La luz primitiva

Andrés Sánchez Robayna explora en ‘Borrador de la vela y de la llama’ la imagen de la vela encendida a través de su dimensión simbólica en la poesía y el arte. Robayna explica algunas de las claves principales de su nuevo libro sobre la vela encendida en la poesía y las artes plásticas de Occidente.

El poeta y crítico Andrés Sánchez Robayna ha publicado (Galaxia Gutenberg, 2022) un ensayo exquisito sobre la presencia de la vela y de la llama en el arte y la literatura, acompañado de una selección de imágenes plásticas y poemas vinculados a la potencia evocadora de ese motivo. El ser humano ha sido capaz de concebir herramientas mediante las cuales usa y controla los elementos de la naturaleza (el agua, el aire, la tierra y el fuego). Al margen de consideraciones antropológicas, los objetos cotidianos que poseen esta condición (un vaso, una vela, un instrumento musical) se encuentran envueltos por un aura que estimula nuestra imaginación y nuestro sentido estético. La historia del arte y de la literatura da buena cuenta de dicho estímulo, como desafío a la hora de su representación gráfica y como centro de inspiración.

«Lo que me interesa es la potencia simbólica de la imaginación»

En Borrador de la vela y de la llama, Sánchez Robayna nos invita a contemplar las múltiples manifestaciones que la vela y su lumbre hacen en diversas disciplinas, desde un poema de Sophia de Mello Breyner Andresen hasta una pintura de George de la Tour, desde una secuencia del cineasta Andrei Tarkovski hasta los ancestrales «oficios de tinieblas» en la tradición de la música religiosa, expresiones artísticas, todas ellas, unidas bajo un símbolo común.

¿Cómo planteó la selección de los elementos artísticos que analiza en el ensayo?

Lo comento brevemente en el prólogo. La vela encendida está muy presente en nuestra vida cotidiana, y durante siglos -hasta la invención de la luz eléctrica- lo estuvo mucho más. Es natural, por eso mismo, que tanto las artes plásticas como la literatura registraran ampliamente esa presencia. En este caso, sin embargo, había algo peculiar en el contexto de los objetos cotidianos, que hacía que este motivo tuviera valores propios y exclusivos. No solemos reparar en que, siendo un objeto puramente utilitario, la vela es mucho más que eso. La prueba está en que desde muy antiguo se le ha atribuido un conjunto de valores simbólicos y espirituales que, una vez examinados, sorprenden por su variedad y su riqueza. El motivo nos lleva desde la expresión de la intimidad y la soledad hasta el luto y lo sagrado, pasando por el principio vital, el estudio, la vigilia nocturna, el tiempo (la vela-reloj), la simbología del amor y sus peligros (la mariposa atraída por la llama), la brevedad y la caducidad de la vida misma, etc. Todos esos valores aparecen lo mismo en la literatura que en las artes plásticas, y hasta en la música. La raíz de todo se encuentra, a mi juicio, en lo que llamo la «noche antropológica», la aparición del fuego en las primitivas comunidades humanas. La vela encendida trae a nuestro psiquismo una memoria antropológica fundada en la fascinación y asociada al pensamiento mágico. Es fascinante, desde luego, comprobar cómo el motivo de la vela encendida llegó a convertirse en todo un subtema de la pintura y la poesía en el período barroco, y cómo ha llegado hasta hoy mismo sin pérdida alguna de ese poder de fascinación. Creí que había que estudiar con cierto detalle cada uno de esos valores. No quería hacer un estudio académico, sino un ensayo crítico. En cuanto a los ejemplos, mi problema fue que encontré tantas muestras de la vela encendida en el arte y en la literatura que me vi obligado a hacer una selección muy estricta de casos, con el fin de evitar las reiteraciones. Medio centenar de documentos escogidos me pareció una base crítica suficiente. Así y todo, lamento haber tenido que dejar fuera pinturas extraordinarias de Gauguin o Van Gogh, por ejemplo, o el poema Noche de invierno, de Pasternak. 

