Las risas de los niños se cuelan entre las butacas de la sala mientras la actriz sobre el escenario, Anabell Ramírez, se desgarra la voz gritando papá, papá, papá. La emoción colapsa el micrófono y las carcajadas se evaporan en el aire tibio de cabecitas nerviosas. El sonido dulce e infantil resulta extraño frente al horror, aunque en ese momento sea simulado. Estamos en Alemania, año 1943. Estamos en Ucrania, año 2022. 

Las risas de los niños se cuelan entre las butacas de la sala mientras la actriz sobre el escenario, Anabell Ramírez, se desgarra la voz gritando papá, papá, papá. La emoción colapsa el micrófono y las carcajadas se evaporan en el aire tibio de cabecitas nerviosas. El sonido dulce e infantil resulta extraño frente al horror, aunque en ese momento sea simulado. Hay un saco de dormir, algunas mantas y cojines sobre las tablas, sus colores contrastan con la oscuridad del resto de la escena que traslada a las profundidades de un sótano. Estamos en Alemania, año 1943. Estamos en Ucrania, año 2022.

"Atención: se oye un fuerte sonido de sirenas", reza el panfleto de la obra que entregan en la entrada. Un aviso en color ceniza para evitar sobresaltos. Pero la guerra no se anuncia, no da tiempo a prepararse para las alarmas y las bombas. Bombas como las que cayeron hace pocos días sobre Kiev después de la aparente calma; bombas que no han impedido a Anabell Ramírez y a Valeria Leif (al piano) viajar hasta el sur de Gran Canaria para representar una obra de teatro ante decenas de niños y niñas de Agüimes.

"¿A que hoy todos os habéis levantado tranquilamente...?", la voz del periodista Nicolás Castellano que presenta la obra junto a José Naranjo, es interrumpida por el griterío de los niños. "Nooooo", dicen al unísono. El mal de la rutina ya abruma a los pequeños. Castellano, que conoció a Anabell y a sus colegas cuando estaban refugiados en el teatro al principio de la invasión, relata el día a día de los niños en Ucrania, que no pueden ir al colegio y ver a sus amigos, que llevan meses sin apenas ver la luz del sol. Esta obra es una oportunidad de "mirar a la cara a la gente que está sufriendo las bombas", explica el periodista teldense. Pide la atención de los alumnos y alumnas, se apagan las luces y ellos se la conceden.

El arte para revivir

The Book of Sirens es un proyecto que se empezó a gestar tras la invasión rusa el pasado 24 de febrero. Refugiados en el pequeño espacio del ProEnglish Theatre de Kiev, Alex Borovenskiy, como director, junto a Anabell Ramírez y Valeria Leif, acudieron, como tantas otras veces se ha hecho —y se hace—, a la cultura como forma de salvación.

Hoy, la obra ha llegado al Cruce de Arinaga de la mano de de la 35ª edición del Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes. "Fue realmente un impulso, nunca hemos hecho una obra así de rápido. Fue sin plan. En mitad de marzo no teníamos ningún pensamiento. Y después, fue como una sensación clara de que el arte era lo único que hacía a la gente revivir", declara la actriz de la obra.

Anabell se revela sobre el escenario, da saltitos como una niña, se ríe, se tapa la cabeza con el saco de dormir, grita, mira de forma compulsiva la pantalla del móvil. Inspirándose en el libro de Markus Zusak, La ladrona de libros, y en el de Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos, la obra hace una especie de paralelismo entre la II Guerra Mundial y el actual conflicto en Ucrania. Una guerra lejana frente a otra cuya herida está demasiado fresca como para poder hurgar en ella.

