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Disco-diva de vanguardia

Beyoncé se reinventa en ‘Renaissance’, trabajo abrumador en el que funde la música de baile de distintas épocas y la ingeniería de laboratorio

Beyoncé, en una imagen promocional de ‘Renaissance’ | | LA PROVINCIA/DLP

La artista se reinventa en Renaissance, disco abrumador en el que funde la música de baile de distintas épocas y la ingeniería de laboratorio, con colaboraciones que van de Grace Jones a Skrillex.

Beyoncé sale de la oscuridad con un disco embriagador, mareante, con su punto de caos y de celebración frenética: ¿otro previsible, estereotipado, supuestamente liberador disco pospandémico? Renaissance juega con ese cliché de obra envasada para comernos a dentelladas la pista de baile, pero ofrece mucho más que escapismo, aunque para disfrutarlo con sus miles de matices, capas de sonido, samples y giros sibilinos convenga repetir la escucha más de una vez para superar el aturdimiento inicial.

A diferencia del modus operandi de sus dos anteriores discos -los lapidarios Beyoncé (2013) y Lemonade (2016) que refrescaron radicalmente su discurso cuando parecía ir de capa caída-, este no ve la luz cogiendo a sus fans por sorpresa, sino previo anuncio y tras el alumbramiento del primer single, Break my soul, que hace una semana nos desconcertó con su revival del sonido house disco-diva de los años 90. No es la pieza más atrevida de este trabajo, que desde su arranque con I’m that girl nos prepara para 62 minutos de sacudidas con su aleación de dulce sensualidad vocal y beats secos. Renaissance desprende formas de enciclopedia de la música de baile contemporánea con su modo de combinar la insinuación sedosa a lo Diana Ross (Plastic off the sofa) y la rítmica lunática sincopada de la mano de Skrillex (Energy, dueto con el jamaicano Beam). Obra de extremos, mutante, de orgulloso fondo afroamericano y desatada a la hora de mostrar sus influencias: pasean por aquí Grace Jones (el tóxico festín percusivo de Move) y Nile Rodgers (Cuff it, sobre libidinosos vestigios funky), y un sample de I feel love, de Donna Summer (y Giorgio Moroder) manda en el trayecto de Summer renaissance, la lisérgica composición de cierre.

Pero con todo ello construye Beyoncé un artefacto nuevo y reluciente, que no deja margen ni tiempo para la complacencia, si bien podríamos achacarle un predominio de la fría ingeniería de estudio, abrumadora, sobre la emoción. Esta se insinúa en ese altivo Alien superstar, la pieza en la que han intervenido más compositores (24), y que incluye un guiño al fraseado de I’m too sexy, de Right Said Fred. Pero Beyoncé no parece estar aquí tanto para conmover como para deslumbrar y dar un paso al frente en la construcción de un pop bailable del futuro desde las ruinas del pasado: ahí está ese cruce de voces góspel y rapeados sobre un ritmo sofocante en Church girl.

Es posible que Renaissance se exceda, desde el título, en sus pretensiones de reinvención, tanto de la propia Beyoncé como del canon dance pero ofrece una producción embriagadora con la que deleitarnos desmenuzando sus pistas y claves. Obra que, al parecer, es solo un nuevo comienzo: la cantante se ha referido a ella como el primer acto de una trilogía.

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