicas de un desesperado Bonasera, sería la perfecta definición de demasiadas situaciones relacionadas con la literatura española. Porque Vito siempre va a echarte en cara que no lo llames ‘Padrino’, del mismo modo que un poeta más o menos reconocido puede ofenderse gravemente si no le sigues el rollo en el jurado de un premio literario, porque su criterio estético choca con el tuyo, pero «él ha estado en muchos más jurados». No temas: la cabeza de caballo llegará en forma de murmuraciones cuyo fin será poner en tu contra a otros escritores, por haberte atrevido a llevarle la contraria. Y eso sin ser tú nadie. No has estado en más jurados de premios, pero tienes claro que existe una cláusula de confidencialidad, la hayas firmado o no, simplemente por el respeto que les debes al resto de miembros del jurado. Pero hay demasiados ‘corleones’ en el mundo.

Quizá la poesía sea el feudo más cerrado, dentro de la literatura. Porque, si te sales de las dos o tres corrientes predominantes, tienes pocas opciones en los certámenes, ya que los jurados se forman con personas que también están en dichas corrientes y, por desgracia, el reconocimiento actual llega con los premios, puesto que ahora existen casi más poetas que lectores de poesía y de algún modo se ha de hacer la selección. En conclusión: puedes elegir escribir como los Tattaglia o como los Corleone, pero no se te ocurra hacerlo de otra manera, si pretendes ser reconocido. Los otros, los que han seguido su propio camino, ahora «duermen con los peces», como lo hicieran en su día Luis Cernuda o Emilio Prados: grandes poetas a los que la crítica comenzaría a valorar con justicia después de muertos. A mí me vienen a la cabeza nombres de ‘poetas’ contemporáneos y no concibo que, dentro de cincuenta años, los adolescentes los estudien en su libro de Lengua Castellana y Literatura. 

Los favores se pagan con el billete más preciado: las publicaciones. ¿Qué poeta actual no quiere publicar en una editorial, aunque sea pequeña, sin tener que acompañar dicha publicación con una inversión económica? Precisamente, la sobreabundancia de ‘poetas’ en nuestros tiempos ha consolidado la existencia de las llamadas editoriales de ‘autoedición’, en las que pagas por publicar. Las hay más o menos honradas, pero lo cierto es que la opción de publicar sin pagar es un caramelito, especialmente para las personas que empiezan. En ese sentido, siempre he tenido suerte con mis editores. Nunca he pagado por publicar, pero respeto a los que lo hacen y a las editoriales que ofrecen este servicio y siguen manteniendo su honradez. La cuestión es que, como he dicho, las publicaciones se han convertido en una moneda de cambio especialmente jugosa en una época en la que no es fácil que un editor se fije en ti. Y entonces volvemos a los ‘bonaseras’ y a los ‘corleones’ y todo se complica. Sobre todo si no los llamamos ‘Padrino’…