‘The Book of Sirens’ se ensayó en Kiev durante la invasión rusa, en un pequeño teatro donde algunos se refugiaban

"¿Qué hubiera pasado si en la Segunda Guerra Mundial hubiera teléfonos, como ahora? ¿Cómo habría cambiado toda la situación en el mundo al saber todas estas noticias tan rápido? Es lo mismo que nosotros nos preguntábamos. Los primeros dos meses, mi teléfono siempre estaba así —pasa el dedo una y otra vez por la pantalla a toda velocidad— conversación, la noticia, conversación, la noticia, ¿sabes? Estabas más tiempo en el teléfono que en la vida real. Porque en la vida real, ¿qué hay? Hay un refugio, hay un par de personas alrededor de ti, no sabes nada, estás desolado, y lo que quieres es conectar con el mundo", relata Anabell Ramírez.

La obra es una documentación viva de lo que ocurría bajo un techo de Kiev durante los pasados meses de marzo y abril. A través de la historia de Liesel en la Alemania de principios de los 40, Anabell va introduciendo al joven público en el sufrimiento actual del pueblo ucraniano. El final es agridulce: la familia de Liesel muere, pero ella se salva porque se había quedado leyendo en el sótano.

¿Por qué usar una guerra que tiene casi cien años para hablar de una actual? "Si yo hablara de forma directa y contase que en marzo nosotros vivimos en un sótano, tatatá, eso inmediatamente hace una pared, porque es documentación muy directa. La gente, a veces, tiene la reacción de protegerse. La Segunda Guerra Mundial pasó hace muchos, muchos años, la herida todavía está presente en muchos países, hay mucha memoria de generaciones. Pero es algo que ya está trabajado. Gracias a coger este tema, se puede hablar sobre Ucrania sin esta pared que supone contar cosas tan crudas", relata la protagonista de The Book of Sirens.

Las reacciones de los pequeños

"Anabell hoy nos ha llevado a otro sitio, nos ha querido poner en otro lugar", dice José Naranjo a los niños mientras les pide sus impresiones. "Tampoco es para reírse", sentencia uno de ellos desde el patio de butacas. "Sinceramente yo creo que algunas personas se han reído porque no han vivido, como la gente que ha estado en Ucrania, lo que se ha representado en la obra. Creo que esta obra de teatro ha sido muy sincera y muy aterradora. Hemos visto lo que vive la gente en otros países además de ver las emociones de gente mala destruyendo sitios en los que viven otras personas. Hay que tener humanidad", declara un pequeño que no llegará a los 10 años de edad entre las ovaciones de sus compañeros.

"Yo creo que cada reacción es justa, incluso la risa también", dice Anabell. "La risa es una reacción de defensa. Hay mucha emoción y la emoción es la respuesta. Yo creo que es adecuada. La risa es muy buena, mejor la risa que la destrucción". Las manitas de los niños se empiezan a animar, se levantan impacientes por todas partes. Muchos se muestran de acuerdo: mejor reírse que llorar. Alguno destaca detalles que les han impresionado, otros preguntan a Anabell de dónde viene o cómo a hecho para aprenderse un monólogo tan largo. Y todos se muestran de acuerdo en que la guerra no está bien, en que se necesita más solidaridad.

Los niños y niñas de Agüimes transmitieron sus impresiones sobre la obra: defendieron la risa y la humanidad

Anabell les cuenta cómo pueden ayudar desde su posición: "si veis a alguien llorando, preguntadle qué le pasa, tened compasión por los demás. Nunca dejéis de tener ganas de aprender, de explorar lo que ofrece el mundo". Compasión y curiosidad como receta preventiva ante la violencia, la maldad y la destrucción.

Los que hacen la guerra hoy, también fueron niños un día. Quizá no tuvieron la suerte de ir a colegios en una localidad como la de Agüimes. Quizá la receta de Anabell solo funciona para unos pocos. ¿Cuánto tardará la vida en corromper la inocencia y las buenas intenciones de los niños? Nadie hace esa pregunta que parece inevitable. Ojalá que no pase nunca. Ojalá que la cultura, además de para sanar las heridas que no se pueden borrar, sirva para prevenir el horror de las sirenas que hoy sonaban en el Cruce de Arinaga y que continúan, como desde hace meses, haciendo ruido en Ucrania.