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Arte

Algo para activar la memoria de Juan Hidalgo

Hay que conservar unido el legado de uno de los artistas canarios con mayor proyección internacional del siglo XX para que sirva de referente a las nuevas generaciones

Juan Hidalgo, en Ayacata. | | CARLOS ASTIÁRRAGA

Todo el mundo puede saber «algo» de Juan Hidalgo. Incluso algunos tendrán algo que aportar o tampoco faltará alguien que esté dispuesto a dar el «algo», eso que, hace muchas décadas, se daba como regalo, por «añadidura», con un mágico gesto para que los niños disfrutaran en tiempos de miseria. Juan no dudó en presentarse, en numerosas obras, como «un canario más» y, sin embargo, nunca fue, ni mucho menos, «uno más», esto es, plantó cara a toda ortodoxia y afirmó, radicalmente, su diferencia. Conviene recordar, porque algunos están bastante desmemoriados que Juan Hidalgo fue un verdadero pionero de la música experimental (el primer compositor español que fue invitado a los míticos encuentros de Darmstadt), el padre legítimo de la performance en nuestro país y un poeta al que calificaron como «raro».

Su trayectoria artística no fue, ni mucho menos, un «camino de rosas». Compuso su música y activó su arte a contracorriente. Incluso un músico tan avanzado como Luis de Pablo reaccionara contra Zaj en su ensayo Aproximación a una estética de la música contemporánea, publicado en 1968, negando que cualquier hombre pueda ser un artista y tildando de «postura puramente irracional» e incluso de “nihilismo postromántico» a esos músicos que pretendían hacer algo en la estela cageana.

Walter Marchetti y Juan Hidalgo decidieron a finales de los años cincuenta abandonar la investigación musical de corte tradicional para dedicarse al hecho musical, «como búsqueda de un lenguaje no exclusivamente sonoro». La música está puesta en abismo paródicamente, por ejemplo, cuando se alude a las posibilidades inciertas de los intestinos para dar conciertos o postula una música genital (la escucha minuciosa del coito). Las intervenciones de zaj se localizan en un territorio móvil, limitado por la «constelación Cage»: un tipo de comprensión de la composición como proceso en el que son esenciales las nociones de cambio, indeterminación y comunicación. El 2 de junio de 1961 escribe Juan Hidalgo su primera obra musical de acción titulada A letter for David Tudor, «para varios pianistas, piano y cuantos objetos sean necesarios», una partitura textual que consiste en una serie de palabras elegidas al azar (FORTINICH ONEROUS NEGATION LINKENES RAMROD IVY JUVENILE VORACIUS COD, etc.) que vienen a sugerir acción pero que están completamente abiertas.

Cuando regresa a Madrid en 1964, Juan Hidalgo se da cuenta de que, por un lado, hay poco interés por la música contemporánea. Zaj realiza su primer concierto, calificado como «concierto de teatro musical», un género que Ramón Barce definía como «no funcional ni ilustrativo», el 21 de noviembre de 1964 en el Colegio Mayor Menéndez Pelayo y, para la ocasión, Juan Hidalgo escribe un texto que tiene el carácter de todo un «manifiesto zaj»: «basadas en el amor a las alusiones, en las vulgares acciones cotidianas y en el énfasis de los modos de acción no lógicos, el propósito de nuestras obras estriba en la atmósfera creada y en los objetos exhibidos en un mundo nuestro, blando, perezosamente sentimental y tendenciosamente totalitario, las últimas guerras han roto el cómodo y falso equilibrio concentrándonos a las artes –pero sin olvidar las restantes actividades humanas–, público, crítica y artistas, sentimiento y totalitarismo, han sufrido las más rudas y beneficiosas sacudidas, lo que ayer fue inadmisible, hoy deja de serlo ¿y mañana?»

Estos pioneros de la «música experimental» en España no tuvieron las cosas fáciles, porque, aunque como dijera Tomás Marco en 1968, el concierto (en su sentido decimonónico) ha muerto, la inercia «estética» seguía gobernando la escena musical y todo lo que sonada dis-cordante era despreciado de forma ruidosa.

La zajografía (1975) de Juan Hidalgo presenta su «familia» artística: Marcel Duchamp como el abuelo, John Cage como padre, Erik Satie como el amigo de la familia y Buenaventura Durruti como el amigo de los amigos. Sin duda son muchos los artistas españoles que han sido influenciados por Zaj y, especialmente, por Juan Hidalgo, en una «familia» que incluye, entre otros, a Nacho Criado, Esther Ferrer, Concha Jerez o Isidoro Valcárcel Medina. No es exagerado apuntar que los artistas más significativos de la performance de las últimas décadas han reconocido el magisterio incuestionable de Juan Hidalgo.

