La artista Jane Millares Sall, pionera y referente de la modernidad en el panorama artístico de las islas desde mediados del pasado siglo XX, falleció ayer a los 94 años, tras una vida consagrada a la creación de un universo artístico propio que comenzó a dibujarse en la raíz identitaria de su tierra isleña y hoy perfila el horizonte de libertad que inauguraron sus trazos.
Los caminos artísticos de Jane Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1928 - 2022), nombre propio en la historia del arte del último siglo en Canarias, conforman un vasto cosmos multiformal marcado por su estilo indigenista, pero donde también convergen la influencia cubista, la abstracción lírica, con pinceladas surrealistas y constructivistas, y la técnica del collage. Su lenguaje estético, con una coherencia interna que, a su vez, ensayó distintas fórmulas, adelantó el reloj de la modernidad en Canarias, erigiéndose Millares en una artista pionera que, junto con coetáneas isleñas como Lola Massieu, Pino Ojeda, Elvireta Escobio o Yolanda Graziani, consolidó una iconografía y discurso muy personal en el marco del machismo estructural de la sociedad franquista, donde apenas despuntaban las mujeres artistas.
A lo largo de la última década, los trabajos de investigación, recuperación y difusión de su legado artístico, capitaneados sobre todo por la historiadora del arte y gestora cultural Laura Teresa García Morales, han restituido el capítulo que corresponde a Jane Millares en las páginas de la historia del arte en Canarias, empequeñecido a la sombra del resto de apellidos de su genealogía y, sobre todo, del canon patriarcal que sesga el relato del arte universal.
Procedente de una longeva estirpe de artistas, hija del matrimonio formado por Juan Millares Carló, poeta y profesor de literatura, y la pianista Dolores Sall, su infancia se embebió del espíritu del arte y la vanguardia, que no eclipsaron las estrecheces económicas de los tiempos de posguerra. Hermana de los también artistas Agustín, José María, Juan Luis, Manolo, Sixto, Eduardo -Cho Juaá-, Yeya y Totoyo Millares, este último también fallecido este año, los mundos de Jane se construyeron, al igual que en el caso de sus hermanos, a partir de una formación autodidacta.
Museo Canario
Hija Predilecta de Las Palmas de Gran Canaria en 2013, Medalla de Oro del Gobierno de Canarias y Can de Plata del Cabildo de Gran Canaria en 2005, Jane Millares solo contaba 27 años cuando, en 1955, inauguró su primera exposición individual, Campesinas Canarias, en El Museo Canario, entonces ateneo de la vida cultural y política de la ciudad, seguida de una segunda muestra, dos años después, en el mismo espacio. Esto la convertía, junto con una exposición paralela de Elvireta Escobio, en la primera mujer en exhibir su arte en solitario en el Archipiélago, donde ya puso de manifiesto la calidad, fuerza y modernidad del lenguaje indigenista que imprime en sus óleos y dibujos.
A estos primeros pasos, le sigue una lenta transición al terreno de la abstracción a lo largo de las décadas de los 60 y 70, donde también moldea formas en barro y cerámica, y donde engrosa una larga nómina de premios, con tres reconocimientos en la Bienal Regional de Bellas Artes del Gabinete Literario en 1964, 1966 y 1972. En este período, exhibió sus obras en múltiples salas expositivas de Canarias, además de ilustrar publicaciones emblemáticas como la revista literaria feminista. Mujeres en la isla. Luego, en los años 80, ahondó en su experimentación con la abstracción más pura bajo la técnica del collage hasta que, a partir de 1995, retornó a la figuración de temática canaria que cincelan los indigenismos de su despertar artístico.
Pero los puntos cardinales que apuntalan la búsqueda creativa de Jane Millares se concretan en una triple mirada: la canariedad, que plasma en sus protagonistas y paisajes desde una perspectiva de reivindicación identitaria del pasado prehispánico; la geopolítica y social, donde proyecta una mirada descolonizada sobre los jornaleros y campesinos que bregaban contra los avatares de la realidad isleña de posguerra; y la intimista, donde destaca su singular y personalísima iconografía de la mujer canaria, como la campesina o la madre.
Esta imaginería extensa, marcada por el signo distintivo de sus formas geométricas y angulosas, entraña, en palabras de García Morales, «fuertes connotaciones existencialistas», a las que subyace «una constante crónica del trauma y la pérdida», de tal manera que muchos de los mundos ficcionados que fraguaba constituían, a su vez, un juego especular para mirarse dentro y explicarse a sí misma.
Con todo, las investigaciones recientes subrayan el carácter crítico y comprometido de su obra, abiertamente antifranquista y progresista, con el corazón puesto en el mundo rural canario. Pero destaca, sobre todo, la vigencia de una mirada contemporánea e inmortal, abriendo nuevos caminos en el lienzo, que hoy transitan las nuevas generaciones de mujeres artistas, hijas de su legado de libertad.
