La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un arte en transición

La vigésima edición de la Semana de Cine Japonés revela el continuo estado de transformación que atraviesa esta importante cinematografía

‘Netemo asametemo’ (Asako I & II’, 2018), de Rysûke Hamaguchi. La Provincia

El último cine japonés 

La muestra de Vértigo exhibe a través de cinco películas los nuevos paradigmas de la cinematografía nipona 

Como viene siendo habitual desde 2002, año en el que el colectivo Vértigo, inició su ya tradicional encuentro con la cinematografía nipona, en colaboración con la Fundación Japón y la Casa de Colón, el próximo lunes se inicia una nueva edición, la vigésima, de la Semana de Cine Japonés con la lógica expectación que despierta un evento de estas características entre la comunidad cinéfila de una ciudad en cuya cartelera diaria no parece quedar ya espacio, tras el cierre, al parecer definitivo, del Monopol, para la vasta e interesantísima producción cinematográfica independiente que se produce actualmente en el mundo, fuera de los inflexibles márgenes impuestos por el mercado multinacional y que los gestores de este añorado local supieron conservar con esmero y regularidad durante más de dos décadas como único bastión del cine de autor entre las más de cuarenta salas comerciales que se extienden por nuestra capital. Por eso, insisto, iniciativas cinematográficas de este tenor siempre serán bienvenidas a nuestro empobrecido tejido cultural y cada vez que surjan propuestas de este calado seguiremos dando cumplida difusión desde las páginas de este periódico.

La clausura tendrá un cierto sesgo fantástico con el filme ‘Okuyama Jesús’, una ópera prima desconcertante por su originalidad

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Como complemento de la programación, cuyas sesiones comenzarán a las 19.30 en la Casa de Colón, el martes 26 la crítica de arte Marina Muñoz Pelegrín, pronunciará a las 18.30 una conferencia sobre el cine independiente japonés de los últimos años, temática que ha servido este año como el elemento vertebrador de la muestra y que pone de relieve, una vez más, el enorme potencial creativo de un país de larga e ilustre tradición en este campo, como lo atestiguan las innumerables obras maestras que jalonan su historia desde los años iniciales del cine hasta nuestros días. «Podría decirse, asegura Muñoz Pelegrín, que las obras cinematográficas de esta edición de Vértigo, junto a otras del mismo calibre, constituyen el resultado de la intersección de la tecnología global y las condiciones regionales cinemáticas. Forman parte de un estilo de cine de autor con retazos de cine independiente, o jishu eiga, que se caracteriza por ser la consecuencia del impacto de las producciones digitales y su nueva forma de distribución». Y a fe que todos los títulos que integran la presente edición muestran tales premisas, como veremos a continuación.

La Semana, que concluirá el próximo viernes 29, se inaugura con el estreno de Osanago Warera ni Umare (Dear Etranger, 2017), de Yukiko Mishima, película ganadora del Gran Premio Especial del Jurado en el Montreal World Film Festival, que explora con meticulosidad y con una sensibilidad visual absolutamente prodigiosa, la crisis emocional y social que asedia la existencia de Makoto, un alto ejecutivo de clase media en el Japón de nuestros días que se enfrenta a una cascada de conflictos familiares y profesionales relacionados no solo con la controvertida relación personal que sostiene con su actual esposa ante un embarazo no deseado y su súbito e inesperado despido de su compañía, sino con un pasado sentimental que golpea continuamente su memoria. Mishima, autora de otros dos largometrajes de éxito, nos introduce con esta formidable película en las entrañas de un drama familiar de alto voltaje del que emergen las aristas de una sociedad cuajada de grandes contradicciones morales aparentemente insalvables.

‘Dorosute no hatede Bokura’ (’Más allá de dos minutos infinitos’, 2020), de Junta Yamaguchi. | | LA PROVINCIA/DLP

Sus desafortunados protagonistas, magistralmente interpretados por un conjunto de actores y actrices en perfecto estado de gracia, ocupan mundos separados que solo confluyen cuando sus conflictos personales salen de sus oscuros refugios y de sus elocuentes silencios para transformarse en un espejo en el que se refleja la complejidad intrínseca de sus problemas y el complicado encaje que estos tienen en un entorno familiar donde no brillan precisamente la compasión y el entendimiento mutuos, sino la frustración, el autoengaño y el rencor.

Tras este inconmensurable melodrama doméstico, el martes 26 se proyectará El viaje de Takara (La nuit où j´a nagé, 2017), un filme inclasificable, escrito y codirigido por el francés Damien Manivel y el japonés Kohei Igarashi, contado desde el punto de vista de su joven protagonista. Estrenada en la prestigiosa sección Orizzonti de la Mostra veneciana, El viaje de Takara narra la odisea de un niño de seis años en su intento por ver a su padre, operario de una lonja de pescado, para entregarle un dibujo en el que muestra a su progenitor en su lugar de trabajo. Con este propósito, Takara emprende una larga travesía que le permitirá vivir su particular experiencia en medio de un crudísimo invierno. La admirable solvencia que demuestran ambos cineastas a la hora de dirigir a este jovencísimo actor al que, por cierto, costará mucho tiempo borrarlo de nuestra memoria, en su iniciático viaje a través de un paisaje cubierto de un espeso manto de nieve constituye la prueba del algodón para este talentoso tándem que logra filmar una historia en la que se juntan milagrosamente dos nociones del cine fundidas en una experiencia común y con unos resultados sobresalientes. Así pues, El viaje de Takara deviene en una bella y memorable road movie, que, con toda seguridad, presidirá durante muchísimo tiempo el listado de las mejores películas sobre la infancia realizadas en muchísimo tiempo.