Aventura heroica

La exposición de ZAJ en el Museo Reina Sofía en 1996 fue el apoteósico colofón de una aventura artística que sencillamente debería calificarse como heroica, ajena a los intereses del mercado del arte, periférica en todo: en las fronteras de la música, en el dominio móvil de la performance, sedimentada en fotografías, objetos, poemas, libros o incluso banderas.

La obra personal de Juan Hidalgo está determinada, en todo momento, por sus deseos, concretada en variaciones en torno al pene, bodegones de flores con preservativos, construcciones de islas que evocaban tanto sus orígenes cuanto el territorio estético singular que habitaba.

Tenía un gran sentido del humor y su poesía era una combinación del haikú con el guiño de complicidad amistoso. Realizó exposiciones en museos como ARTIUM (Vitoria) o el Centro Atlántico de Arte Moderno (Las Palmas de Gran Canaria), TEA de Santa Cruz de Tenerife, y otros tantos museos de México y Perú, expuso en galerías como Juana de Aizpuru, Saro León, Trayecto, Trinta o Adora Calvo, y se le concedió en 2016 el Premio Nacional de Artes Plásticas que, según apuntaron infinidad de críticos, merecía desde hacía décadas.

Cuando monté, junto a Carlos Astiárraga, viudo y heredero de Juan Hidalgo, su exposición monográfica en las Salas de Tabacalera en Madrid dependientes del Ministerio de Cultura, escuché numerosos comentarios de gentes muy representativas del mundo del arte y políticos como el recientemente fallecido José Guirao que había que conseguir que todo ese extraordinario legado pudiera mantenerse unido y servir como referente para las nuevas generaciones de artistas.

Directores de museos y comisarios de exposiciones, críticos y gestores culturales reconocían que ese homenaje póstumo estaba absolutamente justificado y, sobre todo, se insistía en la necesidad de tomar el legado de Juan Hidalgo como material aglutinador para los creadores interesados en las formas experimentales de la música y el arte, aquellos que realizan performances o los que sienten que su experiencia vital les lleva hacia la «poesía rara».

Desde que falleció Juan Hidalgo en febrero del 2018 no ha cesado de plantearse la necesidad de generar un proyecto sólido a partir de su legado artístico. Han pasado cuatro años y, lamentablemente, todavía no se ha concretado nada. Hace apenas un mes presentábamos en La Regenta, en Las Palmas de Gran Canaria, el volumen dedicado a Juan Hidalgo publicado en Biblioteca de Artistas de Canarias. Una vez más, en las conversaciones surgía «la necesidad de hacer algo». No podemos esperar a que un mono, por casualidad, escriba La crítica de la razón pura ni seguir dejando pasar el tiempo como si tampoco importara nada «la cosa». Los políticos que se ocupan de la cultura en Canarias tienen que tomar cartas en el asunto y así conseguir que toda la energía de Juan Hidalgo, la extraordinaria poesía de los «etcéteras» Zaj no siga degenerando en unos tristes puntos suspensivos.

El legado de Juan Hidalgo que custodia con cariño y rigor Carlos Astiárraga, sin duda el máximo experto sobre su obra y la persona con la que compartió su vida en su hermosa casa de Ayacata, tiene que pasar a convertirse en patrimonio cultural de todos los canarios. Sería un auténtico fracaso de la «política cultural» que esas obras se disgregaran o, peor aún, pasaran a formar parte de las colecciones de otros museos fuera de Canarias. Juan Hidalgo regresó, tras todo su «recorrido japonés», a su tierra porque se consideraba, como he dicho, «un canario más».

Romper barreras

Hasta el final de sus días, Juan Hidalgo insistía en que hay que estar siempre «rompiendo barreras», pese a todo. Poco importa que lo que se haga sea intrascendente, sobre todo si asumimos que, como dijera Cage, «la utilidad de la inutilidad es una buena noticia para los artistas». El propósito de esta falta de propósito se logra si «la gente aprende a escuchar» lo cual, tal vez, llevara a que terminaran prefiriendo los sonidos de la vida.

Es el momento para que volvamos a escuchar a Juan Hidalgo, para que reactivemos su obra, haciendo que «algo» de lo que hizo inspire a nuevas generaciones de artistas que quieren encontrar su propio camino. No podemos perder ni un minuto o, para seguir en la tonalidad de Cage, tendríamos que tomar decisiones en cuatro minutos y treinta y tres segundos. Lo sabemos, incluso en el silencio algo se escucha.

En estos últimos cuatro años parecía que el letargo burocrático y las inercias políticas impedían tomar una decisión lúcida sobre la obra de Juan Hidalgo. Ahora se necesita un poco de ritmo y algo de coraje estético para que el legado de uno de los artistas canarios con mayor proyección internacional de todo el siglo XX tenga lo que, sin ningún género de dudas, se merece: un espacio, una memoria, un reconocimiento, pero, sobre todo, un ámbito para que su energía inspire a otros.

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