Jonathan Allen ha perseguido el rastro del checo a lo largo de su correspondencia, relatos sueltos y manuscritos durante su vida. Gracias a una amplia investigación, retoma en el libro Franz Kafka. Ética, estética e influencia cuestiones poco dilucidadas del escritor, como sus juicios e impacto actual. El investigador presenta mañana, en el Salón de Actos del Edificio de Humanidades de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, su nueva incursión a las 18.00 horas en compañía de Francisco Quevedo Juan.

¿Cómo afrontó la reescritura de su relación con Kafka?

Por una parte, esta es la historia de mi vida con Franz Kafka, que se convierte en un personaje más entre los autores que me han marcado y conmovido, y viven en su particular dimensión. Empieza cuando tengo 20 años en Inglaterra y continúa en intervalos hasta el día de hoy. Desde que publiqué en 2019 A los que leen, han sido tres años de trabajo continuo, investigación, relectura y reescritura, además de indagar en asuntos crítico-literarios de su obra. El texto es, en parte académico, personal y ensayístico, no es exactamente un estudio crítico-académico, por lo que tiene distintas inflexiones. 

Cita que Milan Kundera nombraba a Cervantes como el precursor de la era Moderna a nivel literario, pues Kafka relata la contemporaneidad.

Kafka leyó a Cervantes en su juventud y establece una referencia evidente cuando escribe Investigaciones de un perro, en paralelo a El coloquio de los perros, o los aforismos de La verdad sobre Sancho Panza, en el que reinterpreta el clásico. Kafka es un escritor realista, casi expresionista, rayando el surrealismo o anticipándose a él. Pero también es la inmersión absoluta en segundos en las profundidades de la conciencia, de las estructuras del poder y del sometimiento y del extrañamiento de una realidad que sigue siendo igual, pero en donde hay algo terrible que está sucediendo desde el interior. Él es la conciencia lúcida de un cambio de paradigma social en el siglo XX. De alguna manera, vislumbra lo que le sucederá a millones de humanos años después de su muerte en la Alemania nazi y la Rusia soviética.

Su conciencia es del exiliado profundo porque, aun siendo judío y estar integrado en la cultura y élite de su tiempo, observa que son el chivo expiatorio no solo de los odios, sino del aparato imperial. Esa conciencia del peligro, de estar fuera de lo que es el engranaje totalitario del establishment lo lleva a un terreno que no es enteramente real, pero no deja de serlo. Ese caminar y navegar por la estrecha línea roja de lo terrible y real y lo terrible y onírico lo hace excepcional y contemporáneo, por eso influye. También, la naturaleza enigmática de lo que no acabó, porque concluida como tal solo es la novela América, y varios relatos. Por tanto, es Max Brod quien ensambla el proceso tal cual lo leemos hoy y hace que leerlo sea extraño y enigmático, ya que escribe desde la pluralidad de voces -lo que la crítica literaria llama la narración monopolizada-. 

¿El texto puede ser una introducción para ese lector que desconoce su legado?

Sería una pretensión intolerable. Mis 22 ensayos son visiones que esclarecen aspectos menos conocidos: su difícil y turbia relación con el sexo y las mujeres, un homoerotismo que se apunta en el relato Descripción de una lucha, su relación con la moralidad, reflexiones sobre el bien y el mal, puntualizaciones sobre su vida y amistades. La biografía de Reiner Stach es la más completa acerca de la vida de Kafka, salvo lo que se llevó la Gestapo del piso de su novia Dora Diamant. 

¿Cómo lo uniría a Galdós y Balzac, otros dos autores que ha comentado que marcan su propio universo?

Es muy difícil de contestar. Hay otros que me han marcado, más contemporáneos como Vladimir Nabokov, aunque con Kafka la relación es distinta, ya que tiene mundos casi inabarcables. Sin embargo, sigue siendo cercano a nuestra sociedad, casi como que lo computerizado y digital está presente en la revolución industrial y sus procesos. Luego, hay una relación académica y vital que hace que la literatura esté viva para mí. 

Decía que quien no conoce la dialéctica entre el pasado y el presente «no vivirá plenamente, pues el alma solo progresa cuando la experimenta y trasciende con ella».

Es un punto de vista muy personal que tiene que ver con la percepción de lo que está al otro lado. Sigues tu vida con un esquema cíclico y lineal que se ciñe a lo biológico y material, que ya de por sí es complejo, o si lo vives con otras fuerzas y realidades, el alma y su destino. Cuando fui al Hotel Century de Praga, no me di cuenta de que era el Instituto de Seguros Laborales donde había trabajado y vivido frustaciones, esperanzas, alegrías y amores, donde había esperado durante horas las cartas de Felice Bauer y Milena Jesenská, y que en la actualidad es al lugar que van millones de turistas. De repente, percibes otra realidad escondida ahí. Es por eso que mi literatura está llena de muertos, que están más vivos que los vivos, algo, por otro lado, muy kafkiano. 

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¿Dónde termina la fascinación del lector y empieza la brillantez del escritor?

No escribo tanto, leo mucho y y relleno cuartillas donde comento todo lo leído. En mí, las dos cosas están enmarañadas. Ningún texto escrito vale más que ningún diálogo, decía Platón. Mientras más lees y reflexionas, más te distancias para volver con otro ojo a lo que rodeas. ¿Qué es lo local y lo universal? Lo universal está en la última roca del Atlántico, como la nuestra, la patria del almendro en flor. Desgraciadamente, vivimos en una sociedad en que escribir se ha convertido en una meta. Los versos de Tomás Morales y los textos de Alonso Quesada son universales porque son escritores que se han nutrido y han absorbido sensibilidades, dentro de su isla, por lo que logran trascender. Un escritor debe ser un lector fascinado e inteligente y la escritura es un largo aprendizaje.