‘Osanago warera ni umare’ (’Dear etranger’ , 2017), de Yukiko Mishima. | | LP/DLP

Asako l & ll (Netemo Sametemo, 2018), de Ryüsuke Hamaguchi autor, entre otras, de la exitosa Drive my Car (2021), Oscar a la Mejor Película Extranjera y uno de los filmes orientales más aplaudidos de los últimos tiempos, también navega, como casi todos los filmes que integran este ciclo, por las agitadas aguas del melodrama, aunque en esta ocasión la incursión en el género se afronta con mayor intensidad y sin los aires poéticos que sí respira, por ejemplo, Dear Etranger, cuyo enfoque carece de la mirada desencantada con la que Hamaguchi explora las derivas dramáticas que adquieren las sucesivas crisis de sus personajes, sumergidos en una continua espiral de contradicciones que contribuyen a erosionar la estabilidad moral de su vidas.

Asako, la protagonista del filme, es una joven inexperta que se enamora perdidamente de Baku, un solitario y apuesto seductor que, tras compartir con ella un profundo romance durante algún tiempo, decide, sin explicación alguna, acabar con la relación alejándose precipitadamente del entorno de su amante. Al cabo del tiempo, Asako conoce a Ryohei, otro hombre de un perfil afín al de Baku al que dedica también toda su atención. Pero, súbitamente, surge en ella un nuevo conflicto personal en medio del inevitable estado de confusión sentimental que sigue atravesando al confrontar su pasado con su presente en medio de un cruce de emociones que colapsa cualquier esperanza de poder recuperar su anhelado equilibrio afectivo.

Muñoz Pelegrín: «Hay en los filmes una intersección entre la tecnología global y las condiciones regionales cinemáticas»

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El evidente tono de gravedad que muestran la mayoría de los filmes seleccionados este año por Vértigo, algunos dotados de un magnetismo dramático inusual, no ha impedido que entre ellos se haya incluido una rareza tan imprevisible como Más allá de los dos minutos infinitos (Drosute no hate de bokura, 2020), ópera prima de Junta Yamaguchi, triunfador incuestionable en la última edición del festival de Sitges, donde el humor de tintes esperpénticos se convierte en su eje principal desde sus secuencias iniciales con Kato, su protagonista, viéndose reflejado en la pantalla de su pequeño televisor, hasta su agudo y jocoso final, envuelto por una algarabía de personajes digna de cualquiera sitcom de los mismísimos hermanos Marx.

Una escena de ‘Jesús’, del jover director Hiroshi Okuyama. LA PROVINCIA/DLP

La trama de la cinta discurre en el interior de una pequeña cafetería regentada por un hombre de mediana edad que un buen día descubre una nueva facultad en el televisor de su casa que nunca antes había descubierto: que reproduce momentos de su propia vida real minutos antes de que estos se produzcan. Empleando mecanismos propios de la ciencia ficción, y sin perder en ningún momento su desopilante sentido del humor, Yamaguchi nos introduce, aunque en términos paródicos, en ciertas claves que explican la alienación que puede generar el uso desmedido de las nuevas tecnologías en una sociedad que solo busca la intermediación con fines fundamentalmente espurios.

Abre el ciclo una película de Yukiko Mishima sobre la crisis personal de un alto ejecutivo de clase media japonesa

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La clausura de la muestra el viernes 29 tendrá también un cierto sesgo fantástico con el filme del joven Hiroshi Okuyama Jesús (Boku wa Iesu- Sama ga Kirai, 2018), una ópera prima desconcertante por la asombrosa originalidad de su puesta en escena y por su capacidad inaudita para aportar un nuevo enfoque sobre los efectos psicológicos que genera en un adolescente el choque entre dos culturas: la tradicional japonesa inspirada en el animismo y la católica. El joven Yura, cuya familia ha abandonado la bulliciosa y cosmopolita ciudad de Tokyo para residir en una zona rural, acaba ingresando en un colegio católico, afrontando una educación dicotómica que le abonará el terreno para sumergirse en un continuo estado de ensoñación que le provocará, entre otras fantasías, la aparición de la imagen protectora de Jesús. La colisión entre ambas culturas le provocará una anticipada ruptura de la inocencia y la creencia en un nuevo mundo que se abre ante sus ojos. La película, ganadora del Premio Kutxabank de Nuevos Directores en el festival de San Sebastián, constituye un nuevo ejemplo de la vitalidad formal y conceptual de un cine que transita cómodamente por los meandros de la modernidad en busca de una nueva y estimulante identidad cinematográfica.

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