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Un siglo de ‘Trilce’, la rebelión poética

Este año de conmemoraciones literarias, el legado de Vallejo tiene justa respuesta editorial

El poeta César Vallejo. El Día

Algo extraño había en la atmósfera de 1922. Difícil de comprender qué ocurrió en aquel año para que viesen la luz o se pusiese el punto final a algunas obras que moverían los cimientos de la escritura contemporánea. Fue cuando salieron de la imprenta Ulises, de James Joyce; La tierra baldía, de T. S. Eliot; Segunda antolojía, de Juan Ramón Jiménez, y Trilce, de César Vallejo. El mismo año que Rainer María Rilke dio por concluidas las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo. Tan distintos y distantes, son libros que generarían una conmoción estética que un siglo después aún persiste y convierten en barbecho del olvido el diluvio de títulos que después ha venido.

Alguna explicación se encuentra en las páginas del singular 1922 (Pre-Textos, 2022), del siempre inquieto poeta, traductor y ensayista sevillano Antonio Rivero Taravillo, pero de nada sirve apelar a los conjuros y a las alineaciones planetarias para certificar que la poesía de la última centuria no sería lo que es si esas obras (incluida la «novela» de Joyce) hubiesen acabado en la amnesia de un cajón.

Por muy poco se libró de ese destino Trilce. Aquel Vallejo peruanísimo, híbrido de gallego y quechua y tristemente cetrino, cumplió 112 días de cárcel por la falsa acusación de prender fuego a una casa en su pueblo natal de Santiago del Chuco.

Solo algunos contemporáneos atisbaron que esos textos eran capaces de captar el ‘pulso misterioso’ de la vida

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Algunos de los poemas fueron escritos en la celda del penal y el libro que cambiaría la escritura poética contemporánea fue impreso en el septiembre de hace un siglo en los talleres tipográficos de la Penitenciaría Central de Lima, sufragado por el propio autor, que retiraba los ejemplares en la medida en que los iba pagando para venderlos a tres soles. Del juego verbal con ese número procede el título, un neologismo audaz que adelanta la radicalidad extrema de los 77 poemas incluidos originalmente, a los que sumó otros tres escritos en París tras su marcha de Perú en 1923.

En este año de conmemoraciones literarias, el legado de César Vallejo ha tenido la justa respuesta editorial. A las publicaciones críticas ya existentes (siempre son de destacar las de Cátedra, especialmente el Trilce de Julio Ortega) se han sumado tres títulos imprescindibles a cargo de poetas: Poesía completa (Lumen, 2022), una erudita edición del limeño Luis Fernando Chueca; Poemas humanos (Galaxia Gutenberg, 2021), con prólogo cómplice de la madrileña Julieta Valero, y Hay golpes en la vida (Impronta, 2022), una antología a cargo del asturiano José Luis Argüelles, en la que sabiduría y devoción se hermanan para ofrecer un trabajo canónico en 112 páginas lejos de los habituales ochomiles para eruditos.

Aquel Vallejo peruanísimo cumplió 112 días de cárcel por la falsa acusación de prender fuego a una casa de su pueblo

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La escritura de Vallejo procede de la «cólera del paria», como el mismo confesó en carta a su amigo Pablo Abril de Vivero. Los heraldos negros, el primer libro, ya contiene la suficiente dinamita dialéctica para mostrar sus intenciones, pese a los corsés neorrománticos y modernistas tan propios de las generaciones criadas con el Azul de Rubén Darío. Fue el primer aviso, pero es en la rebelión lingüística y estilística de Trilce donde se conforma una dicción que supone señalar nuevos confines para la poesía en castellano. Nada será igual después de aquella edición carcelaria. Sólo algunos contemporáneos –Antenor Orrego, José Bergamín o Juan Larrea– fueron capaces de atisbar que aquellos textos que buceaban en los abismos de la poesía eran capaces de dialogar con la oscuridad y captar el «pulso misterioso» de la vida.

Es Trilce un poemario que se adelanta a las barricadas estériles de las vanguardias aún por venir con sus renglones beodos de devaneos oníricos. En su disrupción no hay olvido de las tradiciones poéticas y mucho menos de la biografía ni de la realidad que circunda a Vallejo. Valga de ejemplo el poema XXIV: cuando escribe «Al borde de un sepulcro florecido / transcurren dos marías llorando, / llorando a mares», el latido de la vida misma del poeta está presente (las muertes de su madre y su primer amor, ambas de nombre María, pero también las marías bíblicas con lágrimas ante la tumba de Jesús).

Algunos poemas fueron escritos en la celda del penal y el libro fue impreso en los talleres de la Penitenciaría de Lima

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La dicción disidente de Trilce llega hasta nuestros días Escritura heterodoxa, de rompe y rasga, pero jamás lejos del aliento del ser humano y de la exploración moral. Como precisa el profesor y poeta Miguel Casado, en dos breves y brillantes ensayos incluidos en su libro Un discurso republicano (Libros de la resistencia, 2019), la lectura de las páginas de Trilce supone mucho más que en otras obras encontrarse con la incertidumbre del primer acercamiento a la poesía.

Un riesgo, añade, que compone «un hermoso lugar de la vida», donde todo lo escrito responde a un sentir y un pensar de un hombre que quiso poner letra a la muerte, al dolor, al paso del tiempo, al amor, a la pobreza, a la soledad, a la injusticia… Todo ello sin necesidad de acudir a los quirófanos de la hermenéutica.

Este peruano, que nació un día «que Dios estuvo enfermo, / grave», tuvo la sabiduría y el acierto de avanzar desde los parajes más agrestes de Trilce a otras geografías demarcadas por la compasión y la solidaridad. No fue necesario renunciar a «su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica», como él mismo proclamó, pero sí perseveró en el riesgo.

Los textos escritos hasta su fallecimiento en 1938 incorporan nuevos hallazgos retóricos y estilísticos, a la vez que moldea con las pulsaciones de la esperanza y de la conciencia de clase, es decir, con el latido del cristianismo y del marxismo, su personal mirada al planeta como dominio del mal. Lo precisa Argüelles con acierto: Vallejo «ensancha su voz lírica a partir de un humanismo radical, crítico y de mirada compasiva». Todo ello está en los versos póstumos, los conocidos editorialmente como Poemas humanos, Poemas en prosa y España, aparta de mí este cáliz.

César Vallejo. | | LP/DLP

César Vallejo no pudo ser fiel a la literalidad de su conmovedor soneto Me moriré en París con aguacero: no fue ni un jueves ni en otoño cuando los sedimentos de un paludismo infantil mal curado acabaron con su vida, aunque sí hay certeza de que aquel 15 de abril de 1938, Viernes Santo, llovió en la capital francesa. Falleció a los 46 años y en poco más de dos décadas dejó un legado de emoción y verdad que sólo la poesía en rebeldía tiene la fortaleza de hacer germinar. Una herencia que va mucho más allá de las conquistas de Trilce.

La dicción disidente que el poeta peruano construyó con este libro penitenciario llega hasta nuestros días. Su trascendencia procede de la radicalidad de una escritura que cruza las lindes carnavalescas del vanguardismo de absenta y tuberculosis, de la capacidad de generar un idioma propio contra la realidad que Vallejo combatió al abrazar el compromiso de ser militantemente humano y de la amplitud de un grito: «¡Abajo mi cadáver!… Y sollozo».

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