«Biblioteca doctor poder Arizmendi asegurada. Stop». Corre agosto de 1940; hace un año que terminó la Guerra Civil, los nazis acaban de invadir Francia y un puñado de funcionarios de la República en el exilio han logrado poner fuera del alcance de la Gestapo (y de Franco) el archivo de Juan Negrín. Y una escueta mención en un telegrama así lo confirma.

Nueve años después del traslado del archivo del líder republicano desde París a Las Palmas de Gran Canaria, los Negrín cuentan cómo se salvaron los miles de documentos que completan una parte fundamental de la historia de España durante la II República y la Guerra, y que numerosos historiadores persiguieron durante décadas, cuando su existencia era solo un rumor que nadie confirmaba.

Aunque ya se habían referido en alguna ocasión a episodios sueltos de cómo sobrevivió el archivo a dos guerras (la española y la mundial), por primera vez la familia desvela el periplo completo que siguió desde que cruzó en 1939 la frontera de los Pirineos hasta que, un día, Carmen Negrín permitió al historiador estadounidense Gabriel Jackson (1921-2019) bajar al sótano de París donde se conservaba y abrir las cajas que nadie había tocado en casi medio siglo.

Razones

Así, la nieta del político relata ahora todos los detalles de la intrahistoria del archivo y de las razones de la familia para mantenerlo oculto en una revista de la Universidad Complutense, Documentación de las Ciencias de la Información, en un artículo que firma junto al historiador José Medina, presidente de la fundación que custodia el legado personal de Juan Negrín.

Carmen Negrín y José Medina explican que, en los últimos meses de la Guerra, el archivo de Negrín siguió los pasos del Gobierno: primero fue a Valencia, después a Barcelona y, finalmente, a La Vayol (Girona), a una mina de talco llamada «Canta» en el Alto Ampurdán acondicionada para proteger los bienes de la República. Con la evacuación de Barcelona (enero de 1939), el archivo de Negrín viaja a Toulouse, al servicio del Gobierno en el exilio en los últimos meses de la Guerra Civil.

En septiembre de ese mismo año Francia y el Reino Unido declaran la guerra a Alemania por la invasión de Polonia, pero el Ejército galo no tarda en capitular y Negrín y sus colaboradores preparan la huida de París a Londres.

«Salimos de París en la madrugada del 12 de junio (de 1940), París-Tours, Tours-Burdeos, las mismas paradas que el Gobierno francés... tardamos cuatro días... todo cuanto os cuente es pálido comparado con la realidad, nuestra salida de España se ha quedado chiquita», escribe en una carta Feli López, la pareja de Negrín.

Los Negrín llegan a Londres, pero el archivo se queda atrás, en Toulouse, en la Francia ocupada, y nadie sabe qué ha sido de él... hasta que el ministro republicano de Hacienda en el exilio, Francisco Méndez Aspe, recibe en agosto de 1940 este telegrama en la capital británica: «Continuamos bien (...) Stop Irala realiza gestiones indicadas usted comunicaré resultado Stop. Biblioteca doctor poder Arizmendi asegurada Stop (...) Saludos Pilar».

Es Pilar Lubián, funcionaria del Ministerio de Hacienda, responsable de administrar los recursos económicos del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), que comunica a sus superiores que la biblioteca (y el archivo) de Juan Negrín están a salvo con un oficial del cuerpo de Carabineros, José de Arizmendi, quien se encuentra en Marsella, en la todavía «Francia libre».

Allí, Arizmendi toma una decisión que, a la postre, salvará el archivo: pide ayuda a Gilberto Bosques, el cónsul de México en la Francia de Vichy, un personaje al que comparan en su país con Óskar Schindler, porque sus visados salvaron la vida a más de 400 judíos (además de a incontables exiliados españoles). Arizmendi le dice que las cajas que le confía contienen solo «libros», para no comprometerlo, y juntos las guardan en un depósito de Marsella.

Arizmendi logra escapar a México, pero Lubián es detenida como miembro de la Resistencia francesa y acaba en un campo de concentración Ravensbrück (al que sobrevivió) y Bosques es también arrestado y trasladado por los nazis a una prisión en Alemania. Y el hilo del archivo se pierde, hasta el final de la Guerra Mundial.

Ya en noviembre de 1945, Negrín escribe desde Ciudad de México al secretario de Relaciones del país azteca, Francisco Castillo Nájera, para hablarle de «su biblioteca personal», de las peripecias por las que ha pasado, de la ayuda del cónsul Bosques, del depósito de Marsella... Y le pide que le ayude a recuperar sus libros, de nuevo evitando cualquier mención que comprometa a México en una custodia de documentos que hubiera contravenido las leyes internacionales.

En el borrador de esa carta, que se conserva en la sede de la Fundación, en Las Palmas de Gran Canaria, el propio Negrín explica el motivo de la huída del archivo de Toulouse a Marsella: evitar que cayera en manos de la Gestapo, la policía secreta alemana, y del Gobierno de Franco, que por entonces seguía persiguiendo a los españoles exiliados.

La biblioteca y el archivo terminan con el tiempo en la casa de Negrín en París, en un sótano, donde a su muerte los conservaron su pareja, Feli López, primero, y su nieta Carmen Negrín, después.

Historiadores como Juan Marichal, Ricardo Miralles o Manuel Tuñón de Lara buscaron el archivo, sin éxito, y Gabriel Jackson y Ángel Viñas intentaron convencer a Juan Negrín hijo de que les permitiera consultarlo, pero se toparon con una negativa férrea.

Carmen Negrín explica en este artículo el motivo: la familia ya había entregado al Gobierno de Franco, cumpliendo el deseo de Juan Negrín, los documentos sobre el oro del Banco de España enviado a Moscú para pagar el material de guerra de la República y salió escaldada. «La tergiversación de los papeles del oro hizo mella en la familia y explica el prolongado silencio; querían salvaguardar la memoria de Juan Negrín», escribe.