La Provincia - Diario de Las Palmas

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CANARISMOS

Al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos

Este dicho que, aunque no genuinamente canario, podemos escuchar en las islas, forma parte de los numerosos refranes que tienen a Dios como protagonista y es de uso general en distintos dominios del castellano. De este se da otra versión a la que se le atribuye cierto carácter benévolo: «Al que Dios no le da hijos, le da sobrinos». Que se suele interpretar como un gesto de «misericordia divina» hacia quien privado de descendencia ve frustradas sus aspiraciones de progenitor, y se trata de consolar el malogro con la presencia de sobrinos a los que se quiere como si fueran hijos propios. Sin embargo, el refrán en lo que es, quizás, su uso más extendido («al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos») está cargado de ironía, cuando no de sarcasmo, y se emplea para expresar que cuando alguien no tiene descendencia propia, no suelen faltar los sobrinos (y por extensión, otros allegados) que le acudan cuando le resta poco tiempo de vida. A veces movidos por espurios intereses que ocultan las verdaderas pretensiones, esto es, la de hacerse con el patrimonio del causante. Este suspicaz proceder delata a los sobrinos como agoreros que barruntan el sueño eterno de sus parientes y en ausencia de herederos directos serán sus beneficiarios.

En sentido amplio, concuerda con la situación de quienes no tienen hijos y, por tanto, están exentos de las numerosas responsabilidades que ello acarrea, pero no obstante se ven obligados a tener que asumir cargas derivadas de otros vínculos familiares o, incluso, atender obligaciones ajenas que no les correspondería asumir. Para transmitir esta idea, el refrán recurre a dos sujetos antagonistas por antonomasia: «Dios» y «el diablo» [«tándem» poco usual en el refranero]; y ante las ignotas razones que justifiquen la infertilidad, la falta de vástagos en una pareja o la «soltería», consuela verlo como un aspecto benigno en cuanto libera del peso de las obligaciones paterno-filiales. Frente a este acto de «benevolencia divina», por así decirlo, surge la «perversidad» del demonio de otorgar sobrinos que vienen a suplir la ausencia de hijos y que, en el tono irónico que se expresa el dicho, induce a pensar que son «obra del diablo». La presencia de Dios en el refranero es un hecho que podemos constatar frecuentemente. Sin embargo, son más raras las paremias en la que aparece el divino frente a la figura del diablo o que tienen a este como protagonista. Este recurso es muestra evidente de la influencia cultural de la tradición judeocristiana en el repertorio fraseológico, en general, y en el refranero popular, en particular. Al socaire de estos elementos simbólicos y conceptuales, el vulgo se permite en ocasiones colocar en pie de igualdad a estos dos «personajes» antagónicos en la elaboración de sus proverbios. Y son prueba de esta confrontación dichos como estos: «Ponerle una vela a Dios y otra al diablo» (para expresar figuradamente que conviene estar a bien con todo el mundo, por si acaso); o este otro viejo refrán castellano que dice, «la cruz en el pecho y el diablo en los hechos» (que reprende la actitud hipócrita de aquellos que guardando las apariencias fingen humildad y buenas acciones cuando en su interior son seres perversos); «Dios los cría y el diablo los junta» (que augura que las personas de cierta condición tienen a encontrarse como si obedecieran a un mandato sobrenatural); o incluso aquellos que ponen como protagonista al mismísimo demonio: «Más sabe el diablo por viejo que por diablo» (para dejar claro que la experiencia es la madre de la ciencia) o «vengan los cuartos del velorio, cásese el diablo con el demonio» (que viene a señalar que en materia sacramental hay que hacer la vista gorda para poder seguir adelante, pues la Iglesia tiene también sus necesidades pecuniarias). Pero en el dicho comentado las figuras arquetípicas o cuasiarquetípicas de «Dios» y «el diablo» representan la lucha entre el bien y el mal. Entendida la disyuntiva «bien-mal» como una situación en la que si alguien se libra de las cargas familiares o personales (visto solo en términos de desventajas que puedan suponer los compromisos y obligaciones), no le faltarán responsabilidades que soportar ya que, «sin comerlo ni beberlo», surgen nuevos nexos como pueden ser los «sobrinos», allegados u otros compromisos que ni siquiera le conciernen, pero de los que no resulta fácil liberarse. En definitiva, que quien goza de una situación de privilegio en cuanto está libre de obligaciones (representadas aquí por las relaciones paterno-filiales) no le faltarán otras responsabilidades colaterales («sobrinos») en ausencia de otras figuras de referencia que las puedan asumir.

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