A la memoria le rondan fantasmas, despedidas y esperanzas, palabras que dejaron su hueco en la carne y trozos que cobran sentido a medida que el tiempo los explica. Juan Cruz atrapa la amalgama con una red y el aleteo de los recuerdos se transforma en las páginas de un libro que descansa hoy sobre sus rodillas, como el niño que vuelve a oír los retales del abuelo con la atención puesta en cada sílaba para no olvidar, ni al estanque ni al maestro, para pervivir. "Cómo pudimos soportar la miseria, la burla, el descrédito de los pobres en una sociedad que no se conformaba con haber hecho la guerra y ganarla sino que, en cierto modo, quería machacar la vida", no solo de aquellos sobrevivientes, también en su prole. El escritor reflexiona y se pregunta por qué ha tardado tanto en escribir este relato que se debía a sí mismo y a los amigos de barro y tierra, de pelotas en mitad de la carretera y caza de perenquenes con los que creció y a los que ha ido a reencontrar.

El autor tinerfeño regresó ayer a las Islas con motivo de la presentación de su nueva novela Mil doscientos pasos (Alfaguara), en compañía del periodista y director del periódico LA PROVINCIA, Antonio Cacereño. La Biblioteca Pública del Estado de la capital grancanaria era el sitio idóneo en el que hablar de una posguerra que marcó el destino de aquellos que nacían, vivían y morían entre los estertores de la guerra y la dictadura franquista, donde la vida se trastornó en colores grisáceos. Aquellos pasos dados en el título los tomó Cruz como distancia entre su propio hogar y el de su hermana cuando iba a visitarla estando enferma. Luego, esas mismas huellas se transformaron son el leitmotiv del protagonista del relato que bebe de las vivencias del periodista e intenta volver al hogar que, primero, rememora con una mancha de sangre.

"El barrio era una especie de depósito de desagrado de la sociedad vencedora a los pobres", rememora Cruz. Él creció descifrando los sonidos del barranco, como Nivaria Tejera, y después logró estudiar gracias a que su madre entendió que aquel era el empeño de quien había logrado juntar las letras escuchando la radio. "El único que tuvo la suerte de estudiar de aquella pandilla fui yo y, de alguna forma, me dieron la responsabilidad de ser el testigo". Testigo que superó la ignorancia, las perrerías, las consecuencias de una vida que era denostada por las cúspides franquistas... Pero no hay rencor. Repite para sí mismo la frase de Camus, "el sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo el resentimiento", lo repite y se convence, a pesar del oficio que eligió.

La educación en pro de la libertad

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Mano a mano con la palabra hecha violencia, no habían disculpas ante el insulto, aunque sí una atmósfera que impregnaba a esos niños que eran herederos del fascismo. "Creo que lo escrito está presente en la sociedad actual, en la que se reclama que los niños no acompañados sean invitados a desaparecer del mapa o las declaraciones que llaman a la coalición presente social-comunista con el propósito de descalificar como si ser comunista fuera otra vez motivo de persecución. Hoy en día, hay procesos de blanqueo de una dictadura que fue muy implacable, no con los de arriba, sino con los de abajo". La Libertad, con mayúscula, fue la reivindicada durante la transición que ya vivió siendo un periodista de renombre y sustentada por el reconocimiento del derecho a la educación. Perseguidos, los maestros contrarios al régimen eran vejados y debían esconderse, como uno de sus personajes clave. "Aquellos que añoran un país dictatorial odian a los educadores. Por ejemplo, un partido intenta impedir la educación sexual y nos resulta evidente que es una obligación para que los niños no sean objeto de abuso", comentó, "el conocimiento es fundamental para vivir en libertad".

Cacereño da la vuelta a los planillos del periódico impreso que envuelven las preguntas de la charla, rememorando el comienzo del niño Cruz que escribió en tinta su primera crónica de boxeo. Ahora, narra no solo un pedazo de la infancia y la adolescencia durante la posguerra de Canarias, sino de una región, de un país, cuya pesadilla quedó arrinconada. "Yo no sabía que estaba escribiendo este libro, hay una fuerza interior que aflora en nombre de una historia que quise reivindicar para devolverla".