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Crítica

Los mejores cuentos de Hoffman

Broche de oro para una temporaa muy rica en profesionalidad y saber. El número de las celebradas por Amigos Canarios de la Ópera acredita a Las Palmas de Gran Canaria como veterano enclave de la lírica mundial. Ha pasado de todo en este tiempo, de lo vulgar a lo sublime, con divos absolutos y sus contrarios, batutas rutinarias o excelsas, escennografías deslumbrantes o de fin de curso colegial...Pero nada quebrantó la continuidad a pesar de los momentos críticos sufridos, más por crisis económicaslxxxxxxx que por la renovación generacional de abonados y público. La Opera es un emblema de la ciudad y de la isla porque ha dado y da raxones para serlo. Sinceras gracias a todas sus directivas, generosas sin excepción en su esfuerzo desinteresado.

Esta obra de Offenbach es muy complicada vocal y escénicamente. Tres actos en cinco escenas (Con prólogo y epílogo) exigen ámbitos plurales, con decoración diferenciada y rápidas transiciones. El equipo de especialistas que encabezan Daniele Piscopo en la dirección escénica y Carlos Santos en decorados, merecen gran aplauso. Una estructura fija sostiene y da perspectiva a toda la acción, cambiando con elementos realistas, iluminación y atrezzo el carácter y el clima de las cinco escenas. La calidad de todas ellas es de sobresaliente, desde la taberna de Luther hasta la apoteosis veneciana. El elenco vocal duplica en calidades canoras y actorales una recreación muy lograda. El joven y espléndido tenor mexicano Arturo Chacón-Cruz hace en toda la obra un esfuerzo digno de gratitud. No sólo está perfecto en sus cinco áreas (Una por escena) sino que borda con incansable energía su agotadora partitura. El es Hoffmann, el narrador que encarna a sus propios héroes. La muy generosa voz, entre lírica y spinto, luce en alturas poder excepcionales. Hubiera estado muy bien algún filado en esa zona de riesgo, pero él prefiere la fuerza en paraleo con una expresión corporal muy estudiada. No es menos compleja la composición de los cinco personajes diabólicos por parte del bajo español Rubén Amoretti, versátil creador en voz y gesto de las tramposas imágenes del mal. Y otro bajo español, Gabriel Galán, compone tres perfiles y se luce en el Crespel. El resto de los cantante masculinos también ganaron el complacido aplauso: el tenor teldense Gabriel Alvarez, los cubanos Reinaldo Macías y Hector Rodríguez y el berlinés Alexander Edelmann.

Espectaculares las tres damas protagonistas. La soprano Aitana Sanz, enrolada en principio para un rol secundario, sustituyó admirablemente a nuestra admirada Jessica Pratt, que cuida una enfermedad. Aitana bordó la difícil muñeca Olimpia con brillantez, encanto juvenil y excelente técnica. Debutaba el personaje y arrancó la primera gran ovación. Entre la pasión amorosa y el patetismo de la muerte, la soprano boliviana Carolina López Moreno explayó una sonoridad poderosa, (con un punto de dureza en agudos), para su apasionamiento erótico y su muy expresiva rebeldía contra el destino. La mezzo rusa Olga Syniakova estuvo sensual y apasionada en la piel de Giulietta, con un cierto vlbrato quizás prematuro. Otros personajes femeninos vivieron a plena satisfacción en el gesto y la voz de María Belén Merino (Stella) y Paola Gardina (Niklakus y Musa).

Un famoso director canadiense, Yes Abel, construyó la partitura con sentido y sensibilidad al frente de la Orquesta Filarmónica de Gran canaria y su influjo en el gesto de escena, la dinámica y los tempi. Las voces masculinas del Coro de la Opera, que dirige Olga Santana, impecables de unidad y sonoridad.

En suma, una producción plausible en cualquier enclave lírico. La profesionalidad no es un grado; es un éxito del trabajo y la vocación. Honor a los ACO y hasta el año que viene.

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