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Millares, artista en residencia

El CAAM continúa de reformas y rellena

sus grietas con masilla de artista consagrado

Manolo Millares. La Provincia

Los esfuerzos presupuestarios se destinan a menudo a investigaciones que, en ambiciosa búsqueda de nuevos conocimientos, terminan fracasando. Por ello es del todo sensato que se prioricen aquellas cuyos resultados favorables estén garantizados de antemano. Y es que, con la misma fórmula, el teorema de Pitágoras aún puede descubrirse un puñado de veces más.

Con esta premisa, un centro de arte puede llenar siete años de programación e inventar la rueda cuatro veces por programa, a cada ocasión más novedosa: la más vanguardista hasta tendría esquinas. Como las ocho que tiene Homenaje a Manolo Millares, la tercera exposición sobre el artista exhibida en el CAAM.

Hasta el 18 de septiembre ocupará la pequeña sala del piso -1, incluido el reducido cubículo dentro de esta, con obras tempranas —tanteos torpes de artista primerizo—, unos pocos dibujos y grabados, y una arpillera de pequeño formato, colocada en una de estas esquinas. Una sola arpillera, una única muestra en este homenaje de la serie de creaciones que otorgó a Millares reconocimiento internacional. Lo que se nos ofrece como contexto es un vídeo rescatado de una de las muestras anteriores —aquí se lleva más reutilizar que reciclarse—, unos catálogos secuestrados de la biblioteca y encarcelados en un expositor —una decisión inteligente: sin poder consultarlos, la gente no podrá realizar odiosas comparaciones—y, como colofón, una biografía manida y escolar. Ante semejante alarde de innovación, me temo que al Departamento de Educación del CAAM no le va a quedar otra que ponerse las pilas y esmerarse en ofrecer lo que, aunque vaya más allá de sus competencias, la dirección del museo necesita realmente del mismo: proyectos que parezcan pensados para públicos adultos y especializados.

Manolo Millares, ‘Maternidad’, s./f.

Manolo Millares, ‘Maternidad’, s./f. Alba González Fernández

Las exposiciones conmemorativas pretenden funcionar como bálsamo para mitigar el dolor por la pérdida de un artista. Como norma general, en ellas se exaltan las virtudes del creador desaparecido, pero, como es natural, este dedo en la llaga resulta contraproducente. Por ello, con una habilidad realmente prodigiosa, en este Homenaje a Manolo Millares organizado con motivo del cincuentenario de su muerte, el CAAM esquiva esta trampa: pasa de puntillas por los méritos del artista y subraya sus torpezas. Una fórmula magistral para lograr que no le echemos en falta.

Y es que, cuando no encuentras suficientes aniversarios para justificar tus propensiones anticuarias, has de defender este tipo de muestra con planteamientos renovadores. Y nada mejor que contagiarlas de esa, llamémosla, frescura de las exposiciones de incipientes artistas en residencia, donde un puñado de sus obras en una salita del museo se antoja un privilegio. De este modo, la ilusión de novedad se mantiene: si el visitante no se detiene en el texto de sala, nunca podrá imaginarse que este es un proyecto expositivo dedicado a «uno de los artistas españoles de más proyección y reconocimiento internacional».

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