La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria regresa a la terminal de Boluda en el marco del 26º Festival de Temudas con un programa para hacer la boca agua: Manuel de Falla y George Gershwin con Antonio Serrano y el Jazz Trio redescubriendo el significado de cada una de sus notas.

La música despierta, pero, ¿a quién? ¿Los arpegios reverberarán dentro de las cajas de hierro? ¿Abrirá los candados de los corazones que la escuchan? ¿De repente esconderá la velada un tropiezo o se elevarán los montones de cemento? Una armónica clamó, tan pequeña y sonora, al abrir la noche del reencuentro entre la ciudad con el concierto de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Nunca hay silencio, pues la marea cava el hormigón, pero la terminal de contenedores Boluda contenía el aliento cada vez que afina su añorada cuerda. Este fue el punto álgido de la vigésimo sexta edición del Festival Temudas al volver tras dos años de pandemia a su origen: la cultura abierta. Por ello, este viaje viaje Madrid-Londres-Nueva York no solo conquistó, sino que señaló, como un punto incandescente, al Muelle de la Luz como centro del mundo.

El rojo de las cubiertas metálicas solo era el reflejo de la pasión con que acompañaron al armonicista

Bajo la dirección del maestro Josep Gil, la OFGC apretó dientes y desmontó sus registros con un programa atrevido. El rojo de las cubiertas metálicas solo era el reflejo de la pasión con que acompañaron al armonicista Antonio Serrano. El músico, erguido en las manos que atrapaban el instrumento, reinterpretó El sombrero de tres picos del compositor Manuel de Falla trazando coordenadas de curvaturas cromáticas que sorprendieron a un público ávido por ser retado.

«Esta es la esencia», decían Anabel Velázquez y Selene Rodríguez, sorprendidas ante las grúas que colgaban sobre sus cabezas. Hay quien se viste de gala, de chándal o con boinas atrapavientos, pero ellas coincidieron divertidas con vestidos de topos blancos sobre negro. Vinieron de Telde, y algún responso cayó por no haber avisado de semejante cita. «No tengo ni idea de lo que voy a escuchar, pero estamos flipando», dijeron al adentrarse en lo oculto del Puerto.

Fue su primera vez en un espectáculo que ya lleva más de una década señalado en el calendario de los amantes del Temudas, como les pasó a Maica y a Agustín. Escuchaban orgullosos la voz de su hijo por los altavoces mientras apretaban las bufandas gruesas, ¡él tiene faringitis! Pero no podían perdérselo. Más valía arriesgar un poco más a ignorar esta oportunidad de sentir el viento de la marea en sus rostros. Estaban sentados en una de las 3.000 butacas que ayer se agotaron. Escuchaban, subyugados, un poco asustados por el aleteo de las partituras que estaban atrapadas entre pinzas. Entonces, tras ese bostezo de clarinete, llegó Marco Mezquiza a rebelarse contra un Rhapsody in Blue de George Gershwin tan atrevido como locuaz.

Inclinado sobre las teclas, el pianista de chaleco impoluto improvisó junto a David Xirgu, a la batería, y Marko Lohikari, al contrabajo, una aventura por los bajos fondos neoyorquinos.

El público respondió con generosidad con unas palmas prestas y el regalo llegó: 'Summertime'

Te puede interesar:

Entremezclaron el respeto al compositor como las ganas de provocarlo allá donde estuviese, pues de repente la obra sinfónica se convertía en un club donde la creatividad daba rienda suelta a las escaramuzas de los músicos. Metido en la cabriola, Jazz Trío mantuvo despiertos a los tres hijos de Ruimán Ravelo, quien, junto a su esposa, los trajo el sábado para inculcarles el amor por la cultura. «¡No nos dormiremos!», habían pronosticado. Así no había manera. La madrugada diáfana transcurría entre las columnas como obras en construcción que no deja de ser la propia música.

Ante todo, siempre, el público canario respondió con generosidad con unas palmas prestas. Y el regalo llegó: Summertime. La voz lírica, en la armónica, la orquesta, dulce, y la noche, quieta. Feliz regreso de este viaje.