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Un lapsus de libro

La crítica canaria ha corrido un tupido velo sobre las vinculaciones de ‘Cartas de la Guinea’ con la filiación vanguardista de su autor

Carta de Agustín Espinosa a Miranda Junco, reproducida por Miguel Pérez Corrales en ‘Agustín Espinosa, entre el mito y el sueño’.

No estamos ante un rescate cualquiera. Importa poner eso por delante. En el océano, a la deriva, llevaba décadas flotando un fardo con los papeles mohosos de la edición original de Cartas de la Guinea (Espasa-Calpe, 1940), el único libro publicado en vida por Agustín Miranda Junco. Desde la orilla, nadie se había hecho cargo de aquellos restos que, ciabogando, parecían certificar el naufragio del proyecto imperialista que los había botado mar afuera. Pero Cartas de la Guinea arriba de nuevo a la costa, y ya no podemos mirarlo como quien observa una inerme y ajena ruina encallada en la arena. Para nosotros, mirar tiene que ser participar en su rescate, y como en toda elaboración, quienes estamos en juego somos nosotros mismos, no solo el náufrago.

La alusión freudiana no es un mero recurso retórico. Primero, porque la presente reedición viene acompañada de un interesantísimo prólogo de Roberto Gil Hernández, que levanta su mirada decolonial valiéndose del utillaje conceptual psicoanalítico. Según el antropólogo tinerfeño, es necesario comprender Cartas de la Guinea como parte de la literatura neoimperialista española, cuyo contenido latente consistió en levantar una fantasía que hiciera digerible, sin nombrarlo, el «capitalismo racializado» que España proyectó sobre sus colonias africanas. Pero Freud también es convocado aquí porque esta reedición, más allá de completar un vacío editorial, abre propiamente nuestra identidad a la consciencia de llevar décadas habitando un lapsus.

Conviene hilar fino. Miranda Junco no es un autor desconocido. En vida, durante el periodo de las vanguardias históricas canarias, fue incluso valorado como la más joven de sus figuras. Tampoco la historiografía literaria canaria ha ignorado su existencia. Si bien de forma marginal, nuestro autor es mencionado en todas las obras de relevancia que en torno a las vanguardias se han venido publicando, también en los trabajos del conjunto de investigadores nucleados en torno a la universidad lagunera (Sánchez Robayna, Pérez Corrales, Nilo Palenzuela, Miguel Martinón, Isabel Castells…) que con denuedo impulsaron a partir de los 80 la puesta en valor de sus autores principales. Fruto de este trabajo, Miranda no sólo aparece hoy correctamente situado en el marco de las vanguardias históricas, sino que también contamos con una recopilación de sus textos al cuidado de Rafael Fernández Hernández: Poemas y ensayos (IEC, 1994).

Teniendo en cuenta lo anterior, se puede concluir que la participación de Miranda en la historia de las vanguardias nunca ha sido puesta en duda. Pero entonces, ¿dónde radica el lapsus? En nuestra opinión, este se origina precisamente en la existencia de Cartas de la Guinea, y opera en la crítica canaria, salvo muy contadas excepciones, a través de un doble movimiento: primero, reconociendo la existencia del libro, para, a continuación, dejar de hablar de él, corriendo un tupido velo acerca de las posibles vinculaciones que el mismo pudiera tener con la filiación vanguardista de Miranda Junco. En todo caso, la tensión que se da entre palabra y silencio en torno a Cartas de la Guinea no es espontánea, sino que parece apoyarse en dos clases de argumentos. El primero es la elección de una fecha de corte que, tajantemente, delimita el periodo de vigencia del vanguardismo histórico, y que, de acuerdo con una larga tradición académica, se coloca en 1936, coincidiendo con el levantamiento militar contra la República española. De esta manera, Cartas de la Guinea, escrito entre 1937 y 1939, pasa a situarse sin problema fuera del marco temporal que reclama atención. El segundo tiene que ver con la naturaleza del lenguaje empleado en el libro: sosteniéndose la idea de su carácter no estrictamente literario, el texto acaba asociándose a las funciones burocráticas que Miranda desempeñó en la colonia, esquivando así el análisis de sus vínculos estéticos con sus poemas y ensayos del periodo republicano.

Reconocida en todo caso su existencia, quedaría aventurar los motivos por los que la tradición insular ha incorporado Cartas de la Guinea a su memoria en la forma de un lapsus. De entrada, podría pensarse que la postergación del libro tiene que ver con la repugnancia con la que hoy recibimos sus objetivos coloniales, su planteamiento racista y su retórica por momentos manifiestamente fascista. En ese sentido, la relegación al olvido funcionaría al modo de una condena, si bien tácita, de su contenido. Pero en ese caso dejaríamos sin explicar la existencia de un verdadero lapsus, tal y como venimos postulando, ya que ningún lapsus consiste en la expresión –tácita o explícita– de un contenido evidente, sino que es siempre la expresión –indirecta e involuntaria– de un contenido latente. En nuestra opinión, el dispositivo del lapsus que ha desplegado la crítica en torno a Cartas de la Guinea ha conseguido evitar al menos dos cosas. La primera, nombrar abiertamente el vínculo que nuestra cultura mantiene con su doble contradicción colonial, esa que se expresa, por un lado, en el nacimiento, tras la incorporación violenta del Archipiélago al mundo europeo, de una esquizofrénica identidad criolla que se tambalea entre identificaciones con el conquistador y con su víctima; y, por otro, en la posición geoestratégica de Canarias para el despliegue del colonialismo –atlántico, primero, y mundial después–, que nos arrastra ciclotímicamente, ora a sacar tajada eufórica en los momentos de auge, ora a apelar a la precariedad ultraperiférica en los momentos de depresión del ciclo económico. Pero, en segundo lugar, y en el ámbito más específico de la literatura, el lapsus también ha servido para no poner en cuestión la recepción de la vanguardia histórica que nos hemos forjado, a partir de los años 80, y que se sostiene sobre una valoración de la misma en función de su capacidad para realizar una idea de Modernidad entendida como proceso progresivo –y progresista– que apunta siempre hacia una supuesta culminación histórica; culminación de la que –ya aparentemente limpia de polvo y paja fascista, racista y colonial– nos acabamos viendo a nosotros mismos, a partir de la Transición democrática, como dignos herederos.

Por ello, esta reedición de Cartas de la Guinea debe contribuir a replantearnos nuestra propia imagen en un trabajo de doble dirección: hacia atrás, complejizando el panorama de la realidad heredada, particularizando y destacando matices y posturas que han quedado ensombrecidas a la hora de levantar determinadas lecturas de la tradición. Pero, en segundo lugar, hacia adelante, contribuyendo a una lectura crítica de la vanguardia insular que signifique una nueva recepción de la misma, actualizando la necesidad de pensar sus sentidos pendientes, pues la vanguardia no es solo una cuestión académica o histórica, sino algo que proyecta sus ideas, sus presupuestos y sus aspiraciones –casi siempre en relaciones de tensión– sobre la propia creación literaria y artística actual, así como sobre nuestro posible entendimiento del potencial crítico de la tradición cultural.

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