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Literatura

En el nombre de Canarias

Roberto Gil nos habla de los diferentes nombres que han recibido las Islas a lo largo del tiempo y de los variados intentos de definirlas como una forma de controlarlas

En el nombre de Canarias Javier Doreste

Dicen que nombrar es apropiarse del mundo. Cuando señalas con el dedo y pronuncias la palabra que limita lo nombrado, lo cerca, te apropias, dicen, de él. Esta imagen ha sido usada repetidas veces en la literatura. Desde García Márquez hasta la Biblia, el acto de nombrar se ha convertido en acto de control.

Daniel Barreto habla del «terrible acto de nombrar» en su Islas de la periferia y uno de los principales méritos de Silvestre de Balboa es el de nombrar con su nombre, no inventado o transpuesto de otro mundo, las flores, las bestias de Cuba en Espejo de paciencia. Fue un acto revolucionario si entendemos que con ello se iniciaba desligar el nudo con la literatura de la metrópoli. Ahí, en la colonia cubana, algunas cosas volvían a tener su nombre original. Podríamos entrar en las disquisiciones de Lezama Lima para apropiarse de los mitos, renombrándolos o en las páginas de Fernández Retamar destacando la ética del nombrar. Sería adentrarnos en un tema que tan solo queremos apuntar. La importancia de nombrar las cosas, como forma de controlarlas, de saber que son y cuál es nuestra relación con ellas o a través de ellas.

El profesor Roberto Gil arranca de esa premisa. Cómo el acto de nombrar nos permite conocer el mundo y hacerlo nuestro. En concreto, nos habla de los diferentes nombres que han recibido las Islas Canarias a lo largo del tiempo y, sobre todo, de los variados intentos de definirlas como una forma no sólo de concretarlas sino, sobre todo, de controlarlas, por aquellos que han procurado e inventado formas de nombrarlas. Formas de situarlas en el mundo. Desde las Afortunadas a la Atlanticidad, todos los nombres han intentado transmitir una imagen de nuestro archipiélago determinada.

Las islas suaves y dulces en las que nunca pasa nada, el territorio convertido en un paraíso en el que los conflictos no existen a no ser por intervención de alguna mano extranjera. Las islas que vivieron de la caña de azúcar, misteriosamente cortada por los invisibles esclavos, esclavos cuya presencia en el mundo insular fue ignorada o minimizada durante siglos hasta que los trabajos de Lobo y otros los pusieron sobre la mesa. Las islas en las que no había conflictos sociales hasta que Millares Cantero con su trabajo sobre los motines en Gran Canaria y otros como Incógnitas, los llevó a primer plano. Una visión edénica de nuestra tierra que iba desde el paraíso indígena perdido con la llegada de los conquistadores hasta la dulzura y amabilidad de nuestra gente.

La imagen de una tierra en la que nunca pasa nada… la tierra del sol, el mar, el verde y el spleen intelectual. O la visión de un archipiélago descolocado en el mapa con la fórmula de la Atlanticidad, recalcando más la situación en el océano que la proximidad al continente africano. Continente con el que tuvimos una estrecha relación comercial desde el primer momento de la conquista. Las cabalgadas desde las islas de señorío de Lanzarote y Fuerteventura en busca de esclavos, las expediciones desde Tenerife y Gran Canaria a Cabo Verde y las costas de Senegal, Gambia, Sierra leona, buscando oro, marfil y otras mercaderías y sobre todo esclavos. Esclavos para usarlos en la economía isleña y esclavos para exportar a las Américas. O el desarrollo de los puertos insulares como bases carboneras a los navíos europeos cuyo destino eran las colonias africanas. Solo la proximidad al continente, estar de paso como quién dice, permitió que pasáramos a figurar en los intereses de las distintas metrópolis y la expansión de nuestros muelles.

Pero nuestra oligarquía siempre ha corrido un tupido velo en cuanto se habla de las relaciones pasadas de Canarias con África, ni siquiera cuando fueron los canarios a trabajar en Bucráa (relato magnífico de la profesora Beatriz Andreu en su El Dorado bajo el sol. Canarios en el antiguo Sahara Español) la mayoría de nosotros tenía alguna idea del asunto… siempre de espaldas al continente, ni de la historia de nuestras pesquerías (la costa), ni de las operaciones Pelicano y Golondrina, excepto algún reportaje perdido en las páginas dominicales. Afortunadamente las cosas empiezan a cambiar. Felipe Landín nos lo hacía notar al reseñar el último libro de Nilo Palenzuela, Otro mar, otro suelo. Citemos también el esfuerzo de la Casa África sita en nuestra ciudad, dedicada a una amplia difusión de las culturas africanas y a estimular las relaciones comerciales entre nosotros y el continente.

En realidad de lo que trata el libro de Roberto Gil es de la imposibilidad histórica que se ha tenido en las Islas para definirnos. Cualquier definición que se presenta tiende a esconder las fracturas que recorren nuestra sociedad. No solo la geográfica de ocho islas, solucionable con la tecnología de la comunicación actual, sino las más profundas de la división de clases, la tremenda distancia entre ricos y pobres, la que determina que seamos una de las comunidades autónomas, por no decir la primera, en la que crece la pobreza severa pese a todas las medidas paliativas que se toman desde distintas administraciones. Fractura social, de clase, que nos dice que nuestro modelo económico puede ni podrá resolver el problema y que se impone un cambio radical, de raíz, si queremos que la pobreza disminuya en nuestra tierra. Ni la Atlanticidad, ni la Africanidad, ni la Plataforma Tricontinental, dejaran de ser nombres vacíos, que solo sirven para camuflar nuestra auténtica realidad. Una realidad marcada por la división de clase, la diferenciación de género con la consecuente violencia machista, la explotación despiadada del territorio y la destrucción del medio ambiente. Quiebras que recorren las ocho islas, homogenizándonos en nuestra ignorancia. Como decía el recordado Juan Manuel Trujillo: Canarias se ignora e ignora que se ignora.

Canarias ha sido tierra de indigenismos, surrealismos y cuantos ismos quieran ustedes añadir. El esfuerzo de los intelectuales y artistas que iniciaron esos movimientos, pretendía que la cultura canaria avanzara, con aquello que la diferencia de Europa, pero no pretendían esconder la realidad. Casi todos ellos empezaron señalando esa realidad con un dedo acusador hasta el mismo sol. No se trata de hacer una cultura ajena al mundo. Se trata de hacer con y en este mundo que nos ha tocado.

Pero eso no tiene que ver con la construcción de realidades ideales, que no tienen otro objetivo de que miremos el dedo que tapa el sol. Hacernos reflexionar sobre el asunto, intentar delimitarlo y recalcar la imposibilidad de nombrarnos mientras no seamos dueños de lo que hay que nombrar, es la intención del profesor Roberto Gil. Y, por cierto, que lo consigue a la perfección. Que combatamos nuestra doble ignorancia.

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