«El motivo nos lleva desde la expresión de la intimidad y la soledad hasta el luto y lo sagrado, pasando por la vigilia nocturna»

¿A qué se refiere exactamente cuando comenta que su intención es explorar una «filosofía de lo poético» en relación con la imagen de la vela?

Para mí, la poesía es la «lengua» primigenia, aquella que representa el «universal» por excelencia de la imaginación en todas las épocas de la humanidad. Su esencia es inseparable del canto y de la imagen, de manera que la poesía está estrechamente unida a la música y a las artes visuales. Ya toda una corriente crítica ha estudiado la vinculación del lenguaje poético a la antigua cosmología de los cuatro elementos, el fuego, la tierra, el aire y el agua. Tanto aquí como en otros ensayos míos, he tratado de profundizar en esa corriente, pero también me aparto un poco de ella, porque no me interesan tanto los valores del psiquismo o la psicología del inconsciente como la dimensión propiamente creadora de los valores de la imaginación, centrada en la palabra poética y sus conexiones con las otras artes. Cuando hablo de una «filosofía de lo poético» me estoy refiriendo, así pues, a un «saber» que es propio de la poesía, a un acercamiento y a una interpretación de lo real y lo imaginario a través de la palabra creadora. Y en la medida en que esa palabra está asociada siempre a la imagen («el poeta piensa con imágenes», decía Novalis), nada más útil que poner en diálogo la poesía y las artes visuales, y también la música, cuando es posible hacerlo. 

«Los ‘fumages’ de Paalen fascinaron a Breton, que los consideraba un verdadero «teatro de sombra»

Se aprecia en su forma de escribir el apego a una tradición concreta. Me refiero a una línea de sentido que va, digamos, de Gaston Bachelard a María Zambrano, preocupada por entrelazar estilo poético y reflexión filosófica, en este caso, además, sin renunciar al auxilio de las artes plásticas y otros tipos de mediación intelectual. No es esta, sin embargo, una línea que haya tenido en España, o en español, un cultivo especial. Han dominado y siguen dominando en español otras líneas de reflexión ensayística, más inclinadas a la sociología o hacia la historia… 

Es cierto. La «crítica de la imaginación material» de Bachelard ha tenido en español un desarrollo más bien academicista, que ha aplicado mecánicamente ciertas formas y procedimientos críticos incluso a discursos de un realismo pedestre y de muy escaso valor literario. Se ha pervertido así el gran legado de la «poética de la ensoñación». Lo que propone esta «poética», a mi juicio, no es un método, sino una perspectiva, capaz de hacernos ver simbolismos profundos. Es esa potencia simbólica de la imaginación lo que me interesa, porque nos permite interpretar cómo la poesía, en sentido amplio, alcanza límites insospechados en relación, por ejemplo, con ciertos temas e imágenes. La vela encendida es uno de ellos. En cuanto a María Zambrano, temo que no es fácil seguir las enseñanzas de libros como Claros del bosque. Ya señaló en su día José Ángel Valente cómo en Zambrano se produce una evolución admirable del pensamiento de lo poético a un pensar poético. Por mi parte, y aun tratando de no ser infiel a las enseñanzas de Bachelard o de Zambrano, mi forma de trabajo tiene muy presente un tipo de escritura y de reflexión que en el romanticismo alemán se definió como «poema intelectual», es decir, una forma de pensamiento que, en la indagación y la especulación crítica, no prescinde de los valores poéticos como la metáfora, la imagen o, en general, la imaginación analógica. Y es siempre, por otra parte, un pensamiento que procede por fragmentos, es decir, por «islas» de reflexión que no pretenden ser sistemáticas, sino que abordan su objeto de manera oblicua, transversal y metafórica. 

