La Provincia - Diario de Las Palmas

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Amalgama

Amigos de los tornados

Juan Ezequiel Morales

En una finca de la que yo disponía en la laurisilva de Doramas, estuve reunido con un amigo explorador de lo desconocido, que ahora vive en Oaxaca, y quien, a finales de los ochenta, lideró y trajo a Madrid a varios exponentes de la vanguardia cognitiva y energética, entre ellos: Jacobo Grinberg, neurofisiólogo de la UNAM al filo de lo desconocido, Claudio Naranjo, uno de los estudiosos del eneagrama y el psicoanálisis vinculados al Instituto Esalen, Carlos Ortiz, investigador del misticismo de San Juan de La Cruz, Yeshel Shemer, un rabino que profetizó varios eventos relacionados con la guerra y los movimientos humanos, que se cumplieron todos menos uno... y un largo etcétera.

Mi amigo explorador de lo desconocido vino de cerrar tratos negociales en Panamá, después de un largo periplo vital de más de 15 años, en los cuales, entre otras cosas, vivió un secuestro por parte de las FARC, del que salió indemne, tras varios meses recluido en la selva. Los secuestradores lo liberaron y pudo llegar a la zona de punta de Jaqué. Revela mi amigo explorador de lo desconocido que él mismo advirtió sobrenaturalmente que iba a ser liberado, de forma que tomó una barca cuyos regatistas le acercaban desde la zona más profunda de la selva del Darién colombiano, hasta las playas de Jaqué, adonde no llegan las carreteras, sino que se arriba por barco o gracias a un aeropuerto construido por los norteamericanos en la época de la guerra del Pacífico con los japoneses.

Una vez bajó a la playa, desierta, en la noche, se dirigió a la casa del Profesor de Matemáticas, un viejo amigo que pasaba allí unas temporadas, pues aquel pueblo lejano era su lugar de origen. Tocó intempestivamente a la puerta de su palafito, pero no había manera. Dudó de si estaba, pero todo indicaba que sí. Desesperado por la situación, solo, recién liberado, mi amigo explorador de lo desconocido volvió a intentarlo una y otra vez. Y nada. Hasta que provocó un gran estruendo e intentó entrar a la casa para cobijarse. En ese momento salió el Profesor de Matemáticas asombrado y, tras un gran abrazo, le explicó lo que pasaba: llevaba varias noches oyendo un estruendo de alguien que tocaba en la puerta, y cuando se levantaba veía que era él, pero luego todo se desvanecía como en un sueño. Así le había pasado en tres ocasiones. En esta nueva ocasión se concedió a sí mismo que volvía a ser el mismo fenómeno, por lo que optó por no hacerle caso... y resultó ser verdad. Es decir, se trató de una especie de premonición de varios días antes, acerca de lo que iba a pasar.

Mi amigo explorador de lo desconocido retornó a España, e hizo el camino de Santiago por el Bierzo. Al llegar por la zona de la Cruz del Ferro, la neblina ocupaba todo y se perdieron por una carretera estrecha. En medio de la neblina apareció el Monje Tomás, templario, del que recordaba que, en 2001, en agosto, se había extraviado mi amigo y una compañera, de forma que arribaron al mismo sitio y encontraron que, de entre la neblina, surgía un monje vestido totalmente de blanco, con una túnica en cuyo peto aparecía la cruz roja templaria: «¡Peregrinos, peregrinos! ¿Os habéis perdido? ¿Tenéis frío? ¡Venid, venid!». Era Manjarín, el pueblito en el que hay una posada creada por el Monje Tomás hace muchos años, cuando porfió a unos amigos que en Ponferrada le habían dicho que en el castillo templario había entidades, espectros. Él, que era de la ORT maoísta, dijo que se quedaría solo una noche completa para demostrarles que eran tonterías. Algo vio que le hizo esa noche quedarse otra noche más. Y salió convencido de que una especie de ente templario le dijo que dejara todo y se dedicara en el lugar aledaño, Manjarín, a recibir a los peregrinos en una posada que él mismo haría. Así lo hizo y así llevaba ya treinta años. Pues Tomás, el monje de Manjarín, en 2001, me contó mi amigo el explorador de lo desconocido, le predijo, en un trance en el que le cogió por los hombros, que habría pronto una conmoción que haría enfrentarse a Occidente con Oriente. Era el 10 de septiembre, y al día siguiente habían vuelto a Aranjuez, y viendo la televisión observaron la caída de la Torres Gemelas.

Pero lo fascinante de mi amigo explorador de lo desconocido fue lo último, cuando me contó que estuvo entre los Kuna, en Panamá, gracias a un médico residente que había llegado hacía 16 años para cumplir con la última parte de su carrera y así poder licenciarse, lo que en Panamá se consigue con la asistencia a la población de un territorio remoto durante unos meses. Es así que llegó, en lancha, a la isla que se le había asignado. Y mientras llegaban vieron que se acercaba un fuerte tornado sobre el mar, que iba avanzando justamente hacia la playa en la que el médico prelicenciado debía desembarcar. Ante la violencia del meteoro tuvieron que parar en medio del ponto, y cuál fue la sorpresa cuando vieron que la gente del poblado corría con los niños hacia la playa y los iban colocando uno al lado de otro, en una larga fila india. El prelicenciado se echaba manos a la cabeza al ver cómo, en vez de refugiarse del tornado y ponerse a buen recaudo, los habitantes optaron por exponer a todos los niños en el frente de la playa. El tornado avanzaba, y el prelicenciado entraba en shock, más avanzaba el tornado y justo cuando se esperaba lo peor, el barrido total de vidas por la violencia del cilindro taladrador del vendaval, éste giró noventa grados hacia el Este, y se fue sin hacer daño. Cuando todo quedo despejado y el prelicenciado llegó al poblado, preguntó por la barbaridad que habían hecho, y le explicaron que aquello no era un tornado al uso, sino un Espíritu que venía a castigarles porque la comunidad se había apartado de ciertos deberes, y cuando lo vieron llegar, les interpusieron a los niños, porque los niños eran inocentes y el tornado los reconocería como tal y se iría en otra dirección.

Las posibilidades de entender este tipo de cosas del mundo son como si somos células del estómago e intentemos percibir y explicar los movimientos peristálticos, y desde donde mejor se explican es si los miramos desde la existencia del ser total que engloba al estómago y a los demás órganos, que tiene vida y conciencia propia y superior.

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