La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La desazón narrada

La novena novela del escritor francés es una obra Michel Houellebecq al 100% que a ratos, sin embargo, se extravia y aburre

La desazón narrada

Empecemos grandilocuentes, anunciando el regreso del emperador de la desazón, que no es un título menor en una Europa donde se ha cronificado la desgana. Porque eso es en gran medida la nueva novela de Michel Houellebecq, Aniquilación (Anagrama): un monumento de 600 páginas a la desazón. El escritor francés sigue a rajatabla esa máxima que dice que la primera frase de una novela debe condensar el tono, ser un anuncio -incluso, en cierto modo, un resumen-, y nos suelta aquello de que en cierta época del año los solteros tienden a sentir más de cerca la muerte. Porque no hay desazón que no sea, en cierto modo, un vehículo mortuorio, y en la novela de Houellebecq la gente se asoma a la muerte o acompaña al otro a morir o bien, simplemente, muere. El autor de Las partículas elementales, y de ese ya extenso corpus que profundiza en la vida sin norte del occidental moderno, no se ahorra ni el dolor ni la reflexión que se desprende del hecho de sufrir.

La desazón narrada

Dicho lo cual, Aniquilación también es un libro sobre el amor. En el mismo tercio, en las mismas 600 páginas. Como ya hizo en su anterior novela, Serotonina, Houellebecq conduce al lector a través de un laberinto de oscuridad del cual emerge lo que a estas alturas de su obra ya tiene postulado de verdad: en medio de tanto desasosiego, el único salvavidas es el amor. No lo dice así, por supuesto, Houellebecq es todo menos cursi. Pero no es menos cierto que al exhausto Paul Raison, el protagonista, lo único que le queda a fin de cuentas es el amor. O bien, la promesa de él. Digamos: la posibilidad. ¿No son el amor y la muerte los grandes temas de las grandes novelas de todos los tiempos? En Aniquilación, lo demás es subsidiario; lo demás -el thriller político, etcétera- son recursos narrativos al servicio de esos grandes ejes. Lo que pasa es que una novela es narración, y Houellebecq es un narrador, y a bordo de qué vehículo hace reflexionar sobre esos temas es fundamental.

Raison trabaja como asesor del ministro de Economía y Finanzas, Bruno Juge. Su posición le permite conocer de cerca el complot orquestado por no se sabe muy bien quién ni con qué objetivo, pero desestabilizador, un complot que se manifiesta, primero, en perturbadores montajes por internet, y luego en atentados de impecable ejecución. Su matrimonio con Prudence va camino de la extinción -de la aniquilación-, al igual que la vida de su padre, antiguo espía, y la suya propia, cuando le es diagnosticada una grave enfermedad. En torno a este cóctel de desasosiego articula Houellebecq su narración. No esperábamos menos de él. Todo se hunde, lo personal y lo social. No hay alegría, todo es gris, mustio, desesperanzador. La bruma que no deja ver el sol envuelve al lector. Ya está. Estamos en territorio Houellebecq.

Si uno es un incondicional del autor francés, casi es suficiente, pero la novela no carece de problemas. De hecho, puede que sea una de sus obras menos logradas. ¿Por qué? Porque, como es bien sabido, se debe ser muy cuidadoso al narrar la desazón, ir con pies de plomo, pues siempre se corre el peligro de que el espíritu de la novela impregne la forma, el peligro de que el producto final se vuelva -¡atrás!- aburrido. En Aniquilación no pasa todo el tiempo, pero pasa. Hay momentos en que el lector se siente extraviado, pero no se ha perdido él, se ha perdido el autor. La escritura plana de Houellebecq -sin picos, sin valles- aquí no funciona, y a veces, más que avanzar, se arrastra, y esto ocurre en gran parte porque está al servicio de una trama con la que no establece contraste. Podría ser algo deliberado, pero, aun así, no funciona. El autor de libros que se leen con auténtica gula -como Ampliación del campo de batalla, como La posibilidad de una isla- no entrega su creación más apetitosa, pero…

Pero sigue siendo Houellebecq: ese francés que ha construido su pequeño imperio a caballo de la melancolía. Y lo que no ha cambiado es que siempre hay algo superior en sus novelas. En esta también.

Compartir el artículo

stats