La escritora Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), una de las voces literarias más lúcidas, incisivas y brillantes del panorama nacional, autora de las novelas ‘Casas vacías’ (2019) y ‘Ceniza en la boca’ (2022) con la editorial Sexto Piso, recaló esta semana en la Casa-Museo Pérez Galdós, en la capital grancanaria, para compartir con lectoras y lectores los entresijos de sus motivaciones, cuestionamientos y procesos creativos.

«Cómo escribir ficción en un mundo narrado por la catástrofe» es la pregunta que hiló su ponencia en la Casa-Museo Pérez Galdós. Más que cómo, ¿por qué escribir?

Lo primero que quise poner sobre la mesa partía de que, a menudo, me dicen que mis libros son demasiado pesimistas, que hablan de un mundo muy cruel y violento, lo cual es cierto. Pero yo creo que hablar de este tipo de temas no necesariamente tiene que llevarnos a pensar que todo es horrible o que no hay solución, sino que se trata de poner el espejo ante realidades que estamos viviendo y problematizarlas mediante la literatura, de manera que lectoras y lectores se hagan ciertas preguntas, y sean ellos quienes sigan la conversación en torno a su relación con la realidad. Me preocupa esa idea que dictan las narrativas oficiales anunciando que el mundo se va a acabar o que no hay salvación, muy en esta tesitura religiosa. En ese sentido, para mí, la literatura, y cualquier disciplina artística, permiten justo lo contrario, porque cuando creas una historia que no existe pero se asemeja a la realidad, con personajes tridimensionales que incluso pueden parecer humanos, generas un mundo que no existe, y que puede invitar a lectoras y lectores a pensar que también pueden generar esos mundos a través de la imaginación para realmente cambiar la realidad. 

En su ponencia reivindicaba, precisamente, nuestra capacidad para imaginar otros mundos.

Yo soy una gran optimista en este sentido, porque soy más de la idea de que tenemos que usar la imaginación para evitar las catástrofes anunciadas que para creer que no podemos hacer nada, porque eso solo ayuda a las narrativas oficiales a que haya una especie de parálisis social y a que quienes tienen el poder decidan sobre cómo vamos a vivir nuestras vidas.

¿En qué medida la situación de México, su país natal, marcado por la violencia, el feminicidio y el miedo ha intervenido en su mirada como escritora y, al mismo tiempo, en su capacidad de superación y de búsqueda de nuevos caminos?

Yo entiendo que lo que sucede en México, pero también en América Latina y en otros lugares del mundo, son las consecuencias de esa narrativa oficial de las ciudades con miedo. Desde la perspectiva de la sociología, que es donde aprendí el término de las «ciudades con miedo», se trata de hacerte creer que tienes que tenerle miedo al que tienes al lado, que tienes que desconfiar de toda la sociedad porque puedes estar en un riesgo constante. Yo me he educado en ese tipo de sociedad. Sin embargo, gracias a la literatura y otras disciplinas artísticas he entendido que no necesariamente se tiene que vivir así, que hay otros lugares y espacios donde te puedes reconfigurar sin apropiarte de ese discurso del miedo. Cuando salí de México y me instalé en España, me di cuenta de que están haciendo justamente eso desde los años 80, cuando se instaló esa ideología del neoliberalismo, que es hacernos creer todo el tiempo que debemos tener miedo y que el Estado tiene que protegernos del otro. Todo eso me hace mucho ruido porque, aunque claro que hay violencia e inseguridad, eso no significa que tengamos que vivir con miedo. Para mí, todo eso es un aliciente para seguir buscando. Nos hacen creer que el mundo solo puede ser de una forma y yo me niego a ese tipo de violencia estructural porque solo tenemos una vida y, si esta vida no la aprovechamos para vivir una vida digna, estamos traicionando a la vida misma.

"Lo que sucede en México es consecuencia de una narrativa oficial de las ciudades con miedo»

Ambas novelas tratan cuestiones sociales de discriminación, desigualdad y dolor, como la violencia machista, el racismo, la migración o el suicidio. ¿Su vocación literaria nace del compromiso social? ¿Concibe la literatura sin esa dimensión política? 

En esta cuestión tengo sentimientos encontrados, porque yo creo que la literatura no tiene que tener una función social. Ya hay libros muy buenos para eso, con una didáctica preestablecida y pensada para transmitir una enseñanza. Pero eso no es lo que yo quiero hacer. Yo creo que todas las disciplinas artísticas son políticas, lo cual es distinto a tener una función social. Toda disciplina artística es política, porque somos parte de una sociedad construida desde la polis o tejido social, de modo que, cuando escribes o creas, tienes una conciencia política y eso permea inevitablemente en lo que haces. Me preocupa que haya escritores que dicen dejar la política a un lado. No se puede separar la política de algo que es esencialmente político, que sucede en la polis y atraviesa a los seres humanos. Creo que es una discusión contradictoria que solo beneficia a quienes escriben sobre cosas a favor del statuos quo. Y yo estoy en contra del status quo.

