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Carcajadas a lomos de la creatividad

El reservado Manolo Millares disfrutó de la extrovertida y disparatada personalidad de Manrique y Dámaso, con quienes mantuvo gran amistad

Pepe Dámaso —de izq. a dcha.—, César Manrique y Manolo Millares en Lanzarote. | FACHICO ROJAS

«Sr. Cesáreo de los Manriques, las Tuneras y las Lavas». Así se dirigía Manolo Millares en una carta al artista lanzaroteño César Manrique, con quien mantuvo una excelente amistad que perduró hasta el fallecimiento en Madrid del creador grancanario en 1972. La relación, realmente, era un juego a cuatro bandas porque, además, a César y Manolo se les sumaban Elvireta Escobio, esposa de Millares, y Pepe Dámaso, amigo inseparable del grupo. Los cuatro vivieron momentos disparatados de los que, en muchos casos, ha dado cuenta con su cámara Francisco Rojas Fariña Fachico, quien los retrató juntos, por separado e incluso emulando la crucifixión de Jesús.

Mal no lo pasaban estos amigos a los que les unía, además de su pasión por el arte, un amor inmenso por Canarias. Y más concretamente por Lanzarote. Millares en tierras conejeras fue feliz durante su juventud: es la primera vez que se siente en libertad, sin la vigilancia familiar. Allí desarrolla sus primeros dibujos.

De hecho, Millares, Manrique y Dámaso llegan a plantearse crear una colonia de artistas en la isla de los volcanes, una iniciativa a la que también se pretendían unir el actor Adolfo Marsillach y el bailarín Alberto Lorca. «Mi terreno [en Lanzarote] me lo dio [César], pero yo se lo devolví», confiesa Pepe Dámaso al respecto.

Aunque tuviese una personalidad un tanto atormentada, Manolo tenía sentido del humor y era un tipo cariñoso, especialmente con sus hijas. Y puede que ese contraste entre su timidez y el carácter arrollador de César y Pepe sirvieran más para unirlos que para distanciarlos. Las extrovertidas y disparatadas personalidades de Manrique y Dámaso divertían mucho al artista fallecido en Madrid en 1972. Pero no sólo tenía Manrique un carácter muy distinto al de Millares sino que sus ideales políticos, en principio, distaban mucho el uno del otro: el primero había luchado en el frente durante la Guerra Civil en el bando de los Nacionales mientras que Millares y su familia eran más próximos a los postulados de la izquierda. No obstante, cuentan que tras regresar de la guerra a Lanzarote, lo primero que hizo César fue prenderle fuego al uniforme en la azotea de su casa. Seguro que a Millares aquello también le encandiló de ese amigo con el que compartía risas a lomos de los camellos.

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