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Ozzy Osbourne se ve inmortal

Canta a los fantasmas de la salud mental y a su propia eternidad en su nuevo álbum, en el que figura una deslumbrante nómina de invitados

Ozzy Osbourne en una imagen promocional. | | LA PROVINCIA/DLP

A Ozzy Osbourne se le va poniendo cara de superviviente in extremis tras sus últimas afecciones: la operación de columna propiciada por una caída doméstica, los fuertes dolores nerviosos, el párkinson. Cada disco y cada gira parece que vayan a ser los últimos, pero lo cierto es que ahora, a los 73, lo vemos más activo que en otros tiempos, como ilustra este rampante Patient number 9, álbum que llega solo dos años después de Ordinary man (que, a su vez, ese sí, rompió una década de silencio). Para armar esta obra, Osbourne opta por presumir de agenda, abrumadora sobre todo en la sección de guitarristas, donde desfilan desde Dave Navarro (Jane’s Addiction) hasta Eric Clapton. No transmiten sensación de dispersión, sino que aportan matices nobles y vienen a dar al álbum un aire de casa común del rock’n’roll que cruza las generaciones. Como trasfondo lírico, el diálogo con la dama de la guadaña, explícito en Immortal, donde nos desafía con su gen encarado a eternidad («me entierran ahí abajo, pero nunca moriré, porque soy inmortal»), y las visiones relativas a la salud mental, apreciables en el tema titular, donde nos habla de blancos pasillos hospitalarios y de celdas acolchadas.

Tema este que remata un caballeroso solo de Jeff Beck, guitarrista de guitarristas, aliado también en la balada A thousand shades. Más allá de su nómina de vips (que incluye a operarios como Mike McCready, de Pearl Jam; Duff McKagan, de Guns n’Roses, o el llorado Taylor Hawkins, de Foo Fighters), este Patient number 9 funciona como compendio de los distintos registros sónicos de Osbourne, desde el canon más hard-metal, asistido mayormente por la guitarra de Zakk Wylde (ahí están las expeditivas Parasite o Dead and gone, esta un poco deudora de aquel Shot in the dark), hasta incursiones más matizadas, como en One of those days (con solo del señor Clapton). Y en la abatida God only knows, que desliza una crítica al sistema estadounidense («Dios observa lo que hemos hecho / ve a los niños jugando con pistolas») y se permite retocar con humor la célebre declaración de Neil Young que Kurt Cobain hizo suya. La versión Ozzy dice que «es mejor arder en el infierno que apagarse lentamente».

El foco apunta también hacia sendos encuentros con Tony Iommi, su histórico compañero en Black Sabbath, si bien los registros más profundos, que más deleitarán a los seguidores de la vieja banda de Birmingham, están en otros temas: acudamos a Evil shuffle, que parece replicar el aquelarre del venerable War pigs, y ese ceremonioso y rural Darkside blues, que culmina el álbum entre soplidos de armónica y dejando un halo de risotadas satánicas. Cierre de ultratumba para un disco en el que se vislumbra el alma de Ozzy Osbourne, aullando desde el corazón de las tinieblas.

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