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Penúltimo twist en Mali

Cuando era niño, Malick Sidibé perdió la visión de un ojo en un accidente. El fotógrafo sólo veía por un ojo, pero vaya ojo. A Malick Sidibé (1936-2016) le llamaban «el ojo de Bamako». En 2007 su trayectoria profesional fue reconocida con el León de Oro de Venecia. En 2009, con el premio de PHoto España y en 2010 recibió el World Press Photo por unas fotos de moda publicadas en The New York Times Magazine. Un año después de su muerte, la Fondation Cartier pour l’Art Contemporaine, donde ya había expuesto en 1995, le homenajeó montando la retrospectiva Mali Twist, que recogía imágenes de los bailes de los jóvenes de Bamako en los clubs de los años sesenta, cuando el país africano estrenaba su independencia e iniciaba un proceso revolucionario. Esa retrospectiva ha inspirado a Robert Guédiguian la película Twist à Bamako, que para su estreno en España ha recuperado el título de la exposición fotográfica.

A pesar de estar rodada lejos de l’Estaque, el barrio marsellés en el que Guédiguian suele ambientar sus películas, el filme apenas se distancia del universo cinematográfico creado a través de una larga y coherente carrera, con obras tan imprescindibles como Marius y Jeannette (1997), o Las nieves del Kilimanjaro (2011), la última película que me hizo llorar en un cine. En Mali Twist, los aires de la revolución socialista de los años sesenta se mezclan en la noche de Bamako con las ansias de la juventud por la emancipación del cuerpo, con hermosas noches de fiesta al son del twist y del rocanrol. Las imágenes captadas por el fotógrafo van salpicando la narración, al ritmo del clic del obturador, como una especie de melodía visual a la manera de El ojo público (1992). Una película de Howard Franklin, en la que Joe Pesci interpretaba a un fotógrafo de sucesos en el Nueva York de los cuarenta, inspirado en el famoso reportero Weegee.

A partir de una historia de amor tan universal como la de Romeo y Julieta, Mali Twist pone en cuestión no sólo la humillación del colonialismo, o el patriarcado islamista, sino sobre todo la frustración de una revolución, que, como todas, acaba secuestrada por los autócratas y sus acólitos. Unos profesionales del poder incapaces de enfrentarse a las tradiciones religiosas y que camuflan su incompetencia como gestores con la represión de cualquier protesta. El twist se convierte así en una metáfora de la libertad y la alegría de vivir un momento revolucionario y el cierre de los clubs de baile, en el certificado del fracaso de esa revolución. La tragedia de los amores de Samba y Lara (inevitable pensar en la protagonista de Doctor Zhivago) es también la tragedia de una revolución. Otra más.

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