Fue Carlos Pinto Grote un poeta tan diferente a los de su entorno, el nuestro, que algún crítico como Rodríguez Padrón, ha llegado a calificarlo como marginal. Entendiendo dicha marginalidad como la imposibilidad de ubicarlo en el esquema habitual de generaciones y movimientos y no como epíteto peyorativo.

El acto de clasificar entomológicamente a los escritores según movimientos o generaciones facilita mucho la tarea a profesores, críticos y comentaristas. Sabemos de un escritor su época, amistades, etc. datos que permiten ofrecer de entrada una visión amplia que hará que el académico navegue con relativa facilidad.

Así, cuando nos encontramos con un poeta como Pinto Grote y no podemos ubicarlo en la poesía social, tan negada por Celaya, ni en ninguno de los distintos movimientos literarios del pasado siglo en España y Canarias, no queda más remedio que hacer lo que el riguroso Rodríguez Padrón, definirlo como marginal. Como creador que se sitúa al margen de los otros, no enfrente ni distante, al margen. Lo que únicamente significa que al leerlo lo hacemos sin el peso o los límites del movimiento o de lo generacional.

Cierto es que encerrar a un autor en una generación o movimiento no refleja sino una circunstancia temporal. El tiempo hace que aquellos que ofrecían una cierta unidad terminen distanciándose, no por fuerza en lo personal, pero sí en lo poético. Las experiencias vitales de cada uno serán distintas y eso hará que las voces se distingan unas de otras.

Como ejemplo baste citar a los autores de Poesía Canaria Última que al transcurrir del tiempo han ido diferenciándose unos de otros. No dicen ya lo mismo, ni siquiera parecido, Juan Jiménez o Lázaro Santana, por nombrar solo a dos. Esto no significa que uno sea peor que el otro, sino que sus intereses poéticos se han ido diferenciando, pues ambos han tenido vidas distintas. Al fin y al cabo, todo poeta construye su propia voz, según su vida.

Pero aun siendo esto así, siempre se puede recurrir a incluir a los autores en voces más grandes: poeta intimista, iluminado, culterano, irónico, clasicista, etcétera. Lo que suele traer problemas, pues casi todos los poetas tienen un momento de esos.

El caso de Pinto Grote es que salta de una definición a otra, llevándonos, con versos meditados, a distintas experiencias lectoras. Así un poema como Llamarme guanche podría clasificar a su autor en el indigenismo, cuando en realidad sería el poema el indigenista y no el poeta.

Este sería siempre un poeta social, pues todo poeta lo es, como reivindica Celaya, apoyándose en lo dicho por Eugenio de Nora: «Toda poesía es social, la produce (o escribe) un hombre y va destinada a otros hombres, y si el poeta es grande, a toda la humanidad». No reprochemos ahora al citado su carencia de lenguaje inclusivo, piensen que lo remedia con ese «a toda la humanidad».

Quedémonos con la definición del acto poético como un acto comunicativo. El poeta quiere comunicar a otros. No escribe en el vacío, lo hace rodeado de otros, de la sociedad. Podrá ser más críptico o más claro, pero siempre estará movido por el deseo de comunicar. Lo que comunique es otro asunto. Y Pinto Grote nos comunica desde el intimismo enamorado a la empatía por los que sufren (profesionalmente vinculado a ellos), al canto de la naturaleza.

Versos como: «compartiré tu dicha. /Me he quedado en tus brazos/para saber que vivo» o «He limpiado la casa. /Y siempre encuentro hilvanes por el suelo. /Penélope viajera: ¿cuándo los dejas caer, si estás lejos? /Es la señal /que vienes cada noche a compartir mi sueño». Entrarían en ese intimismo enamorado.

Pero para disfrutarlos no hay ni que saber eso. Baste en que por un momento, repitamos los versos, hagámoslos rodar en nosotros y pensemos si es posible sustituir alguna de las palabras que los forman y que sigan manteniendo su sentido. Y verán ustedes que es prácticamente imposible.

¿Por cuál palabra sustituir ese compartir? Ahí se muestra el oficio de poeta, el hombre que selecciona los ladrillos que componen su mosaico, palabras finitas y bastante rígidas como decía Stevenson en su Sobre algunos elementos técnicos del Estilo. Pues Pinto Grote construye su poesía no sólo con una voz propia que cada vez nos parece más cercana, sino con el esfuerzo del orfebre que cincela el poema, modulando el verso y las palabras para alcanzar la máxima expresión. El uso de hilos en vez de hilvanes restaría fuerza al verso, dejándonos a medias.

Léanlo en voz alta y podrán comprobarlo. Pues los hilos son hilos, mientras que unos hilvanes son esas puntadas que se dan antes de coser definitivamente un tejido. Mientras que los hilos pueden ser neutros, los hilvanes no lo son, tienen un propósito definido en la costura y su presencia en el verso refuerza la sensación de intimidad doméstica cuestionada por la ausencia de la amada.

Lo que quiero transmitirles es que para disfrutar de un poema no tenemos que andar encasillándolo, lo único que tenemos que hacer es leerlo, pensarlo si queremos, volverlo a leer y por último, volverlo a leer, en voz alta o no. Pero disfrutándolo. Otro paso es el juego de intento de sustituciones.

Verán que si no es posible, ustedes se encuentran con un autor, como es el caso Pinto Grote, que ama nuestro idioma e intenta extraerle la máxima potencialidad expresiva.

No voy a seguir comentándoles más versos de Pinto Grote. Seguidor de Walter Burns me he impuesto no pasar de las mil palabras en estas notas. Pero sí les sugiero entrar en esta edición de su obra, precedida de un magnífico prólogo del profesor Oswaldo Guerra, prólogo que es síntesis actualizada de la tesis doctoral que dedicó en su momento a nuestro poeta. Es un pórtico adecuado para transitar los versos de un autor que nunca renunció ni a la vida ni a la poesía como expresión de esa vida.