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Arte

Simpatía por el diablo, el arte de Javier Duchement

El artista grancanario exhibe en el edificio Ponce de León de Mapfre la muestra ‘El ojo en la grieta’ en la que penetra por la parte más oscura del ser humano

El artista grancanario Javier Duchement en la galería de exposiciones del edificio cultural Ponce de León de Mapfre Guanarteme. Nacho Gonzalez Oramas

Si hay un arte realmente atractivo y fascinante es aquel que muestra lo oculto, desconocido e inquietante del ser humano. Y eso es lo que consigue el artista grancanario Javier Duchement con la exposición El ojo en la grieta que se muestra en la sala de exposiciones del edificio cultural Ponce de León de la Fundación Mapfre Guanarteme hasta el 29 de julio.

Javier Duchement empezó a exponer en Granada desde 2004 con una inclinación por lo gótico o siniestro que viene directamente de sus gustos musicales, literarios o pictóricos y de sus inquietudes artísticas que le llevó a ser el cantante de un grupo punk en los noventa en Gran Canaria. Curiosamente, sus pinturas están hechas sobre papel con lápices de colores retomando una técnica «que me da unas soluciones muy impresionantes». Nada más entrar a la galería el espectador se encuentra con el bastidor de un cuadro titulado El peso de la sombra del que salen dos tablas con una mano dorada y una figura indescriptible. «Tiene que ver con la teoría de Carl Jung de que la sombra contiene aquello que no queremos mostrar y con Narciso que se destruye al ver su realidad», señala el artista. «Aunque la realidad sea otra» acabando todo «con una metáfora de la sombra y una solidificación de ella». La siguiente obra es El hombre que engullía sus palabras de cuatro fotografías como destellos que atrapan una cabeza «en una discordancia entre el lenguaje y el pensamiento, generando una especie de afasia», afirma Duchament.

La primera instalación, Cuadro de ánimas I y II, tiene que ver con el cristianismo. «Son las varas de los cuadros de ánimas con los que los demonios se llevan las almas hacia el infierno y que se ven en algunas iglesias de la Edad Media», incluyendo la ceniza «que simboliza la tierra quemada» y varias camisas como las almas que vagan «exangües sin carne y cuerpo en el Estigia». En los cuadros Insomnio II, III y IV, el artista habla de esos momentos de dificultad para dormir. «Son cuadros bastante tenebristas ya que miro mucho el barroco de Caravaggio y la literatura de Poe, Ligotti, Lovecraft o Blackwood» generando figuras entre vegetal y carnal con un rojo en carne vivo. En otro cuadro, El pozo, aparece una tapadera torcida por «una fuerza del interior» en un entorno ya de por sí inquietante. Y en Rastreo en sueño. Fuerteventura hay dos imágenes de una vista desde el Volcán Calderón Hondo «que tenía muy presentes» con lavas cordadas y dos manos en el inferior «que tienen que ver con rastrear un sueño y el miedo a todo lo oculto», señala.

En otra instalación, Un resplandor en la ventana, se muestra, una vez más, esa mano dorada a través de una especie de visillo negro en la obra más libre de todas. Algo de terror nipón desprenden El farero I, II y III «en el interior de un edificio donde el paso de la luz de un faro lo inunda todo y, cuando desaparece, vuelve a oscurecer». Es, para el artista, por tanto, «la fotografía de un instante, como en un espacio de la inconsciencia». Pero la obra fundamental, Soliloquio en la grieta, es otra instalación con la cabeza de una cabra, «símbolo de la demonología cristiana», que mira a una grieta y que es como «mirar debajo de la cama hacia un mas allá que es la oscuridad», con la ceniza inferior «como los malos pensamientos», sentencia.

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