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Sobre la amistad y el arte en un puñado de cartas

La correspondencia que mantuvieron los pintores Manolo Millares y Felo Monzón entre 1955 y 1971 es corta, pero muy rica en datos de interés

Sobre la amistad y el arte en un puñado de cartas

Los pintores grancanarios Manolo Millares y Felo Monzón mantuvieron una correspondencia que se extiende desde octubre de 1955 hasta finales de 1971; un periodo, por tanto, que coincide con la partida del primero hacia la Península y su establecimiento en Madrid hasta poco antes de su muerte, si bien es verdad que la mayoría de los envíos corresponden a la segunda mitad de los cincuenta y primeros sesenta. Se trata de una correspondencia corta (unas cuarenta y ocho cartas más unas pocas postales y tarjetas), pero riquísima en información de interés. Estamos, en fin, ante un intercambio epistolar entre dos artistas que, pese a la diferencia de edad entre ellos, mantenían una sólida amistad que se había fraguado años antes de la partida de Millares a Madrid. La experiencia compartida en LADAC o en Planas de Poesía revelaba una preferencia por la modernidad artística, y todo ello peses a las reticencias de Millares hacia el entorno de la Escuela Luján Pérez, en esos momentos en horas bajas, perdida su antigua gloria. Al confrontar lo que se dicen Millares y Monzón, una de las primeras conclusiones que sacamos es que estamos antes dos artistas con expectativas y ritmos en la creación bien distintos. El primero, dedicado en exclusividad a la pintura, convencido de sus posibilidades, no tardará en asombrar a sus paisanos con sus éxitos nacionales e internacionales. Monzón, por razones obvias de supervivencia económica, alternaba la pintura con otro tipo de actividades. El mérito que radica en su trabajo, y las cartas así lo ponen de manifiesto, es que, pese a todo, logró cuajar una pintura en esos años de indiscutible interés, amén de su contribución a la renovación de la Escuela Luján Pérez y a la promoción de nuevos artistas (Lola Massieu, Rafaely, Francisco Lezcano…). Con estos pintores crea el grupo ESPACIO y con su figura más destacada, Lola Massieu, expone en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona en 1962, evento registrado en la correspondencia con sabrosos comentarios de Felo, cargados de ironía crítica hacia aquellos que, en la capital catalana, ignoran su conocimiento del arte vanguardista y lo ven como un «provinciano».

Algo que revela esta correspondencia es también lo importante que era para ambos artistas la formación libresca. Las cartas están salpicadas de comentarios sobre determinados títulos, lo que evidenciaba a su vez sus preferencias en el mundo artístico del momento. Millares, plenamente identificado con la poética del informalismo, le comenta a Monzón en una carta de agosto de 1957 cómo en la casa conquense de Saura ha podido leer libros de Michel Tapié, Julien Alvard, Pierre Restany y Lupasco. Monzón, por el contrario, le pide a su amigo que le consiga Los Ritmos, de Matila Ghyka, un libro que considera importante, «con vistas a mi abstracción rigorista». Las preferencias librescas ponen de manifiesto, por tanto, la apuesta por orientaciones pictóricas bien distintas, pese a la aproximación por lo matérico que se ve en las pinturas Monzón de los primeros sesenta. El debate en torno a estas cuestiones se evidenció sobre todo en la interesante carta que escribe Millares en enero de 1961, llena de observaciones por parte de este a propósito de los valores del informalismo. Al tratar de convencer a su amigo de lo cerca que estaba de esta tendencia con su última obra, le dice que lo ve, como sucede con otros artistas europeos, «más cerca de Lupasco que de Euclides». Por otra parte, en las cartas se habla también de revistas, entre las que destaca Punta Europa, la publicación dirigida por Vicente Marrero, calificada por Millares como «carca» por su conservadurismo político, pero que fue importante para él, ya que sirvió de plataforma a través de la cual dio a conocer sus críticas en prosa poética centradas en los artistas más renovadores del momento.

Sobre la amistad y el arte en un puñado de cartas antonio de la nuez

Los primeros años de la estancia de Millares en Madrid coinciden con cambios de relieve en el arte español del momento, cuya renovación va pareja a la celebración de grandes exposiciones, tanto nacionales como internacionales. La correspondencia de la que hablamos deja constancia de la importancia de estos eventos, vividos por Millares con evidente expectación, toda vez que suponían para él y sus compañeros de generación una oportunidad de promoción que luego se demostró fundamental. En la segunda carta que le escribe a Monzón (diciembre de 1955), el tema central es el de la III Bienal Hispanoamericana, muestra en la que los dos amigos pintores habían participado. Millares es muy crítico con la actuación del jurado, que había ninguneado los premios a Tàpies y Ferrant; con todo no se olvida de señalar la importancia de los abstractos en este evento, donde participan, además, pintores norteamericanos. La mención que hace a Canogar, Feito, Tharrats o Tàpies revelaba la clara orientación de sus preferencias pictóricas, defendidas en términos muy combativos. Con todo, fue la Bienal de São Paulo de 1957 la primera muestra internacional de relieve en la que se vio involucrado Millares, que vivió su preparación y desarrollo con evidente entusiasmo e interés. A Monzón le hace ver el protagonismo del comisario Luis González Robles y el revuelo que causa el escultor Oteiza cuando se niega a aceptar inicialmente el premio de escultura. Un año después se celebraba la histórica XXIX Bienal de Venecia, momento de triunfo de la joven vanguardia española. Las referencias a esta bienal, a la que acudió Millares, aparecen en varias cartas, pero es la que escribe a Felo en agosto de 1958 la más rica en información e impresiones del artista canario, convertido en gran medida en un crítico improvisado, hablando de los distintos pabellones visitados.

