La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Carmen Laforet: apuntes sueltos

El hijo de la escritora dirige este sentido texto a Ana Cabello y José Teruel, comisarios de la exposición

que el Instituto Cervantes le dedica en Madrid con motivo del centenario de la autora de ‘Nada’

Carmen Laforet. | | LA PROVINCIA/DLP

Querida Ana, querido Pepe :

No sé cómo agradeceros todo el saber, el cariño y el entusiasmo generoso que habéis puesto, como comisarios de la exposición dedicada al centenario de mi madre en el Instituto Cervantes (1). Puestos a hacer balance de este «año Laforet», lo que me apetece es sentarme con vosotros en alguna terraza, y seguir charlando... Permitidme que comparta con los lectores, en forma de apuntes sueltos, retazos de algunos temas, curiosidades que seguramente seguimos compartiendo.

Pienso, de pronto, que si mi madre me hubiera preguntado alguna vez qué es la literatura, yo le habría contestado sin dudarlo: «Literatura eres tú».

Literatura en estado puro: ¿es eso posible? Literatura es siempre mezcla, ¿verdad? Lo dicho y lo callado, el drama y la comedia, el horror y el fervor, lo bello y lo feo... Sin embargo, hay grados de pureza, de autenticidad, aunque no podamos definirlos. Pero los percibimos, los sentimos aunque no logremos identificar las causas.

En ese sentido, ¿no os parece que Literatura es algo radicalmente distinto, casi contrario a Ciencia (incluyendo a la ciencia literaria, la crítica o la preceptiva)? Frente a la grande, soberbia diosa de la Razón, que nos gobierna desde el boletín oficial, la literatura se me aparece como una diosa traviesa, capaz de desmontar todas las cerraduras. Por eso todos sentimos -o algunos, por lo menos- cuánta importancia tiene esta humilde aguafiestas de las morales envasadas, esta piedra en el zapato que nos invita a hacer un alto en el camino, a llorar en el hombro del amigo, o todavía mejor, a reírnos ante el espejo.

Libertad: ése fue sin duda uno de los caballos de batalla, vitales y literarios, de Carmen Laforet. Libertad frente al dolor, frente a los prejuicios, frente a la propia idea de libertad... Libertad para ser mujer y para ser hombre, para obrar, para gozar, para olvidar... Imposible ahondar aquí, tantos son los ángulos que su obra nos ofrece. Apuntemos sólo uno: libertad para librarse de la literatura (esa cuestión, Pepe, cuya importancia siempre me señalas).

Aquí topamos con un límite. Es sabido -ella lo expresó en distintas ocasiones- que en algunos momentos de su vida quiso no ser escritora, quiso librarse del grave peaje que supone semejante oficio. Fracasó en el intento. Incluso negándose a escribir, seguía siendo escritora. Para expresar esa impotencia, recurrió al mito del rey Midas: al igual que aquel convertía en oro todo lo que tocaba, la novelista tocaba en literatura todo lo que vivía... Llegado un momento, se resignó ante tan cruel destino. Cruel, porque a mayor don, mayor exigencia. Y el suyo, su don poético, era muy grande. Y todavía más cruel, porque el destino, en la segunda parte de su vida, le envió una dolencia que le impedía escribir, hacer lo único que deseaba y necesitaba.

No sé si os habrá pasado algo parecido, pero en estos tiempos en que me ha tocado atender a entrevistas y encuentros, me han hecho preguntas -todas ellas pertinentes- a las que no he sabido responder, o he respondido con lacónica torpeza.

A lo mejor podríais echarme una mano. ¿Tú cómo interpretas, Ana, su afirmación de que «las mujeres hasta ahora hemos hablado con un lenguaje prestado», el lenguaje de los hombres? Como a esto añade que todavía queda un largo camino por recorrer (ella pensaba intentarlo con una obra titulada El gineceo, que nunca llegó a realizar), nunca sabremos exactamente cuál era su idea. Ahora bien, lo dicho se presta a muchas interpretaciones, (algunas, demasiado cómodas). Me entran ganas de disentir, porque en mi experiencia, por el contrario, somos los hombres quienes hablamos con un lenguaje prestado, o mejor dicho, regalado. ¿No empieza el lenguaje -el lenguaje literario, digo- en las canciones de cuna, en los romances, en los cuentos susurrados al oído de Proust?

Otras preguntas reiteradas, y con reiterada respuesta insatisfactoria: ¿Recuerda usted la primera vez que leyó Nada? ¿Recuerda cuando se dio cuenta por primera vez de que su madre era una gran escritora? Pues no, no lo recuerdo. A mí la primera vez que leí Nada siempre me parece que fue la última, porque en verdad siempre es una obra nueva. Y «ser escritor» nunca me pareció que necesitara el adjetivo de «grande», pues ya con serlo bastaba, y desde luego mi madre, como un naranjo es un naranjo, y un pino es un pino, era escritora de pies a cabeza. Ahora bien, la vida me ha dado la oportunidad de conocer a muchas personas para quienes la primera lectura cronológica de Laforet supuso un hito inolvidable. Personas de toda clase, edad y condición. Y en este año de su Centenario he tenido la oportunidad de comprobar, una vez más, cómo su obra establece vínculos peculiares e íntimos con muchos de sus lectores. Ocurrió desde el principio, en los años cuarenta del siglo pasado, cuando su aparición supuso un revulsivo en muchos órdenes, y sigue ocurriendo hoy mismo, con nuevos lectores , nuevos corazones para quienes muchas veces supone una experiencia no ya ética o estética, sino directamente vital, a partir de la cual el mundo adquiere nuevos contornos, sentidos y contrasentidos. ¿Será eso, la literatura en estado puro?

(Mientras charlamos, a pocos kilómetros, estallan las bombas. Cierro los ojos y me parece ver, como le pasa a Andrea en Nada, a los poderosos, a quienes se benefician de todo esto, cabalgar por el cielo enrojecido de la tarde -sobre las dignas cabezas de hombres importantes, un capirote de mago- a lomos del negro fantasma de la guerra que volaba sobre los campos de Europa... Primo Levi no tenía razón, queridos amigos. La tenía, por supuesto: después de Auschwitch, escribir no tiene sentido. Ahora bien, la literatura en estado puro -o impuro- quizás no necesite tener sentido. Sea como sea, se empeña en estar ahí, perfectamente inútil, simple testigo, mojón en el desierto, ciego abrazo en la noche hasta el fin de los tiempos...).

Compartir el artículo

stats