La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los amores prohibidos

Se cumplen tres décadas de ‘La edad de la inocencia’ coincidiendo con el ochenta aniversario de Martin Scorsese, su director y guionista

Daniel Day-Lewis con Michelle Pleiffer en ‘La edad de la inocencia’. | | LA PROVINCIA/DLP

El estreno hace treinta años de La edad de la inocencia (The Age of Innocence), escrita y dirigida por Martin Scorsese (Nueva York, 1942), uno de los cineastas imprescindibles de nuestro tiempo, que el próximo mes de noviembre cumplirá 80 años, vino a desenterrar un viejo y enconado debate que ya parecía orillado desde que se produjo un tácito consenso entre la crítica para evitar cualquier tipo de reduccionismo a la hora de determinar dónde acaba la originalidad y dónde empieza el mimetismo en la obra de un director con verdaderas ambiciones artísticas. Se le ha reprochado a Scorsese -lo mismo que a tantos otros realizadores de fuste- que, sin renunciar a su autonomía creativa, se inspira abiertamente en el cine de otros ilustres colegas, tomando de prestado una imaginería ajena por completo a su propio ámbito iconográfico. En este caso se trataba, evidentemente, del inconfundible universo visual del maestro italiano Luchino Visconti, un autor canonizado al que por razones más que obvias, se apela cada vez que se intenta reproducir en la pantalla el espíritu de la aristocracia.

Hemos de precisar, en cualquier caso, que ni Visconti ni ningún otro cineasta de su innegable prestigio, tuvo jamás ninguna patente que le permitiera abordar en exclusividad determinados hitos o sucesos. Que tuviera una capacidad especial para hacerlo como nadie ya es otra cuestión, lo cual no impide que otros también lo intenten y acaben haciéndolo con idéntica solvencia. Scorsese, efectivamente, penetra en La edad de la inocencia en los escenarios sociales e históricos que tanto transitó en su filmografía el autor de Senso (Senso, 1964): el retrato de una sociedad finisecular que rehúsa perder sus privilegios en vísperas de un cambio inminente de sus estructuras económicas y políticas. Pero la realidad que describe en esta película, de gratísimo recuerdo para este comentarista, no es sólo la expresión de un ideario decadente que no se resigna a morir del todo. Los tiros de su discurso se dirigen también hacia otras dianas, más intimistas y emocionales, que revelan las múltiples contradicciones que van erosionando las bases de una sociedad tan celosa de sus principios como de su tradicional intransigencia en el campo de la moral.

La turbulenta historia de amor entre Newland (Daniel Day-Lewis), un remilgado y taciturno burgués neoyorquino que se enamora perdidamente de la fascinante belleza de Ellen (Michelle Pfeiffer), una joven acaudalada que acaba de regresar de una prolongada estancia en Europa, contribuye a erosionar la propia existencia de estos personajes. Pero Newland ya se ha comprometido sentimentalmente con May (Winona Ryder), la prima de Ellen, con la que ha de contraer matrimonio en breve. Surge entonces el drama de un amor condenado por la moral convencional a ser vivido a escondidas, hurtándole su grandeza y condenándolo a un doloroso exilio interior que ambos protagonistas sobrellevan con impotencia y desesperación.

Scorsese no ha sido hasta ahora, tras más de veinte largometrajes a sus espaldas, un realizador que se haya caracterizado particularmente por su pasión por los grandes acontecimientos, a pesar de que el suyo es un estilo cinematográfico sembrado de referencias y observaciones estrictamente realistas. Si hiciéramos la salvedad de La última tentación de Cristo (Last Temptation of Christ, 1988), donde sí se sumerge en las densas tramas del pasado para hacer una personalísima interpretación de la figura del Mesías, su obra es más una turbia crónica del mundo actual con sus consabidas incursiones en las zonas más abismales de la sociedad contemporánea, así como en los monstruos que este genera, que una mirada objetiva sobre la proyección histórica del hombre en medio de un mundo y unos valores en pleno proceso de descomposición.

Filmes como Taxi Driver (Taxi Driver, 1976), El color del dinero (The Colour of Money, 1986), Uno de los nuestros (Good Fellas, 1990), El cabo del miedo (Cape Fear, 1991) o Casino (Casino, 1995) constituyen, además de auténticos tratados sobre la rica fauna social sobre la que descansa el grueso de su filmografía, piezas imprescindibles para cualquier estudio profundo sobre las alimañas que merodean por los aledaños de una sociedad moralmente enferma. Incluso en su discutida versión del clásico de John Le Thompson El cabo del terror (Cape Fear, 1962) hay elementos que apuntan en este mismo sentido, es decir, hacia una radiografía poco favorecedora de la convivencia pacífica en la América contemporánea.

Por eso, no deja de producirnos, aún hoy, tres décadas después, cierto estupor al encontrarnos con un Scorsese diferente, menos apegado a sus obsesiones tradicionales y más abierto en cambio a nuevas perspectivas artísticas y nuevos contextos argumentales. Sin embargo hubo quien lo tildó en su día de frío, distante y manierista por tan inesperado giro cuando esa frialdad, tan aireada por algunos sectores de la crítica del momento es, precisamente, lo que le proporciona auténtica originalidad a esta producción tan bella y atípica.

También pudimos leer en su día en alguna revista especializada de la época que su voluntaria inclinación al romanticismo en esta película era el reflejo de un debilitamiento intelectual, una huida hacia temáticas y planteamientos más cercanos a las demandas del gran público que al rigor que exige cualquier análisis histórico. Nada de eso: La edad de la inocencia, inspirada en la novela homónima de la escritora estadounidense Edith Wharton, no solo sigue siendo una obra mayúscula que se suma a las que ya jalonan el largo y sólido recorrido artístico anterior y posterior de Scorsese, sino el síntoma inequívoco de una actitud radicalmente innovadora cuyos frutos deberían juzgarse, a treinta años del estreno de la película, con la serenidad y distanciamiento que siempre aporta el paso del tiempo. Existe en el mercado nacional una formidable edición en BD, lanzada hace algún tiempo por Sony Pictures, que nos permitirá ahondar en las bondades de este viejo filme de inolvidable recuerdo.

Compartir el artículo

stats