Los años de las grandes exposiciones internacionales coinciden también, al menos en parte, con los de la historia de El Paso. Monzón se va informando sobre las exposiciones y actividades de este grupo gracias a las pormenorizadas descripciones de su amigo, que vive su experiencia como miembro destacado desde una visión casi misional en el entorno todavía conservador del arte español del momento. «El sentido de responsabilidad de El Paso —escribía Millares en una carta de marzo de 1958— ha llegado a los más avisados y a los artistas más importantes de aquí y de fuera como un mensaje de esperanza».

Esta correspondencia también aporta información interesante sobre el mundo artístico canario de la época, no solamente por lo que comenta Felo, también por las opiniones vertidas por Millares, menos condescendiente que su amigo respecto a la naturaleza de algunos eventos y la trayectoria de algunos artistas. Un caso muy representativo respecto a esto último es el de César Manrique. Aunque su visión sobre el pintor lanzaroteño cambió ya en los sesenta, cuando la amistad entre ellos fue una realidad, coincidiendo con la actividad arquitectónica ambientalista de este en su isla, los comentarios que transmite a Monzón sobre su pintura en estas cartas son más bien desvalorativos. Resulta muy demostrativa en este sentido la respuesta a una misiva que le escribe Felo en julio de 1957, donde este le comenta el interés que ha suscitado una exposición de Manrique en Las Palmas. Millares califica las pinturas de Manrique como «cositas para regalar» y le hace ver a su amigo que ambos artistas canarios se movían en ambientes madrileños muy distintos, corroborando esto con una confesión concluyente: «Nunca me interesó César —ni a ningún pintor serio de aquí—». Su opinión negativa se extendía también a otros artistas canarios del momento (Pino Ojeda, Viera, Arencibia, Dámaso…); sin embargo, vivió con atención y respeto los inicios de las carreras artísticas de pintores como Lola Massieu —de la que habla también en términos muy elogiosos Monzón— o Pedro González, a quien conoció cuando este expuso en la galería Nebli de Madrid, en 1963. Además, era conocida su predilección por el malogrado Jorge Oramas, citado en una de las cartas dirigidas a Monzón a propósito de una conferencia de Vicente Marrero; también por el tinerfeño Fredy Szmull. Entre las cartas que Felo envía Millares hay algunas con mención expresa de la institución grancanaria el Gabinete Literario, organizadora de las Bienales Regionales de Arte, La experiencia amarga vivida por este a propósito del Gabinete, un espacio que él asociaba con sus «desgracias y miserias en la isla», le llevo a pedir a Monzón, en una carta de mayo de 1959, que no incluyera algunas de sus pictografías en una exposición que preparaba en sus salas.

Sobre la amistad y el arte  en un puñado de cartas

Sobre la amistad y el arte en un puñado de cartas antonio de la nuez

Con todo, sería erróneo deducir de lo dicho anteriormente que, a diferencia de la escena madrileña, donde se movía Millares, las islas y, más concretamente Gran Canaria, estaban detenidas en el tiempo del conservadurismo artístico más paralizante. En realidad es una lástima que la correspondencia de la que hablamos perdiese consistencia a medida que avanzan los sesenta. En estos años, como ya adelantamos, el propio Monzón consiguió reactivar la Escuela Luján Pérez y crear el grupo ESPACIO. Las muestras celebradas por Felo y Lola Massieu en Barcelona y la posterior en la Residencia del Instituto de Cultura Hispánica de Múnich, con la compañía de Pedro González, también mencionada en la correspondencia por Monzón, demostraban la existencia de una actividad vanguardista que se asentaba en las islas de manera innegable. Una actividad que se veía también reflejada en eventos como la aparición de una nueva galería en Las Palmas, la Modern Art Gallery, una galería «decente», le dice Felo a Millares en una breve carta de julio de 1966. Se trataba de una iniciativa impulsada por la francesa Ivette Boeseer, pero que contó la participación de un elenco importante de artistas canarios más el alemán Korbanka, como añade el pintor grancanario. La presencia de extranjeros en el mundo artístico grancanario era un fenómeno cada vez menos excepcional y revelaban cómo las islas se abrían a un nuevo tiempo cultural.

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