«La vela encendida trae a nuestro psiquismo una memoria antropológica fundada en la fascinación»

Al final de la sección ensayística del libro, antes de adentrarnos en la muestra de poemas, nos hace ver una función de la vela y de la llama como instrumento artístico, refiriéndose a los dibujos con vela de Victor Brauner, completando así la interpretación del motivo central desde todos los ángulos posibles. La función utilitaria de la vela ya no tiene cabida en nuestra sociedad, pero sí la ritualista. ¿Cuál cree que es el motivo de este poder?

Sí, pintar con la llama, con el humo, y con la cera de la vela. Una monografía como esta, incluso tratándose de un ensayo sin propósitos de exhaustividad, no podía dejar de lado este aspecto. No sólo en el caso del surrealista de origen rumano Victor Brauner y sus dibujos con cera de vela, una técnica muy sofisticada inventada por él mismo, y que poseía valores talismánicos y alquímicos, sino también el caso del fumage de otro surrealista, el austriaco Wolfgang Paalen, es decir, obras pintadas con el humo de una vela, con las que logró imágenes de gran poder hipnótico. Los fumages de Paalen fascinaron a André Breton, que los consideraba un verdadero «teatro de sombras». Es una técnica que ha continuado hasta hoy mismo. También menciono, en otro plano, la «conferencia de la maleta» de Ramón Gómez de la Serna, que simulaba un corte del servicio eléctrico para dar una conferencia a la luz de una vela. En todos esos casos persiste, desde luego, la potencia simbólica de la vela y su llama. Yo no diría, en cambio, que las velas han perdido hoy su carácter utilitario: seguimos viéndolas en las iglesias, en los cementerios, en los cumpleaños, en las cenas íntimas, y hasta en determinados monumentos. Y en todos esos casos, además, nunca han perdido su poder simbólico, «ritualista». La razón, a mi ver, es sencilla: la vela está asociada siempre, de manera inconsciente, a lo que antes comentábamos acerca de la «noche antropológica», a la primitiva antorcha en la caverna, capaz de dar luz y calor. Por eso creo que, como han dicho los historiadores en más de una ocasión, lo que caracteriza a nuestra especie, el Homo sapiens, es la facultad de pensamiento simbólico, y el sentimiento que lo acompaña, inseparable del lenguaje articulado, que nos distingue de otros animales. El sociólogo Norbert Elias lo expresó de manera muy precisa: «Los miembros de una sociedad no conocen lo que no tiene representación simbólica en el idioma de esa sociedad». La vela encendida no ofrece una representación única, sino múltiple, de manera que nuestra cultura es muy rica en cuanto a la potencia de esta imagen. Cada uno de esos valores, por sí solo, es importante, pero la suma de todos ellos hace de la vela encendida uno de los símbolos más potentes de la imaginación por su profunda incidencia espiritual. 

«Tiendo al ensayo breve y al fragmento como modos de intelección y de interpretación de lo real y de lo imaginario»

Como poeta y crítico, ha hecho de la luz un motivo central en su obra y ha escrito sobre la aparición de los elementos naturales en el arte, a través de libros como Cuaderno de las islas, Variaciones sobre el vaso de agua y Jorge Oramas o El tiempo suspendido. ¿Pertenece este nuevo ensayo a un conjunto premeditado de publicaciones? 

Cada uno de esos libros surgió de necesidades y búsquedas muy concretas, y no hay más vínculo entre ellos, me parece, que el de una determinada manera de concebir el ensayo crítico. Debo reconocer, sin embargo, que inevitablemente se producen ciertas convergencias. Tiendo, en general, al ensayo breve y al fragmento como modos de intelección y de interpretación de lo real y de lo imaginario. Temo que cualquier cosa que pueda escribir en el futuro en el ámbito del ensayo tendrá estas mismas características. Quiero decir que, fatalmente, junto a ciertas formas y procedimientos aparecerán también ciertas obsesiones y preocupaciones presentes en esos libros. No es posible escapar así como así a lo que nos constituye en el plano sensible, intelectual y espiritual.