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Análisis

Bajo un manto de silencio

‘Manto de gemas’ es, sin ninguna duda, el mejor de los trabajos presentados por Ibértigo en la presente edición

Un fotograma de ‘Manto de gemas’. | La Provincia

Responsable del montaje en películas tan icónicas del cine mexicano contemporáneo como Luz silenciosa (2007), Post Tenebras Lux (2012) y Nuestro tiempo (2018), de Carlos Reigadas (su compañero sentimental y profesional a la sazón); Hell (2013), de Amat Escalante y de la producción argentina Jauja (2014), de Lisandro Alonso, Natalia López (Bolivia, 1980) debuta en el campo del largometraje con Manto de gemas, tras una larga y laureada carrera como cortometrajista en certámenes como el de Cannes en cuya prestigiosa Semana de la Crítica compitió, en el año 2006, con

En el cielo como en la tierra, una pequeña pieza venerada por propios y extraños, que hoy cobra más categoría si cabe con el reconocimiento obtenido este año por su ópera prima en foros tan influyentes como la Berlinale, donde el Jurado le otorgó su Premio Especial y el Festival Internacional de Cine de Montevideo, que la distinguió por unanimidad con el Premio a la Mejor Película.

No sé si ambos galardones se corresponden con absoluta ecuanimidad a los méritos que reúne esta película en relación con los del resto de los filmes con los que competía en sendos certámenes porque, entre otras razones, este comentarista no ha puesto el pie en ninguna de estas dos importantes citas internacionales este año pero lo que sí se puede colegir, desde mi modesta opinión, que sí es, sin ninguna duda, el mejor de los trabajos presentados por Ibértigo en la presente edición. Y hacer semejante afirmación con el espléndido plantel de películas que han ido desfilando estos días por la pantalla de la Casa de Colón no es una decisión demasiado fácil de tomar.

Sea como fuere, lo cierto es que esta tarde nos encontraremos con un filme que aspira, y en gran medida lo logra, a establecer un diálogo profundo, inteligente, audaz y discursivo con el espectador, mostrándonos una realidad tan conocida y brutal como la del México de nuestros días, aunque sin emplear en ningún momento imágenes subidas de tono ni secuencias construidas en base a los cánones del cine que hoy airea la violencia visual para sumergirnos en asuntos tan teñidos de sangre como el poder criminal y desestabilizador que desempeña actualmente el fenómeno del narcotráfico en el país centroamericano.

La directora y guionista de Manto de gemas, a la que auguramos desde ahora una carrera próspera a tenor de su formidable debut en el ámbito del largometraje, esquiva cualquier tentación de mostrarnos la crudeza ambiental y la violencia vicaria que nos proporcionan cada día los telediarios de todo el mundo, su propósito no es la espectacularización sistemática del infierno real al que vive sometido casi todo el país por los carteles de la droga sino, por el contrario, ahondar en los sentimientos y en las frustraciones de millares de familias estigmatizadas por una guerra brutal y por un sistema político incapaz de detener la descomposición social que devora el campo mexicano.

La película, con casi dos horas de duración, nos sumerge en clave poética en los problemas cotidianos de un conjunto de personajes que sufre en silencio la presión de un enemigo escurridizo que solo se hace visible a través de su interminable rosario de crímenes y secuestros.

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