Al igual que autoras coetáneas y paisanas como Fernanda Melchor, que en Canarias tendría una homóloga en Andrea Abreu, su literatura rompe la barrera entre oralidad y escritura, con una transcripción muy literal del habla y las expresiones mexicanas. ¿Diría que se trata de un posicionamiento político?

Por supuesto. Ceniza en la boca, por ejemplo, fue una apuesta política de plasmar el español que yo escucho en muchas ciudades de España. Ahora mismo hay una gran mezcla de lenguajes con todos los localismos que usan las personas latinoamericanas y que se está escuchando en las calles. Esa fue mi apuesta en esta segunda novela, porque esto es lo que se escucha, que no lo quieran oír o asumir en el canon literario es otra cosa. Luego, me doy cuenta de que hay una gran discusión en España sobre cómo se utiliza el lenguaje dentro de la literatura, que en cambio, en Latinoamérica nunca ha existido, porque nunca hemos pensado que exista un español o castellano neutro. Nosotros hemos aprendido a leer traducciones al castellano, así como a todas las autoras latinoamericanas con sus localismos, sin que eso nos haya causado jamás un conflicto. Lo que me sorprende es que en España aún se cuestione, porque eso implica que todavía dentro del canon literario español se está pidiendo neutralizar un castellano que, además, tiene un montón de acentos, como el andaluz, el gallego, el canario. A mí me preocupa que no se integren de una forma más natural.

Precisamente, el pasado septiembre acudió como invitada al Festival Hispanoamericano de Escritores de La Palma, que trata de explorar y tender esos puentes entre ambas orillas de habla hispana. ¿Qué sensaciones le trasladó esta isla marcada por la erupción del volcán?

Yo entré en La Palma siendo una mujer y salí siendo otra, porque me llevé muchos cuestionamientos que no tenía antes de llegar. Por supuesto, había seguido la erupción en las noticias, pero no es lo mismo que cuando estás en el lugar de los hechos. Además, me sorprendió muchísimo que coincidiera el mismo día en que en México han sucedido los peores terremotos contemporáneos, que nos han marcado como sociedad. Y desde que empecé a hablar con la gente de La Palma, sentí que había una enorme necesidad de sacar y supurar todo lo que habían vivido para poder empezar a generar un duelo social. Me impactó mucho observar que lo que sucedió en La Palma es algo que aún no puede contarse sin que duela. Yo escuché a muchísimas personas y me dejaron muy conmovida por las similitudes con lo que sucedió en México, con esa sensación de comunidad de que algo muy fuerte nos sucedió socialmente. Me gustaría mucho poder regresar a la isla, y seguir escuchando y aprendiendo.

"Yo entré en La Palma siendo una mujer y salí siendo otra. Me llevé muchos cuestionamientos»

Diría que una realidad que comparten las protagonistas de sus dos novelas es la soledad y, sobre todo, la búsqueda de caminos para aliviar esa angustia. ¿Se trata de una sensación subjetiva de la que usted misma parte para iniciar una conversación con lectoras y lectores?

Sin duda. La literatura ha sido el único espacio de creatividad en el que yo he logrado poner sobre la mesa muchísimas cosas que me interpelan, que me duelen y que necesito verbalizar. Y también ha sido el camino para tener esas conversaciones y no sentirme tan sola, porque de pronto hay toda esa marejada de discusiones en el espacio público que no me interesan nada, porque no me interesa que los políticos se peleen, sino que trabajen y solucionen cosas. Y dentro del oficio de escribir, creo que las tres protagonistas de mis dos novelas están en un momento en que por fin, después de mucho dolor, sin poder nombrarlo siquiera, se atrevieron a nombrar y contar su historia. Creo que las tres están en ese proceso justo de buscar caminos para sentirse mejor y el primer lugar es cuando lo escupes, lo dices y lo vuelves un acto social. Sucede igual con la violencia machista, porque vives una violencia que no puedes nombrar y que, además, la sociedad parece no querer ver, pero cuando tienes la valentía de nombrarlo con tus propias palabras, sí que hay una pequeña transformación en ti que te permite avanzar. Y creo que mis tres personajes hicieron eso cuando comencé a escribirlas, y luego ellas ya conversaron con las lectoras, y luego las lectoras conmigo, que es lo más lindo de publicar libros.

Supongo que así se cierra el círculo, como sucede, por ejemplo, en esta conversación, entre escritora y lectora.

Sí, es que es muy bonito cuando dos mujeres nos sentamos a conversar sobre cosas que no son las que nos dicen que tenemos que conversar.